Si usted es egipcio y le interesa el futuro de su país, tiene, según algunos, dos opciones: apoyar a los Hermanos Musulmanes y los salafistas para que obtengan el poder o, si no está de acuerdo con ellos, soportar las acusaciones de hostilidad hacia el islam. Sobhi Saleh, el miembro más destacado de los Hermanos, ha dicho que no existen los musulmanes progresistas ni los musulmanes de izquierdas, solo los musulmanes y los infieles. Eso significa que la ideología de los Hermanos es la única que representa el islam, y cualquiera que discrepe es un infiel. El jeque Al Mahallawi lo ha afirmado con claridad: "Quienes reclaman un Estado aconfesional en Egipto son infieles y adoradores de ídolos". Ni más ni menos.
Acusar a las personas de ser infieles es un asunto serio en el islam, y tiene consecuencias tan graves que se ha dicho que, si existen mil motivos para tachar a alguien de infiel y uno solo para llamarle creyente, el islam le considerará creyente y se abstendrá de llamarle infiel. El profeta Mahoma advirtió en contra de que se acusara a quienes no eran infieles de serlo: "Si alguien llama infiel a su hermano, la acusación será válida para uno de los dos. Si la acusación es falsa, se volverá contra el acusador". Y, sin embargo, no hay semana en la que no oigamos alguna declaración de un salafista o un Hermano Musulmán que llama infieles a quienes están en desacuerdo con ellos.
El problema es que esta oleada de acusaciones no se limita a los dirigentes islamistas: se extiende también a los predicadores. He recibido muchas cartas de lectores con historias de predicadores que dedican sermones enteros en sus mezquitas a atacar a quienes piden un Estado no confesional y a acusarlos de ateísmo. Es decir, nos enfrentamos a una fuerza política que explota los sentimientos religiosos de la gente y cree que es legítimo emplear cualquier método para derrotar a sus rivales y llegar al poder, aunque eso implique acusar a devotos musulmanes de ser infieles. Hasta ese punto puede llevar el ansia de poder de algunas personas a engañar a la opinión pública en nombre de la religión. Lo curioso es que, de manera deliberada o por ignorancia, esta espantosa campaña para calificar de infieles a los partidarios de un Estado aconfesional confunde conceptos políticos totalmente diferentes. Quizá sería útil repasar varias definiciones.
Un Estado aconfesional democrático es aquel en el que la soberanía reside en el pueblo y en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley independientemente de la religión de cada uno.
Un Estado religioso es aquel en el que el gobernante asume el poder en nombre de la religión, no del pueblo. La historia de la humanidad ha conocido dos tipos de Estados religiosos: los Estados teocráticos en los que el gobernante se considera el representante de Dios en la tierra y manda por derecho divino, intransferible y sin tener que rendir cuentas a nadie; y los Estados en los que este forma una alianza con los clérigos para gobernar en nombre de la religión y considera que cualquiera que se le opone es un hereje.
Nunca ha existido un Estado religioso que tuviera un Gobierno bueno y justo; siempre ha estado asociado a la injusticia y el despotismo. No tenemos más que comparar cualquier Estado democrático contemporáneo con países como Arabia Saudí, Irán y Sudán para ver los peligros del Estado religioso y las consecuencias negativas que tiene para las libertades de las personas.
Si observamos estas definiciones, podemos ver lo absurda que es la batalla política que está librándose en Egipto, porque las cartas están repartidas con el propósito de explotar los sentimientos religiosos de la gente sencilla y llevar a algunos islamistas al poder. Dividir a las personas entre islamistas e infieles crea una dicotomía falsa e injusta. Los que discrepan de las ideas de los islamistas no están en contra del islam en sí. Los partidarios de un Estado aconfesional no son necesariamente ateos. Pueden ser musulmanes devotos que valoran su religión, pero se niegan a que se utilice como excusa para Gobiernos despóticos.
Desde el comienzo del siglo XX, el pueblo egipcio ha luchado por tener un Estado aconfesional democrático. Un Estado aconfesional democrático no es ateo, sino que se mantiene equidistante de todas las religiones y respeta a todos los ciudadanos por igual.
