La suerte está echada

El PNV sabía que si la suma de los escaños del PSOE y del PP alcanzaba los 38, no podría formar Gobierno. Exactamente igual que el PP sabía que si no conseguía la mayoría absoluta de los escaños en el Parlamento gallego, continuaría el bipartito, independientemente de la distancia que hubiera entre el PP y el PSdG.

Nadie puede llamarse a engaño. Las reglas bajo las cuales se han celebrado estas elecciones han estado claras para todos, y esas reglas no se puede pretender cambiarlas a posteriori para considerar que la constitución de un determinado Gobierno sería ilegítima. El número 38 en ambos casos es el que daba la posibilidad de formar Gobierno, independientemente de que se consiguiera por un solo partido o mediante la conjunción de dos o más formaciones políticas.

Esta regla de la mayoría parlamentaria en la formación de Gobierno se ha venido aplicando en las elecciones autonómicas y municipales de manera reiterada e ininterrumpida y nunca se ha puesto en cuestión su legitimidad democrática. Únicamente para el Gobierno de la nación no ha sido ensayada todavía la fórmula, habiendo formado Gobierno siempre el partido de ámbito estatal que ha conseguido mayor número de escaños. Pero no hay nada que impida que pueda ensayarse en el futuro, aunque no es fácil que se den las condiciones políticas para que eso pueda producirse.

En lo que a la próxima formación del Gobierno vasco se refiere, no nos encontramos, pues, ante un problema de ausencia de legitimidad, como pretende el PNV tras conocerse el resultado electoral, sino ante una aplicación estricta de la legitimidad propia de los regímenes parlamentarios, que es, por lo demás, la lógica democrática europea.

El argumento de la legitimidad no puede conducir al PNV a ninguna parte que no sea la de dificultar todavía más la reflexión que tiene que hacer sobre por qué se ha metido en el callejón sin salida en el que se ha metido. Porque ha sido el PNV, con su conducta, el que ha acabado conduciendo a que las elecciones en el País Vasco se hayan planteado en los términos en los que se han planteado, como un enfrentamiento entre nacionalistas y no nacionalistas con dos únicos resultados posibles: o ganaban los primeros o ganaban los segundos.

Para el PP, tener que enfrentarse en la mayor parte de comunidades autónomas y municipios él solo contra todos los demás es independiente de su voluntad. No puede hacer nada para evitarlo. Pero, para el PNV, no tenía por qué haber sido así. Ha sido una conducta muy prolongada y muy ambigua del PNV en sus relaciones con el mundo de Batasuna e incluso de ETA la que ha conducido a que así sea.

El PNV forzó la ruptura del pacto de Gobierno con el PSE empezando a votar con Batasuna en el Parlamento vasco a mediados de los 90. A ese primer paso siguió el infausto pacto de Lizarra, que tensó la política no solo en el País Vasco, sino en el conjunto del Estado de una manera irreflexiva e irrazonable. Y después, una vez superado el asalto por parte de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo, y una vez que José María Aznar había dejado de ser presidente del Gobierno y se podía haber planteado la vida política en términos no frentistas, el lendakari Juan José Ibarretxe se empecinó en convertir su reforma del Estatuto de Gernika en el eje de toda la política vasca (no por casualidad la reforma es conocida como plan Ibarretxe). Impuso su reforma en el interior del PNV y no le importó sacarla adelante en el Parlamento vasco con los votos de Batasuna, ni le importó disolver anticipadamente el Parlamento y convocar elecciones al día siguiente de que dicha reforma fuera rechazada por el Congreso de los Diputados, en lo que representaba una suerte de plebiscito sobre su persona y de referendo sobre su plan de reforma estatutaria.

A pesar de que los resultados no le fueron nada favorables y de que, en cierta medida, anticipaban lo que acaba de ocurrir el domingo pasado, el lendakari y, con él, el PNV, no han variado de posición en esta legislatura, con guiños ocasionales y reiterados al mundo aberzale antidemocrático y con propuestas completamente descabelladas por su imposible encaje en la Constitución y en el propio Estatuto de Gernika.
El PNV no solo le ha faltado el respeto a los demás, sino que se ha perdido el respeto a sí mismo. Esta es la razón de que se encuentre en la situación en la que se encuentra. Se le han dado todas las facilidades para que corrigiera el rumbo y no lo ha hecho. A nadie más que a sí mismo puede hacer responsable de que la suerte esté echada.

Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.