Cualquiera que sepa cómo funciona la Red no preguntaría sobre quién o quiénes están detrás de las jornadas de movilización y protestas que se han originado en España a partir del pasado 15 de mayo. Sociólogos despistados y políticos desconfiados han encontrado la gran explicación: "Son antisistema". Más o menos algo así como son jóvenes okupas que, de pronto, y movidos por una mano oculta, han decidido tirarse a la calle con el afán de molestar. ¡Qué error y qué horror de interpretación!
Desde que empezó la crisis económica, que ha azotado y sigue azotando a nuestra economía, con casi cinco millones de parados, el 45% de ellos jóvenes, se ha venido oyendo que lo sorprendente era que la gente no protestara, acusando a la sociedad española de indolente y de despreocupada por su futuro y por sus posibilidades de ganarse la vida en nuestro país. Pues bien, habiéndonos extrañado de que la gente no se echara a la calle, como había ocurrido en otros países de nuestro entorno, ahora que un nutrido grupo de jóvenes se ha tirado a las plazas públicas de muchas ciudades españolas, la respuesta que damos es: "Van contra el sistema".
No hay duda de que ese movimiento intentará ser fagocitado por algunos que pretenderán transformar los motivos que han movido a esos jóvenes a protestar en votos para sus respectivas formaciones políticas. Pero ese no es el debate ahora. No toca saber quién está detrás de ellos o quién pretenderá llevarlos a su terreno. La pregunta pertinente en este caso sería la siguiente: ¿hay motivos para la protesta? Pretender buscar al autor o autores de la manifestación es desconocer el mundo en el que vivimos. Aunque alguien lance un mensaje por cualquiera de las redes sociales, y solamente tenga 100 seguidores, es posible que cada uno de esos 100 tenga 200 o 300 que sienten, piensan y desean las mismas cosas. Y ese fenómeno produce un efecto exponencial que trae como consecuencia que ya no se necesiten intermediarios para realizar una manifestación más o menos multitudinaria. Ya, con la Red, no hay un intermediario, sea este un partido, un sindicato o una organización del tipo que sea. Ahora lo que tenemos son miles de intermediarios que se autoconvocan gracias a la libertad que existe en Internet y gracias a que la Red sigue siendo libre, cosa que, por cierto, es una de las claves que ayudan a comprender el motivo inicial de las protestas.
Si hay motivos, y parece que todos éramos conscientes de que la crisis se ceba con muchos ciudadanos, parece lógico y natural que los más jóvenes, los ciudadanos del siglo XXI, utilicen las tecnologías y herramientas del siglo XXI para manifestar sus protestas y sus inquietudes. No parece alejado de la realidad decir que ciudadanos indignados, más tecnologías del siglo XXI, es igual a un cóctel explosivo que no tiene por qué estallar si quienes se dedican a la política, y sobre todo a la política desde una concepción de izquierdas, son capaces de conectar con esos jóvenes para establecer con ellos y con el resto de la sociedad una relación política propia del siglo en el que estamos. El esquema tradicional de: tú me votas cada cuatro años y nadie te vuelve a pedir opinión hasta las elecciones siguientes ya no sirve para hacer una nueva política, porque en la era de Internet, donde todo es inmediatez y velocidad, cuatro años es una eternidad.
Quienes no entiendan que estamos viviendo en una sociedad nueva, donde existe una sociedad invisible en la Red, seguirán buscando a los líderes de ese tipo de movimiento que tanto ha sorprendido a algunos. Esa sociedad invisible está abarrotada de emprendedores, pero no en el sentido que se le da a esa palabra por parte de la derecha política, sino en el de gente que quiere cambiar el mundo y que saben que, ahora, desde el más humilde rincón de España, sin tener un nombre reconocible, se pueden dar ideas que intenten cambiar la realidad, porque se ha democratizado la posibilidad de tener seguidores sin tener un papel predominante o sin tener un apellido fulgurante que acompañe cualquier tipo de propuesta. Lo fantástico de lo que está ocurriendo en estos momentos, no solo en España, sino en otros rincones del planeta, es que es posible pensar que, desde un pequeño pueblo, desde un alejado rincón, cualquiera, con ideas y usando las nuevas herramientas tecnológicas, se puede contribuir a cambiar las cosas.
Como consecuencia del cambio social que se está produciendo en el mundo desde que apareció Internet, resulta obligatorio hacer el ejercicio de reinventarnos para adaptarnos. Nos estamos adaptando como ciudadanos y como trabajadores; desde el concepto de privacidad que ha cambiado con la aparición de la telefonía móvil, pasando por el concepto de identidad, tiempo, fronteras, distancia, comunicación, periodismo, etcétera, todo ha cambiado. Si a quien trabajaba en actividades económicas que hoy aparecen como obsoletas le decimos que tiene la obligación de reinventarse, no se entiende que los partidos políticos, la forma de gobernar y la propia democracia no se reinventen en la misma medida que se les exige a los demás. Un cirujano de principios del siglo XX tendría muy difícil reconocer un quirófano del siglo XXI, pero un político de principios del XX reconocería fácilmente una campaña electoral de 2011, por la sencilla razón de que poco o nada ha cambiado respecto a las campañas que él hacía hace 100 años. Se sigue cuidando y mimando la agenda mediática tradicional, pero se ignora, cuando no se desprecia, a los medios de comunicación individuales que se manifiestan diariamente durante las 24 horas del día en la Red. Y esa forma de gobernar, ignorando la nueva realidad, provoca desencuentros difíciles de remediar en la nueva democracia, donde nadie es menos que nadie y donde cualquiera, con algunas ideas, tiene su sitio en los foros donde se conforman las opiniones de la nueva sociedad.
Ha surgido una sociedad invisible formada por nuevos emprendedores, entendiendo como tales algo muy diferente al empresario tradicional. Emprendedores que quieren cambiar el statu quo y las formas clásicas de crear. A esa sociedad invisible ya no se le puede mantener ni en el silencio ni en el olvido. Para cambiar el mundo ya no hay que ser solo jefe de Estado o de Gobierno, o dirigente de un partido político, o intelectual de renombre. Los componentes de la sociedad invisible reclaman su papel en esta nueva sociedad porque se consideran, y lo son, creadores del siglo XXI que, hasta ahora, habían sido despreciados o calumniados por los creadores del siglo XX. La articulación de esta nueva sociedad ya no es solo cuestión de grupos, sino de individualidades; tratar de conducir a esas individualidades por el callejón es tan imposible como pretender llevar a una panda de gatos por un camino, alineados y en orden.
Esta es la nueva realidad. Los componentes de la nueva sociedad ya no quieren participar en política cada cuatro años, porque lo que han aprendido con la Red es que, ahora, pueden hacerlo instantánea e inmediatamente. Y eso es posible gracias a que no existe la censura en la misma. La posibilidad de que la censura haga acto de aparición es lo que aterra a los usuarios de esa Red. Y por ahí empezó todo, por el enojo de los internautas más avanzados, que vieron peligrar los derechos de los usuarios cuando, en lugar de escucharles y debatir con ellos, se les llamó piratas.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura.