La supresión del voto llega a Europa

La supresión del voto apareció por vez primera en los Estados Unidos entre 1885 y 1908, cuando 11 estados sureños promulgaron leyes diseñadas para desalentar o impedir que ex esclavos y sus descendientes participaran en los procesos electorales. Desde entonces, se han intentado estrategias similares en Canadá, Australia e Israel. Y ahora la discriminación electoral puede estar llegando a Europa: varios estados miembros de la Unión Europea están explorando maneras de bloquear o impedir la votación de grupos claves.

Oficialmente hay cerca de 17 millones de ciudadanos de la UE viviendo y trabajando en otro país de la UE (la cuenta real de migrantes intraeuropeos seguramente es mayor). La mayoría de estos migrantes intracomunitarios son más jóvenes y mejor educados que el promedio europeo, y proceden de países económicamente más débiles y más propensos al populismo. De hecho, muchos han migrado precisamente porque son de tendencias más pro-UE y cosmopolitas. No obstante, rara vez sus voces son escuchadas.

No es un accidente. Los patrones de voto en Italia, Hungría, Polonia y Grecia muestran hasta qué grado se han socavado los derechos políticos de los expatriados de la UE. Los partidos gobernantes iliberales saben que estos grupos en la diáspora podrían afectarlos negativamente en lo electoral, y evitan fomentar su participación política o han adoptado activamente pasos para desalentarla.

Piénsese en el caso de Hungría, donde el Primer Ministro Viktor Orbán ha hecho que votar tenga más trabas para los migrantes húngaros en Europa occidental (quienes es más probable que se opongan a Fidesz, su partido), pero más fácil para los húngaros con preferencias por esa formación en otros lugares. Tras la llegada al poder de Fidesz en 2010, se otorgó la ciudadanía a los húngaros étnicos nacidos en Rumanía y Serbia (muchos de los cuales nunca han vivido en Hungría), mientras que se impide a los llamados húngaros occidentales votar por correo, y en su lugar deben hacerlo personalmente en una embajada o un consulado. Los expatriados de Hungría representan más de un 4% del electorado, pero menos de un 15% de ellos votaron en las últimas elecciones generales.

La simple razón es que había demasiado pocos centros de votación. El gobierno de Orbán proporciona solo cuatro en Alemania, tres en el Reino Unido, dos en Italia y Francia, respectivamente, y apenas una en Irlanda, donde residen 9000 ciudadanos húngaros. Muchos potenciales votantes expatriados no pueden o no desean viajar cientos de kilómetros y hacer fila por horas para insertar la papeleta en la urna. Como observa Róbert László, del Instituto Capital Político de Budapest: “Dada la persistente actitud del gobierno [de Orbán] de mantener la discriminación del voto entre diferentes grupos de húngaros en el exterior, podemos suponer que las autoridades saben que facilitar la votación para los migrantes en Europa occidental beneficiaría a la oposición”.

Es una apreciación que parece correcta. En las elecciones de 2019 al Parlamento Europeo, Momentum, un movimiento centrista proeuropeo, alcanzó un 9,9% del total nacional de Hungría, pero un 29% de la diáspora. Del mismo modo, Fidesz alcanzó 11 puntos menos entre la diáspora que su resultado nacional.

Los datos para Italia revelan tendencias semejantes. En las elecciones para la UE del año pasado, el apoyo al europeísta Partido Democrático entre los italianos que viven en el Reino Unido casi duplicó al de sus connacionales en Italia. Al mismo tiempo, el partido Liga, derechista y nacionalista, alcanzó apenas un 11,6% del voto de los italianos que residen en el Reino Unido, muy por debajo de su resultado nacional del 34,3%. Se puede apreciar un patrón similar en la diáspora italiana en Alemania, Francia y España.

El problema es que pocos italianos en el exterior votan. En las elecciones generales italianas de 2018, su participación electoral en los principales cinco países anfitriones fue de alrededor del 30%, comparada con el 73% de los votantes italianos en general. Y en las elecciones de la UE, apenas un 7% de los 1,6 millones de expatriados elegibles votó, frente al 54% de los italianos en el país. Así, si la participación de los italianos en el exterior hubiera sido la misma que la de los que viven en Italia (suponiendo la misma distribución de votos), los partidos nacionalistas de derechas (la Liga y Hermanos de Italia), habrían seguido recibiendo la mayoría de los votos, pero su ventaja sobre los partidos progresistas pro-UE habría sido 1,5 puntos porcentuales más baja.

Algo parecido habría ocurrido en las elecciones generales polacas de octubre de 2019, en las que el partido gobernante euroescéptico Ley y Justicia (PiS) obtuvo el 43,6% del Sejm, seguido por la coalición pro-UE con un 27,4%. Pero en la diáspora polaca estas proporciones se invirtieron, ya que los partidos pro-UE derrotaron a PiS por un 38,95% frente a un 24,9%. Sin embargo, apenas un polaco entre siete votantes elegibles en el exterior se hizo parte de los comicios. Si la participación en el exterior y la doméstica hubiera sido la misma (y suponiendo la misma distribución de los votos), la ventaja de PiS se hubiera reducido en 1,2 puntos porcentuales.

Esta dinámica electoral se ha vuelto incluso más evidente en el caso de Grecia, después del éxodo de casi medio millón de personas (5% de la población) durante la prolongada crisis de la deuda. A principios de 2019 hubo un enconado debate sobre cómo facilitar el voto para esta “generación de la fuga de cerebros”, pero el entonces gobernante partido Syriza acabó por oponerse a la reforma. En las elecciones para el Parlamento Europeo, apenas un 2,9% de los votantes elegibles en el exterior emitió su voto y solo una cifra ligeramente mayor participó en las elecciones generales de su país en julio. Syriza perdió, pero su cálculo electoral había sido correcto: su apoyo fue significativamente menor entre la diáspora.

No hay duda de que no todos los migrantes intracomunitarios son eurófilos ni que sus votos siempre se pierden. Los letones del área de Londres tienden a ser más liberales que los que residen en la periferia británica. Y en 2014, los expatriados rumanos se movilizaron en masa para dar la victoria a Klaus Iohannis del Partido Liberal en la segunda vuelta presidencial, revirtiendo la tendencia a una baja participación.

Pero esta excepción meramente confirma la regla: a medida que crezca la cantidad de migrantes intracomunitarios, los votos desde el exterior se volverán cada vez más importantes en las elecciones nacionales y a nivel de la UE. Para líderes iliberales como Orbán, el éxodo de votantes de tendencias más liberales ha sido hasta ahora una válvula de escape. En términos del modelo clásico de participación política del economista Albert O. Hirschman, los populistas nos dirían que estos votantes han optado por “salir” en lugar de “tener una voz” o “expresar su lealtad”.

En momentos en que recién se está teniendo conciencia de la amenaza de la supresión del voto, los populistas seguirán aprovechando un sistema ya caduco. Mientras tanto, las asociaciones cívicas podrían hacer más para ayudar a que los expatriados se registren y voten, como ofrecer transporte a los centros de votación y organizar sistemas de alternar turnos en la fila de espera. Sin embargo, en el más largo plazo, los países de la UE deberán cooperar más para garantizar que todos los europeos elegibles puedan ejercer su derecho a voto. Eso significa no solo hacer que las instalaciones públicas sean más accesibles para votar, sino también dejar en claro que están adoptando esos pasos para sostener los principios democráticos en términos más generales.

Federico Fubini, an economics journalist and editor-at-large at Corriere della Sera, is the author, most recently, of Per Amor Proprio, a reflection on Italy’s identity crisis in its relations with the EU. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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