Los Hermanos Musulmanes ahora han inventado un nuevo lema que reclama un Estado aconfesional con un "punto de referencia" islámico. Es una formulación extraña, porque es imposible que exista un Estado aconfesional con un "punto de referencia" religioso. ¿Qué quiere decir exactamente "punto de referencia" islámico? Si significa principios islámicos como justicia, libertad e igualdad, esos son también los fundamentos del Estado aconfesional, así que no serían necesarios más "puntos de referencia". Si significa establecer unos principios sagrados que no puedan discutirse e imponerlos al pueblo en nombre de la religión, entonces nos encontraríamos ante un Estado religioso despótico con un nombre distinto.
La cuestión es: ¿se puede implantar la ley de la sharía en un Estado aconfesional democrático? La respuesta es sí, siempre que sea por decisión y libre voluntad del pueblo. Si existe un partido político islamista que considera que las leyes egipcias no cumplen los principios de la sharía, tiene derecho a tratar de instaurar lo que parezca apropiado, pero entonces debe proponer con claridad un programa electoral que explique las leyes que piensa aprobar para implantarlo, y, si ese partido obtiene la mayoría en unas elecciones libres, tendrá derecho a materializar el programa por el que le votó la gente. Ahora bien, si el partido islamista se hace con el poder y entonces piensa que tiene el deber de imponer su versión de la sharía sin consultar al pueblo, volveríamos a encontrarnos con un Gobierno represor que utiliza la religión como excusa para el despotismo.
Algunos pueden decir que el resultado es el mismo en los dos casos, pero la diferencia de método es importante, porque, cuando el gobernante se somete a la voluntad del pueblo, aplicar la ley es legítimo, pero, cuando impone a los ciudadanos lo que considera la verdad, está usurpando su derecho a escoger las leyes que quieren que rijan sus vidas.
Además, la imposición de una forma de gobierno religiosa varía en función de la mentalidad de la persona que la impone. Pensadores progresistas como Tarek el Bishri y Ahmed Kamal Aboul Magd tienen una concepción muy distinta de lo que es instaurar la sharía de la de los jeques salafistas. El jeque Abu Ishaq el Howeini, por ejemplo, cree que todas las mujeres que estudian en las universidades egipcias son pecadoras, porque lo hacen en las mismas aulas que sus colegas varones. El jeque El Howeini posee también una solución excelente para los problemas económicos de Egipto: invitar a varios países no musulmanes (por ejemplo, Suecia) a convertirse al islam. Si el Gobierno sueco rechaza el islam, Egipto declararía la yihad contra Suecia, y si derrotase al país nórdico y lo invadiera, ofrecería a sus ciudadanos la opción de convertirse al islam o pagar el impuesto de la yizia. La yizia aportada por los suecos estimularía, sin duda, la economía egipcia. Y, si los suecos se negaran tanto a convertirse como a pagar la yizia, continúa, Egipto tendría derecho a hacerlos esclavos. Los esclavos suecos trabajarían a cambio de ropa y comida. Los amos egipcios tendrían derecho a adueñarse de las mujeres suecas, famosas por su belleza, como concubinas, sin necesidad de ningún contrato de matrimonio ni de testigos, porque serían propiedades. Si un egipcio tuviera una concubina sobrante o de la que se hubiera cansado, podría venderla en el mercado de esclavas y gastarse el dinero. Estas extraordinarias opiniones del jeque El Howeini están grabadas, con imagen y sonido. ¿Qué podríamos esperar de un hombre que piensa así si llegase al poder en Egipto y nos impusiera su visión de la religión?
La revolución egipcia se llevó a cabo para liberar a los egipcios de la tiranía y la opresión, y los egipcios no van a aceptar jamás que les cambien el despotismo político por un despotismo religioso. Si los islamistas quieren llevar a cabo su programa político, deben presentárselo con claridad a los ciudadanos, que en un sistema democrático poseen la soberanía total. Si los votantes escogen el programa islamista, será la voluntad del pueblo. Pero si la gente lo rechaza, nadie tendrá derecho a imponerlo, sean cuales sean sus razones y justificaciones.
La solución es la democracia.
Alaa al Aswany, escritor egipcio. Su último libro publicado en España es Egipto: Las claves de una revolución inevitable (Círculo de Lectores, 2011). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.