La sorpresa de Irán

La revuelta en Irán ha tomado por sorpresa a casi todo el mundo, incluyendo a sus propios actores. «Irán siempre ha tenido la capacidad de sorprender», indica Gary Sick, de la Universidad de Columbia.

Se esperaba que Mahmud Ahmadineyad fuese reelegido y que lograse su victoria por un margen estrecho. Pero desde días antes de las elecciones hasta que se anunciaron los resultados (62,63% de victoria para el actual presidente sobre 33,75% para el opositor Mir Husein Musaví) emergió un proceso que tendrá serios impactos para el régimen político-religioso de la República Islámica y para Oriente Medio.

El detonante fue la sensación de fraude electoral. Diversos análisis electorales indican esa posibilidad. El más evidente es que Ahmadineyad podría haber triunfado, pero dado el peso que Musaví -un conservador reformista- ganó en las últimas semanas, y la participación social que tuvo su campaña es difícil creer que el candidato oficial lograse una diferencia de 11 millones de votos. Ahmadineyad es popular en el sector rural, ha puesto en marcha planes de pensiones, contra la pobreza y la corrupción, y maneja un discurso nacionalista que produce fuertes adhesiones.

Falta de representación
Pero aunque el fraude fuese parcial o no existiese, la democracia no funciona sólo por votos. Las percepciones de representación de los ciudadanos son importantes. Un grupo social puede aceptar que su candidato ha perdido las elecciones si cree que sus intereses y demandas van a estar representadas en la espera pública, por ejemplo, en el parlamento y medios de comunicación libres.

En Irán, un amplio sector de ciudadanos no sólo considera que le han robado el voto, sino que las críticas que han expresado con su apoyo a Musaví no van a ser escuchadas por las instituciones ni podrán ser expresadas en los medios. Además, sienten que han perdido oportunidades y derechos, y por ello han decidido que vale la pena arriesgarse a la represión o la muerte. La gente en la calle y su negativa a marcharse pese a las amenazas de baño de sangre del líder máximo, el ayatolá Alí Jamenéi, indican que el Gobierno y el régimen han perdido toda legitimidad. Los manifestantes que empezaron pidiendo que hubiese un recuento de los votos han pasado, gracias a la respuesta negativa del Gobierno, a cuestionar el carácter dictatorial y corrupto del régimen, como indica el experto en el mundo árabe Juan Cole, en su blog Informed comment.

La falta de esfera pública ha dado lugar a una vida paralela para millones de jóvenes, mujeres, estudiantes, profesionales liberales y ciudadanos en general. Muchos posiblemente comparten con el poder el orgullo nacional o las críticas a la dominación e injerencias extranjeras que sufrieron durante la época colonial y postcolonial. El mismo Musaví está a favor de la República Islámica y el plan nuclear que reafirme al país como potencia regional. Pero esos factores no impiden ver que la vida ciudadana ha quedado limitada por convenciones religiosas y represivas, al tiempo que la situación económica empeora y la política exterior del Gobierno ha aislado a Irán.

La retórica de Ahmadineyad no logra ocultar el impacto de la caída del precio del petróleo, la inflación creciente, el alto precio de la vivienda, la ineficacia de la Administración y la represión cultural y de derechos, especialmente de las mujeres y los jóvenes. Estos dos sectores desempeñan un papel muy destacado en las manifestaciones de estos días: son personas que ni pertenecen a la generación en el poder que hizo la revolución contra el sha en 1979, ni son veteranos de la guerra contra Irak en los años 80. Las mujeres cuestionan el segundo plano al que se las condena institucionalmente en un régimen dominado por hombres.

El papel de Estados Unidos
A estos factores internos se suma una especial coyuntura internacional. Por un lado, el papel de Estados Unidos está cambiando. Irán ha tenido una relación muy conflictiva con Washington desde los años 50 pero Barack Obama ha lanzado una fuerte ofensiva para restablecer las relaciones con el mundo árabe y ha ofrecido a Teherán un papel en la resolución de los conflictos afgano e iraquí, diálogo político y un implícito reconocimiento de que podría continuar con su plan nuclear mientras sea para fines civiles.

Paradójicamente, Washington es un protector de Irán, al menos en el medio plazo, frente a un posible ataque militar de Israel. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, considera que el régimen iraní es un peligro para la existencia de Israel e implícitamente ha dado pocos meses de plazo a Obama para que logre detener el plan nuclear iraní. Como indica Trita Parsi, del National Iranian American Council, el fraude electoral va en contra de posibles negociaciones Washington-Teherán sobre el tema nuclear. Esto, a la vez, le da más fuerza al argumento de Netanyahu para atacar Irán en un futuro medio y una excusa para no abrir negociaciones con los palestinos alegando que Teherán apoya a Hamás.

La Casa Blanca quiere mantener el diálogo en el marco de su estrategia global para la región y ha cuidado hasta ahora de no dar un apoyo explícito a Musaví. Pero una represión masiva convertiría en imposible su posición. Por su lado, los manifestantes en la calles de Irán no han mencionado a Estados Unidos (al contrario de lo que, previsiblemente, ha hecho el poder en Teherán denunciando la influencia de Israel, Gran Bretaña y Estados Unidos en la revuelta).

Luchas internas
Las elecciones han mostrado que la sociedad iraní está dividida entre modernizadores y conservadores. Por extensión, la lucha política está situada entre el Gobierno y la creciente oposición a la vez que entre sectores del poder político y religioso.

Musaví era parte del sistema de poder y ha quedado como un líder opositor posiblemente más allá de sus intenciones. El ex presidente Mohammed Jatamí y el ayatolá Alí Akbar Hashemi Rafsanyani están enfrentados al líder máximo, ayatolá Jamenéi, y al presidente Ahmadineyad. Los dos primeros son favorables a flexibilizar el orden interno y la política exterior. Rafsanyani, quien preside la asamblea de expertos que podría reemplazar al líder máximo, ha apoyado económicamente la campaña de Musaví. Familiares de ambos han sido detenidos, y algunos liberados, junto con varios centenares de opositores. Por su parte, el gran ayatolá Alí Montazeri ha criticado la represión.

Jatamí ha indicado que las manifestaciones son un «derecho de las personas», lo que supone un desafío directo al líder máximo Jamenéi. Estas luchas políticas se pueden reflejar también en las posiciones de los diferentes cuerpos armados, como la milicia Basij y la Guardia Revolucionaria Islámica.

Pese a la represión cada vez más dura (entre 10 y 20 muertos según fuentes diversas hasta la noche del domingo), el régimen está intentando prevenir que haya más manifestaciones, ocupando militarmente las calles y censurando la prensa nacional e internacional. A la vez, parece dudar entre detener las protestas con una represión masiva que podría costar la vida de miles de personas, convocar nuevas elecciones, o buscar un pacto por arriba entre reformistas y conservadores que fuese satisfactorio para todos. Al admitir que ha habido irregularidades, pero que no afectarían al resultado total, busca inútilmente ese equilibrio.

Las dos últimas opciones serían una deslegitimación para el líder máximo y abrirían un espacio político a Rafsanyani. La represión masiva provocaría la deslegitimación interna y externa del régimen, un impacto regional muy grave y obligaría al presidente Obama a modificar su estrategia para la región.

Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre (NOREF), en Oslo.