El niño de un año muerto de hambre que sus padres enterraron el 29 de mayo en un ángulo apartado del campo de refugiados de Darfur debió de preguntarse por qué sus padres le sacaron de la nada para darle a saborear el dolor del mundo antes de devolverle a otra nada, la de la tierra. Ha abierto sus ojos sobre la violencia. Los ha cerrado sobre la malnutrición y la injusticia. Se ha ido llevándose en su cabecita la imagen de una humanidad fea y horrible, ha sido testigo de qué son capaces los hombres cuando su rapacidad y fanatismo quedan de manifiesto y eligen a sus víctimas entre los más desposeídos, los más débiles y los inocentes como este niño.
Este niño fue enterrado el día en que en el otro extremo del mundo George W. Bush decidió reforzar las sanciones contra el régimen de Sudán, responsable de un genocidio que tiene lugar en el este del país, en Darfur.
Una vez más, el castigo se abate sobre la población, como en la época del embargo contra el Iraq de Sadam. Indudablemente, el jefe del Estado, Omar el Bechir, se sentirá incomodado. Se ve señalado por el dedo por quien ha hecho lo que ya se sabe en Iraq y, sobre todo, ha hecho ahorcar a Sadam. Deberán resolverse pequeños problemas de intendencia, pero el caso es que una vez más la eficacia brillará por su ausencia. Es decir, los refugiados de Darfur, los dos millones de desplazados, los miles de muchachas violadas por las milicias, los 200.000 muertos..., todos ellos no verán cambiada su suerte para mejor por obra y gracia de la varita mágica del gran jefe americano. Se trata de medidas insuficientes y muy tardías. Tal vez se produzca un milagro.
La de Darfur (Casa de los Fur) es una tragedia nacida de un conflicto étnico, político y cultural. Estalló en el 2003 y enfrentaba a poblaciones musulmanas pero no arabófonas del oeste de Sudán a milicias árabes aliadas al Gobierno del presidente Omar el Bechir. Estas milicias se denominan yanyauids (jinetes de la guerra) y son armadas por Jartum, que les ha dado carta blanca para proceder a una limpieza étnica,lo que se ha traducido en violaciones de mujeres, matanzas sistemáticas y barbarie aterradora. Desde el 2004, Estados Unidos ha reconocido que se trata de un genocidio. Además de dos millones de desplazados, hay que recordar a los 230.000 refugiados en Chad y en la República Centroafricana. Detrás de todo eso están el petróleo y el agua, dos recursos esenciales para el país. China, que compra los dos tercios del petróleo de Sudán, le vende armas e incluso ha instalado fábricas en este país donde se fabrica armamento chino. Pese al embargo de las Naciones Unidas, a Rusia no le importa suministrar armas a Jartum y hace caso omiso de la complejidad que entraña la oposición de los habitantes de Darfur a la política racista de Omar el Bechir. La Organización para la Unidad Africana (OUA) ha enviado 7.000 soldados para instaurar la paz, pero son ineficaces y China se alinea con Omar el Bechir, que se niega a que las Naciones Unidas envíen cascos azules a esta región. Y coincidiendo con tales nefastos acontecimientos, no han dejado de registrarse matanzas.
George W. Bush, al castigar al Gobierno de Sudán, ha querido revestirse de una apariencia humanitaria. A la vista de su fracaso en Iraq y del caos que ha provocado, era normal que se preocupara de las gentes a las que se mata con total impunidad desde hace cuatro años. Los niños de Darfur que pugnan por obtener unas gotas de leche de los senos vacíos de sus madres están a salvo: ¡papá Bush ha dado un puñetazo sobre la mesa! ¡El hambre ya no se presentará y los yanyauids temblarán de miedo! En fin, la lección que cabe extraer de esta tragedia es la misma que se descubre en un conflicto más antiguo y sobre todo más difícil y penoso, el que se prolonga desde 1948 en Oriente Medio: la soledad y aislamiento de la justicia.
Algunos conflictos están condenados a entrar en una eternidad cruel. Es el caso del conflicto palestino-israelí que dura, se complica e incrementa los odios y las incomprensiones. La opinión internacional parece agotada por las repercursiones de esta guerra que no se llama por su nombre entre israelíes y palestinos y entre Hamas y Al Fatah. La reciente evolución de la crisis palestino-sirio-libanesa ha complicado aún más las cosas hasta el punto de que la indiferencia sienta sus reales en ciertos espíritus que ya no saben qué pensar con relación al futuro de un posible Estado palestino pues, junto a Hamas y a otras organizaciones islamistas manipuladas por Siria o por Irán, hay un jefe de la Autoridad Palestina que lucha en todos los frentes, interiores y exteriores, un jefe que busca la paz pero que se halla desbordado por movimientos extremistas y que no es comprendido ni ayudado por Israel.
Sabemos que la solución a este problema depende de la en gran parte de la voluntad estadounidense. Todo el mundo aguarda el final de la era Bush para confiar en otras salidas a este conflicto que no deja de enlutar a miles de familias e impide que los países árabes se emancipen. Durante este periodo, el jefe de Estado sirio acaba de ser reelegido con un 97,6% de los votos ¡y debe sentirse muy satisfecho por esta victoria aplastante de la democracia!
Ello podría poner al abrigo a su país frente a un tribunal penal internacional para juzgar a los asesinos de políticos como, por ejemplo, Al Hariri, ex primer ministro libanés.
Tahar Ben Jelloun, escritor. Premio Goncourt 1987. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.