La sonrisa de Julia Roberts

Por José Antonio Zarazalejos (ABC, 20/02/05):

Juan Campmany, autor del libro «El efecto ZP», relata así su primer encuentro, el 18 de junio de 2001, con el ahora presidente del Gobierno: «Cabe decir que la primera imagen que retengo del líder socialista encaja de lleno en el cliché del personaje: lucía una inacabable sonrisa de oreja a oreja, que a mí me recordó de inmediato la de Julia Roberts».

Siguiendo la estela del hallazgo comparativo de Juan Campmany, en esa sonrisa presidencial sigue concentrándose todo el capital político de José Luis Rodríguez Zapatero. Para unos -muchos- se trata de un patrimonio demasiado corto; para otros, supongo que también muchos, la sonrisa de ZP tiene aún grandes potencialidades. ¿Cuáles? Las de la imagen, las de una percepción cercana, amable y cordial del personaje que facilita la persuasión y conduce a la adhesión.

Sin embargo, esa afable aproximación del protagonista a los ciudadanos y a los problemas que les aquejan puede percibirse también como una grave insinceridad y, por lo tanto, como un ejercicio de simulación si no hay una correspondencia entre la actitud risueña y la naturaleza de las circunstancias que concurren. De ahí a la acusación de cinismo, media un paso. Y el presidente del Gobierno no debe de ser ajeno -salvo que sus colaboradores se lo oculten- a que las cañas de ayer comienzan a tornarse lanzas hoy.

Si algún asunto deteriora la imagen de un dirigente político, es su mal entendimiento del papel que en una sociedad como la nuestra juega la comunicación y, dentro de ella, la información y la opinión políticas. Lo mediático no constituye poder, pero ejerce poder, en feliz expresión de Luis Martín Mingarro. La dominación de ese ejercicio de poder social por la clase política dirigente, sea del signo que fuere, es ilegítima en democracia. No lo es la vigencia y aplicación de determinadas facultades regulatorias que los propios medios precisan que sean ejercidas con ecuanimidad. Si esta ecuanimidad quiebra y los poderes gubernamentales, cada vez mayores y de distinta clase, intervienen en el campo natural del desenvolvimiento de los medios de comunicación, se produce una grave distorsión que acarrea consecuencias indeseables en la calidad democrática de la convivencia.

El Gobierno del PSOE, en los aún pocos meses de su gestión, ha mantenido un comportamiento muy contradictorio y, en algunos casos, francamente incoherente. El desprecio sistemático, por ejemplo, de las indicaciones técnicas contenidas en dictámenes de los órganos consultivos relativos a leyes de gran calado social avisaba de preocupantes rasgos de prepotencia; que se perciben también en la desactivación de determinadas instancias de control judicial sobre asuntos trascendentes para así atrapar un margen de maniobra político temerario. La opacidad informativa ha ganado un impensable terreno en las últimas semanas respecto de entrevistas y conversaciones en la presidencia del Gobierno cuyo conocimiento público era relevante en la formación de la opinión de los medios y los ciudadanos. Y en crisis como la del barrio del Carmelo en Barcelona, se ha llegado a prácticas muy próximas a la censura.

Todos estos son síntomas de una malformación en la concepción del poder político que la sonrisa presidencial no puede camuflar. Y que producen desazón. En esa inquietud habría que entender el insólito pero muy justificado pronunciamiento conjunto de un buen número de editores de prensa, radio y televisión que el lunes pasado enviaron al Gobierno un aviso digno de merecer una atención receptiva en la Moncloa. El motivo de esa iniciativa común ha sido la trastienda que contiene el proyecto de ley de impulso de la televisión digital terrestre, pero la actuación en comandita se ha activado también por la ya muy reiterada comprobación de que el Gobierno de Rodríguez Zapatero está presentando rasgos impositivos cuya única diferencia con los del último Ejecutivo del PP consiste, precisamente, en la sonrisa del presidente.

Por unas razones o por otras, el Gabinete ha quebrado con desparpajo convenciones de política exterior muy importantes para España; se ha enfrentado a la Iglesia hasta el punto de provocar un incidente diplomático por un discurso del Papa mal interpretado por los que lo leyeron en clave política; se está mostrando como interventor en la dirección de grandes compañías privadas y ha perdido fiabilidad al tratar de contentar a todos mediante el imposible procedimiento de las afirmaciones y aquiescencias a planteamientos contradictorios. Existe el fundado temor de que en el ámbito de la regulación de aspectos esenciales para el futuro de la comunicación audiovisual en España pueda ocurrir lo mismo.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero está, pues, abriendo demasiados frentes de manera simultánea. Todos ellos sobre materias delicadas y de gran importancia y repercusión. Permitirse ahora la apertura de un boquete en el flanco de su credibilidad en la relación con los medios de comunicación parece extremadamente torpe porque da la razón a los que de antemano le han negado cualquier tipo de colaboración y decepciona a aquellos otros que, practicando siempre políticas informativas y editoriales de responsabilidad sobre las grandes cuestiones de Estado, quedan desalentados ante decisiones sectarias. Debiera bastar esta última reflexión para que el Ejecutivo entendiera que perseverar en el error -aunque haya quien jalee empantanarse en el yerro- es jugar a plazo corto y autolimitar su capacidad de interlocución.

El futuro plantea a nuestro país grandes retos que hay que encarar con un alto grado de entendimiento y acuerdo. Además de los desafíos políticos ya conocidos, en el horizonte cercano aparecen otros que se relacionan directamente con la modernización de la sociedad española y de su economía. La digitalización de nuestro país, en la que los medios de comunicación son tractores decisivos, es la última, por el momento, revolución tecnológica que, además, lo va a ser de la gestión del conocimiento porque alterará todos los procesos de transmisión de información, universalizará la interactividad y producirá grandes transformaciones en los hábitos colectivos. No es sensato que a esa cita se acuda tarde y mal por lo que a los medios de comunicación se refiere. Y para evitarlo, el Gobierno tiene que ejercer sus facultades de regulación y ordenación con una suerte de actitud que sea irreprochable. Lo que excluye el interés partidista, el amiguismo, las decisiones sectarias, la imposición gratuita o la arbitrariedad, que son comportamientos inadmisibles tanto con sonrisa como sin ella. Aunque se parezca tanto a la de Julia Roberts.