La señora Rodham

Susan Sarandon, una actriz americana a la que admiro mucho, no solo por lo buena intérprete que es sino por lo comprometida que está siempre a favor del ecologismo y los derechos humanos, soltó una frase unos días antes de las elecciones americanas que me dejó un poco atormentada. "No voto con mi vagina", dijo refiriéndose al hecho de que no apoyaría a Hillary Clinton. De entrada me indigné al oír eso. Por supuesto que tenemos que votar con la vagina. Con la vagina, con los ovarios y con todo lo que haga falta para que no se convierta en presidente del mundo un demonio misógino y racista como Donald Trump.

La frase de Susan me seguía retumbando en la cabeza día tras día, y sin darme cuenta le empecé a encontrar el sentido. Nuestra ilusión por tener a una mujer como presidenta del mundo nos estaba cegando. Con esto juegan los políticos, con la ilusión. Miren cómo están ahora los de Junts pel Sí, pactando con el PP. Pues eso. Igual lo de la independencia fue una ilusión que utilizaron algunos partidos de la derecha para obtener más votos. Algo parecido pasó en Estados Unidos. La ilusión por tener a una mujer presidenta fue utilizada para convencer a algunos votantes y no votantes como yo misma. Lo moderno, valiente y honrado hubiera sido poner a alguien que luchara de verdad a favor de los intereses de la mujer. Poner a una mujer que dice que es feminista no nos asegura eso.

Todos conocemos a gais de derechas o católicos que tienen relaciones extramatrimoniales. Ser mujer no te convierte en feminista. Pero Hillary parecía una de las buenas, estaba a favor del aborto, era madre trabajadora y muy inteligente. Y si mirábamos a su contrincante, este era un machista de mucho cuidado. La cosa estaba clara. Todos a tope con Hillary. ¡A votar con la vagina! Pero iban pasando los días, íbamos analizando a esa mujer y nos dábamos cuenta algunos de que igual esa no era la persona que queríamos para representar el gran papel de «la primera mujer presidenta del mundo».

Si analizamos a la señora Clinton desde el punto de vista femenino, dejando la sombra de la corrupción a un lado, ¿con qué nos encontramos? En sus orígenes, antes de conocer a Bill, se llamaba Hillary Diane Rodham. Estudió Derecho y llevaba el pelo alborotado, unas gafas enormes y vestía con ropa 'hippy'. Se enamoró de Bill Clinton, se convirtió en la primera dama de Arkansas y de entrada no dejó su profesión de abogada, dejando claro que no había venido al mundo a ejercer de 'mujer de'. En pocos años, todo cambió. Dejó de utilizar su apellido de soltera, se convirtió en la señora Clinton y transformó su identidad.

Se quitó las gafas y adoptó un acento sureño que le daba, por lo visto, mejor imagen y más votos a su marido. Dejó su profesión de abogada progresista para dedicarlo todo al señor Clinton. Un hombre que le agradeció públicamente su apoyo siéndole infiel con muchas mujeres y protagonizando uno de los escándalos sexuales más comentados de la historia. Hillary aceptó las infidelidades sin rechistar e incluso salió en los medios apoyando a su hombre.

En aquel momento, lo digno, lo moderno y lo valiente habría sido que lo hubiera mandado al carajo, pero en lugar de eso se quedó a su lado, siendo la mujer conservadora que sus votantes querían que fuese. Supongo que el fin justifica los medios. Y allí estaba ella, a punto de convertirse en presidenta del mundo. Con una chaqueta de Armani de 12.495 dólares dando discursos sobre desigualdad salarial.

Pero algo salió mal, algo falló el 9 de noviembre. Esa mujer tremendamente inteligente no convenció a la mayoría de sus votantes. Ni siquiera con el peor contrincante del mundo. ¿Qué es lo que pasó?

Muchos somos los que creemos que no ha ganado el machista, racista y misógino Donald Trump. Muchos somos los que creemos que ha perdido ella: Hillary. Una mujer a la que le faltó lo que su oponente Trump sí tenía. Verdad. La señora Clinton se ha esforzado tanto en agradar a todo el mundo que ha dejado de ser ella misma. Igual si se hubiera presentado como Hillary Diane Rodham, igual así sí. Igual si se hubiera separado de su marido adúltero en su momento, igual así sí. Claro que si no hubiese sido una Clinton no habría llegado hasta aquí.

Este es el drama de Hillary. Una mujer que ha llegado a las puertas del cielo pagando el precio de dejar de ser ella misma y a la que no la han dejado entrar precisamente por eso. Por no ser de verdad. Políticos del futuro, tomad nota. Estamos hartos de políticos de postureo, de corruptos y de falsedades. Sean hombres o mujeres. El género ya no importa. En España ya nos podemos ir preparando, porque cualquier día se nos presenta Belén Esteban a presidenta y seguro que gana.

Imma Sust, periodista.

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