La tapadera

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo (EL MUNDO, 27/03/05):

En 25 años como director de periódico no me había pasado nada igual. Y así como para el acertijo de la semana pasada sobre la tribu de los veraces y la de los mentirosos había solución -varias soluciones, de hecho, tal y como apuntaron algunos avispados lectores, tras leer la mía-, el enigma de hoy, que paso a compartir con todos ustedes, no tiene por ahora respuesta. No revelaré, por supuesto, el nombre de ninguna fuente que no sea público, pero sí que las caracterizaré lo suficiente como para que sean conscientes de lo enrevesado de la situación.

El pasado lunes no pude por menos que pegar un respingo cuando el subdirector responsable de la edición del día siguiente me contó que el número dos del PSOE, José Blanco, había asegurado en una rueda de prensa que tanto el actual Gobierno como «ministros del Gobierno del PP» sabían por qué el dirigente socialista asturiano Fernando Huarte visitaba en la prisión a Abdelkrim Benesmail, lugarteniente de Lamari. También me añadió que, según el redactor que había asistido al encuentro, al término del mismo una colega le había preguntado burlonamente a Blanco si había querido decir que era «espía», obteniendo un seco «no quiero comentar nada más sobre eso» por respuesta.

Era, nunca mejor dicho, Blanco y en botella. Sobre todo porque, según las intensas pesquisas que veníamos desarrollando contrarreloj en Asturias, nosotros también habíamos llegado a la conclusión de que tenía que existir algún vínculo entre el CNI y aquel individuo con bigote que posaba tan ufano ante su póster de Yasir Arafat.Como siempre que crees que tienes una buena historia, mi doble obsesión fue desde ese momento verificarla al 100% y poder contarla en exclusiva.

Pensé que lo mejor para conciliar ambos objetivos era hacer gestiones oficiosas al máximo nivel, en vez de pedir una aclaración formal al Gobierno o al partido. Lo más probable es que me dieran una larga cambiada, pero al menos no corríamos el riesgo de que hubiera nuevas tomas de postura pública que generalizaran el conocimiento del asunto. La agencia Efe había incluido la alusión de Blanco en el último párrafo de su crónica y era muy posible que nuestros competidores no repararan en ella.

Había ya tendido mis redes hacia personas de categoría y posición cuando, entre tanto, me llegó el rumor -posteriormente confirmado- de que el PSOE se había dirigido al PP para apelar a su «sentido de la responsabilidad» en relación al caso. A última hora de la noche comencé a recibir las respuestas, por supuesto también oficiosas, precedidas de un significativo preámbulo: alguien con autoridad superior a la de los responsables sectoriales afectados había decidido que se me contara la verdad, «porque este Gobierno tiene un compromiso con la transparencia y ese es un compromiso personal del presidente».

Sí, era cierto, Fernando Huarte era un colaborador muy valioso del CNI que desde su captación en 1992 había prestado impagables servicios al Estado por su capacidad de infiltración en ambientes islámicos radicales. Tanto era así que algunas agencias europeas de espionaje habían pedido y obtenido su colaboración en investigaciones de gran importancia. En el caso concreto de España, Huarte habría sido nada menos que el autor o, como mínimo, la fuente clave de la nota interna que empujó al CNI a lanzar en noviembre de 2003 la dramática consigna de encontrar como fuera a Lamari, antes de que cometiera el gran atentado que tenía entre manos.Lógicamente, el descubrimiento de su verdadera actividad -que esas fuentes achacaban a una imprudencia o un calentón de Blanco- suponía un grave peligro para su vida e iba a obligar al Gobierno a sacarle inmediatamente de España.

Lo primero que pensé tras recibir estas confidencias de varios interlocutores de alta solvencia es que la luz verde que las había amparado venía a darme la razón en algo de lo que va a ser difícil moverme rebus sic stantibus: Zapatero no sólo merece el beneficio de la duda al que es acreedor todo presidente del Gobierno que no demuestre con sus hechos lo contrario, sino que en su cuaderno de ruta el sectarismo de partido aparece trufado de una tan desconcertante como digna de encomio pretensión de ejercer el poder de otra manera.

