La socialdemocracia le gana al socialismo democrático

Solía ser una regla sobreentendida de la política estadounidense que un socialista nunca podía calificar para el máximo cargo nacional. Pero ahora un autoproclamado “socialista democrático”, el senador estadounidense Bernie Sanders, es el principal candidato para la nominación presidencial demócrata. ¿Estados Unidos debería abrazar el cambio?

Para los demócratas, las primarias significan mucho más que el presidente norteamericano, Donald Trump. El impulso de Sanders refleja un anhelo de soluciones radicales a problemas económicos estructurales graves. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la economía estadounidense se volvió marcadamente más productiva, y los salarios de todos los trabajadores –más allá de la educación- crecieron por encima del 2% anual, en promedio. Pero hoy eso ya no sucede.

En las últimas cuatro décadas, el crecimiento de la productividad ha sido deslucido, el crecimiento económico se ha desacelerado y un porcentaje cada vez mayor de las ganancias ha ido a manos de los dueños del capital y a aquellas personas con un alto nivel educativo. Mientras tanto, los salarios medianos se han estancado, y los salarios reales (ajustados por inflación) de los trabajadores con una educación secundaria o inferior, en realidad, han caído. Sólo unas pocas empresas (y sus propietarios) dominan gran parte de la economía. El 0,1% superior de la distribución de ingresos acapara más del 11% del ingreso nacional, por encima de apenas el 2,5% en los años 1970.

Ahora bien, ¿el socialismo democrático ofrece una cura para estos males? En tanto una ideología que considera a la economía de mercado como inherentemente injusta, des-igualadora e incorregible, su solución es recortar el sustento más importante de ese sistema: la propiedad privada de los medios de producción. En lugar de un sistema en el que las empresas y todos sus equipos y maquinaras estén en manos de un pequeño grupo de propietarios, los socialistas democráticos preferirían una “democracia económica”, en la cual las empresas estarían controladas o por sus trabajadores o por una estructura administrativa operada por el estado.

Los socialistas democráticos contrastan su sistema imaginado con la marca de estilo soviético. El suyo, sostienen, se puede lograr plenamente por medios democráticos. Pero la mayoría de los intentos recientes de socializar la producción (en América Latina) han dependido de acuerdos antidemocráticos. Y eso apunta a otro problema que plantea el actual debate en Estados Unidos: el socialismo democrático se ha confundido con la socialdemocracia. Y, desafortunadamente, Sanders ha contribuido a esta confusión.

La socialdemocracia se refiere al marco de políticas que surgió y cundió en Europa, especialmente en los países nórdicos, en el curso del siglo XX. También se centró en controlar los excesos de la economía de mercado, reduciendo la desigualdad y mejorando las condiciones de vida para los menos afortunados. Pero mientras que los socialistas democráticos de Estados Unidos como Sanders suelen citar a la socialdemocracia nórdica como su modelo, existen, en verdad, diferencias profundas y significativas entre los dos sistemas. Dicho simplemente, la socialdemocracia europea es un sistema para regular la economía de mercado, no suplantarla.

Para entender cómo ha evolucionado la política socialdemócrata, consideremos el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Suecia (SAP), que se distanció tempranamente de la ideología marxista y del Partido Comunista. Uno de los primeros líderes, y más formativos, de SAP, Hjalmar Branting, ofreció una plataforma que atraía no sólo a los trabajadores industriales sino también a la clase media.

Más importante, SAP compitió por el poder por medios democráticos, trabajando al interior del sistema para mejorar las condiciones de la mayoría de los suecos. En la primera elección luego del estallido de la Gran Depresión, el líder de SAP Per Albin Hansson presentó al partido como el “hogar del pueblo” y ofreció una agenda inclusiva. Los votantes recompensaron a SAP con un porcentaje considerablemente alto del voto, el 41,7%, permitiéndole formar una coalición de gobierno con el Partido Agrario. Luego de otra victoria electoral abrumadora, en 1938 SAP organizó una reunión de representantes de empresas, sindicatos, agricultores y el gobierno. Ese encuentro, en la ciudad de Saltsjöbaden, dio inicio una era de relaciones laborales cooperativas que definiría la economía sueca durante décadas.

