La solidaridad ayudará a derrotar a los terroristas

Abraham D. Sofaer, ex asesor legal del Departamento de Estado de EEUU (ABC, 22/07/05).

LOS atentados del 7-J en Londres suscitaron promesas de solidaridad por parte de todos los líderes del G-8, que permanecieron solemnemente detrás de Tony Blair mientras describía el asesinato y la mutilación de su pueblo. Pero unas declaraciones valientes («no nos intimidarán», «nuestra determinación sólo se ve fortalecida») no pueden empañar la realidad de que los ataques terroristas han socavado deliberada y triunfalmente la determinación de demasiados Estados. La estrategia de dividir la alianza posterior al 11-S mediante atentados contra Estados individuales se basa en una suposición albergada tanto por Bin Laden como por Sadam Husein: que Estados Unidos y sus aliados carecen de capacidad para aceptar las pérdidas.

Por desgracia, la historia corrobora esa suposición. Estados Unidos y otros países occidentales son con frecuencia incapaces de acometer o cumplir objetivos de seguridad colectivos ante emergencias relativamente insignificantes. La larga demora en responder con eficacia a la serie de atentados de Al Qaida perpetrados entre 1993 y 2000 confirmó la idea de Bin Laden de que, causando víctimas de forma constante, podía expulsarse a las tropas de países occidentales de las naciones islámicas. Sadam sabía que perdería una guerra convencional, pero contaba con un desenlace triunfal gracias a una insurgencia que provocara suficientes víctimas como para minar la determinación internacional.

Los asesinatos y los secuestros terroristas han hecho salir a varios Estados de la alianza de Irak y provocado que otros moderen su compromiso. Los atentados en España el 11 de marzo de 2004, similares en diseño y objetivo a los de Londres, ayudaron a que saliera elegido un gobierno comprometido con la retirada de las tropas de Irak. Filipinas evacuó a sus tropas cuando los terroristas atraparon y amenazaron con matar a uno de sus ciudadanos. De los 48 estados que integraban la coalición original quedan 25, y cinco de ellos tienen intención de recortar o finalizar su apoyo en 2005. EE.UU. y Gran Bretaña se han mantenido firmes, pero unas importantes bajas y los elevados costes han erosionado el apoyo político en ambos países. Blair eludió el destino de Aznar porque su rival conservador apoyaba a la alianza. Berlusconi no jugará con esa ventaja en las próximas elecciones y, a menos que se haga algo para alterar los cálculos de los terroristas, éstos intentarán socavarle infligiendo daños en el momento adecuado.

Las bombas de Londres provocaron repugnancia y determinación. Pero a menos que se pueda convencer a los países amenazados por el terrorismo de que respondan con hechos que demuestren una verdadera determinación, los terroristas se harán más fuertes. Es hora de que la comunidad internacional acepte que la acción colectiva en Irak ya no se puede considerar ilegal o ilegítima; que, por marginal que haya parecido Irak para la guerra contra el terrorismo en 2002, ahora es esencial para esa batalla; y que la verdadera solidaridad en Irak garantizaría un resultado aceptable, ayudaría a restablecer la credibilidad de la seguridad colectiva, y desalentaría al terrorismo, en lugar de recompensarlo.

Francia, Alemania y otros veían la guerra de Irak como algo ilegítimo, ya que no contaba con el visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU. La presente actividad en Irak goza del apoyo inequívoco del Consejo. Ha alentado la transición con un Gobierno provisional, unas elecciones directas y la formación de un ejecutivo de transición responsable de redactar una Constitución y celebrar unas elecciones que conduzcan a un Gobierno elegido constitucionalmente. En su Resolución 1.546, el Consejo aprobó este proceso, reafirmó «el derecho del pueblo iraquí a decidir libremente su futuro político y a controlar sus recursos naturales», y aprobó el papel en la seguridad de las fuerzas internacionales a petición del Gobierno provisional. Ya es hora de dejar de utilizar la acusación de ilegitimidad para evitar secundar lo que se está haciendo actualmente en Irak. Según la Carta de la ONU, ahora es legal y legítimo aportar recursos militares o de otro tipo para potenciar la seguridad en el país.

Independientemente de si derrocar a Sadam formaba parte de la guerra contra el terrorismo o no, el desafío actual en Irak es impedir que los terroristas nieguen a los ciudadanos un gobierno democrático. La insurgencia es una minoría ilegítima, que utiliza métodos que violan los principios más básicos de la ley humanitaria. Su líder, Abu Musab Al-Zarqawi, es miembro de Al Qaida y seguidor de Bin Laden. Ya es hora de dejar de fingir que Irak no forma parte de la guerra contra el terrorismo. Combatirlo es la respuesta más eficaz a los atentados que pretenden dividir a los Estados amenazados por el terror. La comunidad internacional debe reconocer que es de interés nacional el apoyar la seguridad de Irak, al igual que la de Afganistán. Si cada Estado amenazado o atacado aumenta su compromiso con la lucha, mejorará la seguridad de todos los países.

La idea de que la guerra en Irak ha hecho que el mundo esté más a merced del terrorismo es un razonamiento infundado para abandonar un objetivo esencial. Cada nuevo acto de terrorismo puede usarse de forma conveniente y falaz para demostrar esa idea, como si no se hubiera producido en otras circunstancias. Hoy no nos enfrentamos a las consecuencias de lo que hemos hecho en Afganistán e Irak, sino con los efectos de no haber conseguido acabar con el gobierno de Sadam en 1991, y de haber permitido que Al Qaida avanzara en sus objetivos ocho años después de haber dejado claras sus intenciones. Un esfuerzo colectivo en Irak sería de enorme ayuda para alcanzar un nivel adecuado de seguridad en el país. Ese mayor compromiso no tiene por qué ser militar; el control fronterizo y la preparación en seguridad son requisitos cruciales. Los Estados musulmanes podrían aportar una fuerza multilateral capaz de proteger a diplomáticos y misiones. Lo importante es que la cooperación sea firme, generalizada y abiertamente reconocida.