Admitir, siquiera fuera en ese nivel de comunicación que en nada compromete públicamente al Gobierno, que un socialista como Huarte había sido el hombre clave que permitió pisarle los talones al jefe de los suicidas de Leganés, suponía poner una bomba de relojería bajo la credibilidad de la versión oficial del 11-M. O al menos, impulsar la tan lógica como inquietante pregunta que hicimos al unísono EL MUNDO y el PP: ¿Informaba al CNI, informaba al PSOE o informaba a ambos a la vez?

Tampoco se me escapó que la primera consecuencia de que se supiera que alguien tan importante para el CNI mantuviera esa embarazosa doble lealtad iba a ser el relanzamiento de las sospechas sobre el comportamiento de Jorge Dezcallar hacia el Gobierno del PP que lo nombró. Por eso una vez publicada la historia traté de corroborarla y ampliarla en el entorno del que fuera director del Centro. Antes de que yo cogiera el teléfono, Aznar ya había advertido a la cúpula del PP que nunca, en ninguno de sus periódicos despachos, se había hablado de nada de lo que ahora publicaba EL MUNDO.

Aunque no me hayan gustado algunas de sus últimas declaraciones, tengo a Dezcallar por persona digna y cabal. Fue el hombre inadecuado, en el sitio inadecuado, en el momento inadecuado por la sencilla razón de que, tras convertirlo en el primer civil al frente de los servicios secretos, Aznar dio sobradas muestras de que no se fiaba de él. ¿Tuvo esa desconfianza -materializada en su marginación en las horas clave tras el 11-M- su reciprocidad, de forma que Dezcallar ocultó al presidente la información procedente de Huarte y la propia existencia de un dirigente del PSOE entre la elite de sus colaboradores? ¿Contribuyó deliberadamente el director del Centro, con su nota de primera hora de la tarde del día de la masacre, a que el Gobierno se encelara en la atribución a ETA, disponiendo de datos alternativos obtenidos a través del socialista asturiano?

Bastaría conocer a la persona para descartar tal duplicidad y vileza. No, Dezcallar no es capaz de comportarse así. Pero es que, además, tras hablar con unos y con otros, he llegado al convencimiento de que en su etapa al frente del CNI nunca nadie le informó de la existencia del tal Huarte. Ni con su nombre verdadero -lo cual tampoco sería extraño-, ni con un alias acompañado de una somera descripción de sus especiales circunstancias. Comprendo que esto último resulte difícil de creer.

¿Cómo no va a saber el director del CNI que hay un tío que ha logrado infiltrarse en el radicalismo islámico hasta el punto de obtener confidencias de alguien como Benesmail y de ser autorizado a colaborar -algo verdaderamente inusual- con servicios extranjeros? ¿Cómo no van a exhibir ante sus ojos semejante joya de la Corona, explicándole en un aparte que, además de todo eso -nadie es perfecto-, resulta que el fulano es dirigente del PSOE?

Sólo caben dos explicaciones: o los viejos cocodrilos del centro -aunque el Cesid se vista de CNI - mantuvieron, en relación a éste como a tantos otros asuntos, al diplomático con aires de dandi en la inopia; o el papel de Huarte dentro de la Casa tenía que ser mucho menos importante de lo que nos habían dicho. Sin descartar la primera hipótesis, las impresiones que nos llegan del propio interior del Centro apuntan a la segunda. De superespía pegado al cogote de Lamari, nada de nada. Un colaborador de los del montón y va que chuta.

O sea que desde las alturas se engrandece a Huarte, mientras en la base se le empequeñece. Y lo más significativo es que el propio interesado se comporta como si esto último fuera lo más ajustado a la realidad. En lugar de desaparecer del mapa y aceptar el exilio dorado que le ha ofrecido el Gobierno, Huarte sigue en Asturias con el mismo teléfono móvil de siempre.

La situación tiene bastante de surrealista. ¿Nos engañan los de arriba, nos engañan los de abajo o nos engañan ambos? El único que dice taxativamente que este señor es colaborador del CNI es EL MUNDO y el único que lo niega taxativamente es él mismo.El PSOE alega que «no lo sabe» y el Gobierno que «ni lo afirma, ni lo desmiente». La opinión pública entiende que el que calla otorga, pero formalmente el Ejecutivo escuda tal ambigüedad en la Ley de Secretos Oficiales que le impide incluso negar que alguien pertenezca al CNI.

Y para culminar el embrollo, aquí me tienen ustedes confesándoles que el Gobierno me ha reconocido algo que, al menos en el plano de las apariencias, le resultaría altamente perjudicial, pero que yo tengo mis dudas de que sea verdad.

