La tenacidad

Jordi Nadal, en su buen libro «La invención de la bicicleta» resume así la biografía de Abraham Lincoln:

  • 7 años: tuvo que empezar a trabajar para ayudar a sostener a su familia después de que se vieran obligados a abandonar su casa.
  • 9 años: su madre murió.
  • 22 años: fracasó en sus negocios.
  • 23 años: fue derrotado en las elecciones a legislador y no consiguió entrar a la Facultad de Derecho.
  • 24 años: se declaró en bancarrota y pasó diecisiete años pagando deudas a sus amigos.
  • 25 años: fue derrotado nuevamente en las elecciones a legislador.
  • 26 años: cuando estaba a punto de casarse, su novia falleció, lo que le destrozó el corazón.
  • 27 años: tuvo una crisis nerviosa y pasó seis meses en cama.
  • 29 años: fue derrotado en las elecciones para representante del estado.
  • 31 años: no pudo formar parte del colegio electoral.
  • 34 años: fue derrotado en las elecciones al Congreso.
  • 37 años: fue nuevamente derrotado en las elecciones al Congreso.
  • 39 años: fue derrotado por tercera vez en las elecciones al Congreso.
  • 40 años: no fue aceptado para un trabajo como alto funcionario de estado.
  • 45 años: fue derrotado en las elecciones al Senado.
  • 47 años: fue derrotado en las elecciones del Partido Republicano para candidato a vicepresidente del país (obtuvo menos de cien votos).
  • 49 años: fue nuevamente derrotado en las elecciones al Senado.
  • 51 años: Abraham Lincoln es elegido presidente de los Estados Unidos de América.

La tenacidadUn ejemplo perfecto de cómo la tenacidad en la lucha por conseguir un objetivo puede, antes o después, superar todos los obstáculos por insalvables que parezcan. Ese es el género de actitud que necesitamos en una España muy afectada por la pandemia y la crisis económica local y global.

Vamos a tener que poner en marcha todos los resortes morales que nos permitan actuar con firmeza, con audacia y con un profundo sentido de la solidaridad que siempre ha sido un factor clave en la sostenibilidad de los sistemas incluso en épocas de crecimiento intenso. Lo que España no puede hacer ahora es quedarse sin fuerza, sin ánimo y sin objetivos dignos. Hay que reclamar un liderazgo más firme, más comprometido y menos ambiguo, y sobre todo menos condicionado por la obsesión de mantener el poder que puede conducir a situaciones similares a las que se han vivido en los Estados Unidos, o las que podemos vivir en varios países europeos, y entre ellos, y de manera especial, en España, en donde la erótica del poder parece justificar y legitimar pactos entre partidos con ideologías dispares e incompatibles que van a limitar y entorpecer inevitablemente la capacidad de acción y podrán poner en riesgo la convivencia en democracia.

El estamento político tiene que asumir responsabilidades como cualquier otro estamento. La idea de utilizar el poder, no para transformar la sociedad, sino exclusivamente para mantenerse en el poder es inmoral desde todos los puntos de vista. Es un «delito» democrático que la ciudadanía acabará castigando con sus votos o por otros medios que habrá que desarrollar, porque la ciudadanía está harta de tanta doble moral, de tanto cinismo, de tanto engaño. Va a dar un golpe en la mesa y va a decir ¡basta! No llega a ser categoría de amenaza, pero es algo más que una advertencia. Todo tiene un límite y ya lo hemos superado con creces. O reaccionamos o merecemos lo que nos pasa. No hay otras opciones. Y la única válida es la de seguir luchando con la moral y la tenacidad de Abraham Lincoln hasta convertirnos en un país con la capacidad de acción y el protagonismo que nos merecemos.

Bastaría con convencernos de que España tiene un enorme potencial de desarrollo político, económico y sobre todo cultural que podría poner en marcha en cualquier momento, pero como buen país latino padece de inseguridad en sí misma y mantiene una alta capacidad autocrítica que frena ese potencial sin justificación alguna.

Es en este momento histórico, cuando nuestro país podría compartir el liderazgo en todos los problemas del mundo y liderar en solitario varios de ellos. Nuestra condición de país europeo y de país latino y la fuerza de nuestro idioma nos coloca en una situación privilegiada. Ningún otro país europeo tiene ese potencial. ¿A qué viene entonces tanta pobreza de acción en los problemas globales? ¿tanto complejo de inferioridad? ¿tanta pereza mental? Pongámonos a ello porque va a merecer la pena. Va a sacarnos de este letargo y va a generar una nueva sociedad con nuevos impulsos, nuevos personajes y nuevas perspectivas. ¿Se puede pedir más?

Sí. Se puede pedir que nuestra sociedad civil levante la voz y además de ejercer el derecho a la crítica se cuide también de ofrecer ideas y soluciones. Es ahí donde reside la diferencia, la enorme diferencia entre nuestra sociedad civil y la anglosajona. Limitarse al ejercicio crítico es demasiado fácil. Ofrecer salidas y colaborar con las autoridades competentes es la verdadera obligación. Es así como se construye y se cimenta una vida democrática auténtica y como se gestan valores cívicos profundos que en España escasean. Pero podemos revertir la situación. Vivimos en sociedades complejas que afrontan problemas complejos y tenemos que estar dispuestos a renunciar al que «resuelvan ellos». Tenemos la suerte de que nos toca a nosotros.

Vamos a demostrar nuestra tenacidad. Vamos a recuperar la garra, la audacia, la mentalidad innovadora, la convicción de que es posible superar cualquier obstáculo, y vamos asimismo a denunciar las intolerables mentiras de los que detentan el poder a todos los niveles. En ningún país europeo quedarán inmunes las falsedades con las que se pretenden justificar actuaciones o informaciones realmente injustificables. No podemos ser tan diferentes al resto de nuestros colegas. La mentira probada tiene que provocar la dimensión del mentiroso y abrir un proceso de posibles responsabilidades penales o civiles. En nuestro país hasta ahora ni siquiera se ponen colorados. Seamos tenaces en denunciar esta situación.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

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