Un pilar central del compacto socialdemócrata sueco fue un acuerdo salarial centralizado. Según el modelo de Rehn-Meidner (así llamado por dos economistas suecos contemporáneos), los sindicatos y las asociaciones empresariales negociaron los salarios a nivel de la industria, y el estado mantuvo políticas activas de mercado laboral y de asistencia social, invirtiendo a la vez en capacitación de los trabajadores y en educación pública. El resultado fue una compresión salarial significativa: todos los trabajadores que hacían el mismo trabajo cobraban el mismo salario, más allá de su nivel de formación o la rentabilidad de su empresa.

Lejos de socializar los medios de producción, este sistema respaldó la economía de mercado, porque permitió que las empresas productivas florecieran, invirtieran y se expandieran a expensas de sus rivales menos competitivas. Con los salarios fijados a nivel de toda la industria, una empresa que aumentaba su productividad podía quedarse con las recompensas resultantes (ganancias). Lógicamente, la productividad sueca bajo este sistema creció sostenidamente, y las empresas suecas se volvieron sumamente competitivas en los mercados exportadores. Mientras tanto, se desarrollaron instituciones similares en otros países nórdicos –en algunos casos ilustrativos, introducidas no por los socialistas o los socialdemócratas sino por gobiernos de centroderecha.

La socialdemocracia, entendida ampliamente, se transformó en el cimiento de la prosperidad de posguerra en todas partes en el mundo industrializado. Eso incluye a Estados Unidos, donde el Nuevo Trato y las reformas subsiguientes fortalecieron o introdujeron componentes importantes del compacto socialdemócrata, entre ellos la negociación colectiva, las políticas de asistencia social y la educación pública.

Cuando las corrientes intelectuales y políticas se desviaron del compacto socialdemócrata basado en el mercado, las cosas no resultaron del todo bien. A partir de fines de los años 1960, los sindicatos suecos y daneses, bajo la influencia de fuerzas de izquierda más radicales, abrazaron el socialismo democrático y empezaron a exigir una democracia económica y un control directo de las ganancias. En Suecia, esto condujo a negociaciones intensas con las empresas y a la introducción de “fondos de inversión de los asalariados”, por los cuales partes de las ganancias corporativas (por lo general en forma de nuevas emisiones de acciones) eran colocadas en fondos a nivel corporativo para los trabajadores. Este cambio destruyó el acuerdo cooperativo entre las empresas y los sindicatos, y distorsionó los incentivos que anteriormente habían impulsado la inversión y el crecimiento de la productividad. A comienzo de los años 1990, los errores del sistema se habían vuelto evidentes y se lo abandonó debidamente.

Cuando las corrientes intelectuales de libre mercado condujeron a desviaciones hacia la derecha del compacto socialdemócrata, los resultados fueron igual de malos. La desigualdad se amplió en medio de un desempeño de la productividad igualmente tibio, mientras las redes de seguridad social quedaron hechas jirones.

Lo que se necesita, entonces, no es fundamentalismo de mercado o socialismo democrático, sino socialdemocracia. Estados Unidos necesita una regulación efectiva para controlar el poder de mercado concentrado. Los trabajadores necesitan tener más voz, y es necesario fortalecer los servicios públicos y la red de seguridad. Por último, pero no menos importante, Estados Unidos necesita una nueva política de tecnología para garantizar que la trayectoria del desarrollo económico beneficie a todos.

Nada de esto se puede alcanzar socializando las empresas, especialmente en una era de globalización y compañías lideradas por la tecnología. El mercado debe ser regulado, no marginado.

Daron Acemoglu, Professor of Economics at MIT, is co-author (with James A. Robinson) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty and The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty.

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