La singularidad valenciana

La valenciana es la única de las cinco comunidades autónomas con lengua propia de España que no tiene un partido nacionalista en el Gobierno (y a duras penas en el Parlamento autonómico). A mucha distancia de Catalunya, su tejido político es bipartidista. Ello se debe tanto a la nefasta barrera del 5% de los votos a escala regional como a los propios errores del nacionalismo local. Pero más allá de este hecho y con un mérito indudable, la Comunidad Valenciana no es en absoluto una "Nueva Castilla", ni tampoco la tierra de promisión que algunos sueñan con redimir. El error se halla en equiparar política y sociedad de forma automática. Valencia, en esto, también es muy italiana. Y compleja. Que, pese a todo, la valenciana es una sociedad singular, lo demuestra el barómetro del 2007 de la Fundació Audiències de la Comunicació i la Cultura para el País Valenciano, que Salvador Cardús presentó hace poco. Sus datos muestran que, hoy, la elite del país es valencianohablante. El 26% de estos asisten a exposiciones, contra un 15% de los castellanohablantes. El 18% de los primeros (por sólo el 11% de los segundos) es consumidor habitual de espectáculos, y casi un tercio de quienes hablan usualmente la lengua propia (contra el 19% de los que se expresan sólo en castellano) va a conciertos. Incluso entre los lectores de libros, los valencianohablantes superan en cinco puntos a los castellanohablantes. El dato es toda una novedad. Hace cuarenta años, el prestigio social se asociaba al castellano. Hoy, en cambio, los valencianohablantes son un grupo dinámico e impulsor de modas y tendencias. Junto a ello, empresas como Mercadona y Consum, líderes de la distribución alimentaria, utilizan el valenciano de forma habitual en su política comercial y en el club de baloncesto de la división de honor, el Pamesa Valencia, que muestra su página web en valenciano. Las instituciones, como siempre, van más despacio.

Hasta cierto punto, Joan Fuster puede descansar en paz: sus ideas han permitido crear una elite que ha alterado sustancialmente la percepción generalizada sobre quienes hablan a sus hijos en valenciano. Pero Fuster se equivocó al no ser capaz de proponer un método para entroncar esta elite emergente con la raíz popular que fue, no lo olvidemos, la que permitió sobrevivir a esta singularidad valenciana durante siglos.

Estos años deberían haber sido suficientes para entender que la valenciana no podrá (ni tal vez quiera) ser una sociedad como la catalana. Pero tampoco se extinguirá su singularidad produciéndose su disolución en el magma de matriz castellana. Desde un punto de vista social y cultural, la Valencia de hoy no se parece en nada a la de hace cuarenta años. Pero, curiosamente, desde un punto de vista político, las diferencias con la Valencia de hace un siglo son mucho menores, y ello explica muchas cosas de la política actual y del éxito electoral de quien gobierna, visionario de este hecho. Ha habido un cierto malestar con España. Rectifico: con el papel que España ha reservado siempre a la sociedad valenciana. Desde principios del siglo XX, subyace en ella lo que Blasco Ibáñez definió como la "agitación moral de los valencianos: pelear por sentimientos mal razonados, pero hondamente sentidos", agitación que se manifestaba ante el abandono de Valencia, su falta de infraestructuras y las escasas inversiones recibidas por el Estado. El calor regionalista nacido de aquella "democracia impetuosa, igualitaria y enamorada de los ideales nuevos" (frase con la que Blasco Ibáñez definió a la Valencia de 1907) ha anidado en esta sociedad, y quien gobierne en Valencia (el PP) y en Madrid (el PSOE) tendrá que lidiar con este hecho. La novedad valenciana es que, por primera vez, junto a este sentido de reivindicar lo justo y necesario para la "región", un sentimiento netamente anticentralista en lo económico, existe ahora una elite leal a la lengua propia y habituada a un entorno cultural activo.

El gran experimento valenciano, el proyecto más ambicioso de los próximos años sería el de aunar ambos componentes. Suena regeneracionista, pero es verdad: hacia dentro y hacia fuera. Y tal vez podría servir de ejemplo para alguna de las otras cuatro comunidades "particulares", legalmente hablando, que tiene España.

Josep Vicent Boira, profesor titular de Geografía Urbana de la Universidad de Valencia.