Estoy seguro de que Blanco dijo lo que dijo porque quería decirlo y no porque sufriera un calentón, cual si de un Maragall cualquiera se tratara. Estoy seguro de que si el PSOE pidió «responsabilidad» al PP lo hizo dando por descontado que esa gestión trascendería.Y estoy seguro de que quien tomó la decisión daba por hecho que la confirmación oficiosa a EL MUNDO implicaría un titular a cuatro columnas como el del día siguiente. ¿Pero qué interés podría tener el Gobierno en hinchar un perro que necesariamente iba a ser utilizado en su contra?

Para este interrogante no tengo contestación. Es la primera vez que cotejando con el poder una historia incómoda para el poder, el poder me dice que es más importante de lo que yo mismo creo.Estoy deseando leer el artículo de mañana de Casimiro García-Abadillo con sus investigaciones y análisis sobre el caso y la nueva entrega sobre los «agujeros negros» que ultima Fernando Múgica con la esperanza de que sus averiguaciones arrojen algo de luz.

De momento me he acordado de aquella película de Sydney Pollack La Tapadera (The Firm en su versión original), en la que el joven abogado que encarna Tom Cruise, tras ser reclutado por el FBI para obtener pruebas contra la mafia, termina pactando con los capos para engañar a los federales en su propio provecho, pero arrojando a la vez a los pies de los caballos de la ley a los corruptos jefes de su despacho. Al día de hoy lo que parece es que un dirigente del PSOE con ideas filopalestinas utilizaba una ONG como tapadera de su condición de agente del CNI, pero ¿y si las tornas se invirtieran y una relación colateral con el servicio de espionaje pasara a ser la verdadera tapadera de una actividad todavía menos confesable de carácter estrictamente partidista?

¿O si lo que estuviera ocurriendo es que el ex falangista pro palestino, atrapado entre el CNI y el PSOE, hubiera decidido anteponer a cualquier otra lealtad su propia conveniencia y, al negarse a aceptar el papel de superespía y a quitarse delatoramente de en medio, estuviera obligando al Gobierno a cambiar de versión sobre la marcha como quien se ve impelido a cambiar de caballo sin terminar de cruzar el río?

No deja de tener su gracia que en la escena clave de la película, cuando Tom Cruise les dice a los mafiosos que piensa llevar una vida itinerante pero que sus secretos siempre viajarán con él y estarán a salvo mientras no le pase nada, uno de ellos replique: «Ya como el jodido Yasir Arafat». Cualquiera diría que el héroe de Fernando Huarte, maestro de la duplicidad y el escaqueo hasta el mismo día de su muerte, se ha bajado del póster para asesorarle.

Aunque ya en el siglo quinto antes de Cristo el filósofo Demócrito de Abdera instaba al personal a no dejarse engañar por las apariencias, advirtiendo que «la verdad yace en las profundidades», no puedo negar que esto son sólo «cábalas» como las que el propio Zapatero alanceó el miércoles en Bruselas.

Es probable incluso que, ciñéndome aun más a la expresión completa del presidente, lleguen a convertirse alguna vez en «cábalas que se van desplomando». Pero hasta que no se aclaren los hechos, hasta que el Parlamento y la Justicia no tengan la oportunidad de cotejar los testimonios clave -y existen procedimientos para conciliar su tarea con las reservas que en todo lo relacionado con el CNI impone la ley- esta hipótesis, esta especulación, será más bien, como la pista marroquí o la pista etarra, una «cábala» que no sólo no se «desplomará» sino que seguirá germinando en el abono del oscurantismo. Nadie aceptará que lo ocurrido sea otra vez -como el robo del coche en el callejón de Trashorras, o la simultaneidad de las dos caravanas de la muerte, o el nombre de Parot en el bolsillo de Benesmail- una mera cuestión del azar.

Y como bien sabe Zapatero, en su condición de excepcional espectador -y beneficiario- del mayor escarmiento en cabeza ajena de la Historia occidental contemporánea, no hay amenaza más peligrosa para la verdadera Seguridad Nacional que el recelo y la sospecha de los gobernados hacia quienes les gobiernan. Por eso el test de lo que se haga con la Comisión del 11-M es hoy poco menos que el principio y el fin de todas las cosas.