La solución al enigma de la productividad

Hace años que la falta de aumento de la productividad en Estados Unidos y otras economías avanzadas es uno de los grandes enigmas de la economía. Los economistas han propuesto una variedad de explicaciones, entre ellas errores de medición, “estancamiento secular” o que las últimas innovaciones tecnológicas no son tan productivas.

Pero tal vez la solución al enigma esté en comprender las interacciones económicas, en vez de buscar una única causa. Y puede que en ese sentido por fin estemos comprendiendo las razones de esta desaceleración.

Tras un examen del decenio que siguió a la crisis financiera de 2008 (un período que se destaca por un marcado deterioro del incremento de la productividad en muchas economías avanzadas), hemos identificado tres aspectos sobresalientes: un crecimiento históricamente bajo de la intensidad de uso del capital; la digitalización; y una débil recuperación de la demanda. Combinados, ayudan a explicar por qué el aumento anual de la productividad se redujo un 80%, en promedio, entre 2010 y 2014, llegando a 0,5% desde el 2,4% de la década anterior.

Comencemos con la histórica desaceleración de la intensidad de uso del capital (una indicación del acceso de la mano de obra a maquinarias, herramientas y equipos), cuyo crecimiento en promedio se redujo, e incluso se negativizó en Estados Unidos.

En el período que va de 2000 a 2004, la intensidad de uso del capital en Estados Unidos tuvo un crecimiento anual compuesto del 3,6%. Entre 2010 y 2014, hubo una disminución anual compuesta del 0,4%; fue el peor desempeño del período de posguerra. Este factor, en un análisis de los componentes de la productividad de la mano de obra, permite explicar la mitad o más de la desaceleración de la productividad en muchos países, incluido Estados Unidos.

El crecimiento de la intensidad del capital se redujo debido a una sustancial desaceleración de la inversión en equipos y estructuras. Para colmo de males, la inversión pública también viene cayendo. Por ejemplo, entre los años ochenta y el inicio de este siglo, la inversión pública en Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido tuvo una disminución a largo plazo de entre medio y un punto porcentual; después, se mantuvo más o menos estable o disminuyó, lo cual crea importantes falencias en infraestructura.

En tanto, la inversión intangible en áreas como software e investigación y desarrollo se recuperó mucho más rápidamente, tras una caída poscrisis más pequeña y breve en 2009. La continuidad de estas inversiones se debe a la ola de digitalización (el segundo aspecto sobresaliente en este período de escaso aumento de la productividad) que ahora recorre todas las industrias.

Por digitalización entendemos la aplicación de tecnologías digitales (como la computación en la nube, el comercio electrónico, Internet móvil, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la Internet de las Cosas), que ya trasciende la optimización de procesos, y está transformando los modelos de negocios y las cadenas de valor, y desdibujando las divisorias entre industrias. Esta última ola se diferencia del auge de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) de los noventa por la amplitud y la diversidad de las innovaciones: nuevos productos y funciones (por ejemplo, libros digitales y geolocalización en tiempo real), nuevos modos de entrega (por ejemplo, streaming) y nuevos modelos de negocios (por ejemplo, Uber y TaskRabbit).

Pero también hay parecidos, particularmente en lo referido al efecto sobre la productividad. Como dijo el economista Robert Solow, la revolución de las TIC se vio en todas partes, menos en las estadísticas. Al final, la “paradoja de Solow” (como se la bautizó) se resolvió cuando la productividad empezó a despegar en unos pocos sectores (el tecnológico y los de venta minorista y mayorista) en Estados Unidos. Es posible que hoy se esté repitiendo la paradoja de Solow: aunque las tecnologías digitales se ven por todas partes, todavía no se ve que estimulen la productividad.

Una investigación del McKinsey Global Institute muestra que los sectores donde hay gran presencia de la digitalización en los activos, en su utilización y en la capacitación de los trabajadores (por ejemplo el sector tecnológico, los medios y los servicios financieros) tienen alta productividad; pero son relativamente pequeños como proporción del PIB y del empleo, mientras que grandes sectores como la atención de la salud y la venta minorista están mucho menos digitalizados, y también tienden a ser poco productivos.

La investigación del MGI también sugiere que pese a las importantes oportunidades de aumento de la productividad que promete la digitalización, los beneficios aún no se han materializado plenamente. Según una encuesta reciente de McKinsey, está automatizada o digitalizada menos de la tercera parte del núcleo de operaciones, productos y servicios de las empresas globales.

Esto puede deberse a barreras contra la adopción y efectos de retardo, así como a costos de transición. Por ejemplo, en la misma encuesta, empresas que atraviesan procesos de digitalización dijeron que el 17% de la cuota de mercado que tienen en su oferta básica de productos y servicios está expuesta a la competencia caníbal de los productos y servicios digitales de la misma empresa. Además, menos del 10% de la información que se genera dentro de las corporaciones y fluye a través de ellas está digitalizada y disponible para análisis. Conforme aumente la accesibilidad de estos datos (por medio de la tecnología blockchain, la computación en la nube o conexiones con Internet de las Cosas) el uso de nuevos modelos y de la inteligencia artificial permitirá a las corporaciones innovar y hallar oportunidades de inversión novedosas para la creación de valor.

El último aspecto sobresaliente en este período de desaceleración histórica de la productividad es la falta de demanda, que según sabemos por los encargados de tomar decisiones corporativas, es un determinante de las inversiones. Por ejemplo, en una encuesta que hizo el MGI el año pasado se halló que el 47% de las empresas que aumentaron sus presupuestos de inversión lo hicieron debido a incrementos de la demanda o expectativas en ese sentido.

La lenta recuperación de la demanda después de la crisis financiera fue una importante causa de demora de inversiones en todas las industrias. La crisis aumentó la incertidumbre respecto de las trayectorias futuras del consumo y la necesidad de inversiones. En este contexto las empresas decidieron, con razón, postergar las inversiones, y con ellas el aumento de la productividad. Cuando la demanda comenzó a recuperarse, muchas industrias tenían capacidad excedente y margen para crecer y contratar empleados sin necesidad de invertir en nuevos equipos o estructuras. Eso llevó a que en el período que va de 2010 a 2014, el aumento de la intensidad de uso del capital se redujera a mínimos históricos (y eso es el principal factor detrás del escaso crecimiento de la productividad).

Pero conforme más empresas adopten soluciones digitales y aprendan con ellas, y nuevas formas de empleo y oportunidades de inversión fortalezcan la recuperación de la demanda, prevemos que el crecimiento de la productividad se recuperará. Ese incremento depende de una multiplicidad de factores, pero la digitalización, los datos y su análisis (los equivalentes de la máquina de vapor en el siglo XXI) serán lo que impulse y transforme la actividad económica, creando valor y generando un aumento de los ingresos y el bienestar a través de la mejora de la productividad.

James Manyika is Chairman of the McKinsey Global Institute and a senior partner in McKinsey & Company’s San Francisco Office.
Myron Scholes, a Nobel laureate in economics, is the Frank E. Buck Professor of Finance, Emeritus, at the Stanford Graduate School of Business and co-originator of the Black-Scholes options pricing model. Traducción: Esteban Flamini.

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