La soledad de Israel. Hasta el final de los tiempos

La soledad de Israel es el título del último libro del filósofo Bernard-Henri Lévy, publicado en Francia el pasado marzo. Acaba de aparecer aquí (Ed. La Esfera). En ningún otro se encontrará mejor descrita la historia y naturaleza de «esa pequeña gran nación». Lo escribió su autor a raíz de los sucesos del 7 de octubre de 2023, el más atroz exterminio de judíos desde la Shoah.

Va a hacer ya un año, pero se diría que el tiempo se detuvo entonces. No solo para quienes esperan la liberación de los secuestrados, unos 50, se cree, de los más de 300 que los milicianos de Hamas tomaron como rehenes, tras acabar de la forma más inhumana con la vida de otros 1.200 judíos. Torturados y violados, decapitados y eviscerados por una horda aleccionada para causar el terror. No sólo, decía, para ellos el tiempo se ha suspendido. El mundo entero parece llevar un año conteniendo la respiración. Hoy más que nunca. Si Rusia persigue «únicamente» anexionarse Ucrania, el número de quienes desean borrar del mapa a Israel es infinito. Lévy lo llama «el acontecimiento»: «Un `acontecimiento', según Schürmann, ese filósofo tan desconocido cuyo pensamiento encuentra su origen en las sombras de la Alemania nazi y, particularmente, en un diálogo con Heidegger, tiene como principal característica la de ser algo inédito en su forma». Como inéditas son las consecuencias.

La soledad de Israel. Hasta el final de los tiempos
Toño Benavides

Y así, prosigue Lévy, a ese primer acontecimiento ha sucedido un segundo, no menos terrorífico: el olvido. De víctima de un genocidio, Israel ha pasado a ser considerado genocida, de París a los campus de las universidades de la Ivy League, pasando por todos los gobiernos populistas de la América latina y una parte del de España.

Lévy se fija, como francés, claro, en Jean-Luc Mélenchon, ese «radical de pacotilla, viejo socialdemócrata». «El mismo 7 de octubre se abstuvo de condenar a Hamas, rechazó hablar de terrorismo para referirse a las víctimas y esperó tres días para atacar al Consejo Representativo de las Instituciones Judías cuando este decidió manifestarse, 'alineándose con el Gobierno de extrema derecha israelí'». Aquí podrían citarse a la diputada Ione Belarra, la ministra Sira Riga y tanti quanti.

Ese argumento («el Gobierno derechista de Netanyahu) también se repite a diario en ciertos medios españoles, y algunos de los miembros del Gobierno español, diputados y alborotadores populistas lo extreman en exhibiciones «que los sitúan en la sucia tradición del antisemitismo francés de izquierda de la época del caso Dreyfus».

Naturalmente Lévy no elude los asuntos más controvertidos: «No voy a salir con evasivas». La proporcionalidad en la respuesta de Israel (la destrucción de Gaza y ahora de Líbano) y las cifras de muertes (dando por buena la fuente de Hamas, que siempre miente). Y especialmente la muerte insoportable, más injusta que ninguna otra, de niños. Inocentes netos. Las detendría el famoso «entendimiento» de Pedro Grullo, nuestro Talleyrand («exigimos la paz y para ello es necesario que cesen las hostilidades por ambas partes»). De acuerdo, objeta Lévy: no sin antes establecer las bases de un acuerdo, que pasa «necesariamente» por la liberación de los rehenes, inicio de esta guerra. Todo lo que no sea esto, insiste, será otra victoria más de Hamas, después de las logradas en medio mundo, incluida la del Parlamento español, que premió su acción con el reconocimiento de ese Estado palestino del que por supuesto forma parte Hamas y cuantos de grado o a la fuerza sufren sus políticas a un tiempo criminales y suicidas.

¿Dos Estados, judío y palestino? Por supuesto. Lévy los defiende desde antes de que Pedro Grullo naciera, «siempre que no se nieguen los derechos de uno de ellos, o sea, del israelí, a su reconocimiento y a la seguridad básica». Y porque es necesario, recuerda también a Roman Gary: «El patriotismo es el amor por los propios; el nacionalismo y el chovinismo, el odio a los demás» (anteayer mismo: el Parlamento iraní reclamando a voz en grito y puño en alto, una vez más, la destrucción de Israel y de los Estados Unidos, y la eterna consigna: «Una Palestina desde el río hasta el mar»).

Hoy todavía un número significativo de judíos se manifiestan en Tel Aviv pidiendo al Gobierno (al que apoya el 80% de sus conciudadanos) el alto el fuego que permita negociar la liberación de los rehenes. ¿Y en Gaza, en Beirut, en Damasco, en Teherán, en...? No se ha visto u oído pedir a ni una sola de las víctimas palestinas la liberación de los rehenes judíos. Ni protestar siquiera, qué menos, por estar siendo utilizadas como escudos humanos en escuelas, hospitales y bloques de viviendas.

Porque el mensaje que Hamas y los clérigos cavernícolas han querido lanzar al mundo el 7 de octubre y teledifunden de Madrid a Nueva York, pasando por Harvard, es el que Lévy resume, consciente de la amenaza que pende sobre nuestra Ilustración, base de un mundo más justo y libre: «No hay lugar en el mundo en el que los judíos estén a salvo. No hay tierra en ese planeta que sirva de refugio para los judíos, eso es lo que anuncia el acontecimiento. En ninguna parte volverá a decir nadie que los judíos pueden vivir como los franceses viven en Francia, los ingleses en Inglaterra y los estadounidenses en Estados Unidos. Y esto será así para siempre, hasta el final de los tiempos. Es una verdad que salta a la vista».

Andrés Trapiello, escritor.

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