Por Eduardo Aguirre, embajador de EEUU en España (EL MUNDO, 31/03/06):
Han pasado más de tres años desde que una coalición liderada por Estados Unidos comenzó las acciones militares que derrocaron a Sadam Husein y acabaron con la dictadura baazista en Irak.Los aniversarios ofrecen oportunidades para reflexionar, y algo de eso hemos visto respecto a Irak. Pero los aniversarios pueden tentar a algunos analistas a proclamar como decididos, determinados y probados, asuntos que, de hecho, aún no están resueltos. En esta categoría debo incluir las afirmaciones exageradas de que los últimos tres años demuestran el fracaso, o incluso las malas intenciones, de la política de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo mundial.
Comencemos con Afganistán, la primera acción en el ámbito militar de la lucha contra el terrorismo global. Los lectores de EL MUNDO conocen el papel que jugó Afganistán antes del 11-S como refugio, campo de entrenamiento y cuartel general de operaciones de Al Qaeda. Tampoco es necesario detallar los opresivos abusos de la tiranía de los talibanes. Espero que sus lectores recuerden la claridad con que la ONU, la OTAN, la OEA (Organización de los Estados Americanos) y otras organizaciones condenaron el ataque armado del 11-S y reconocieron de manera inequívoca el derecho de Estados Unidos a la autodefensa.
La respuesta de Estados Unidos trajo el final del despotismo talibán y destruyó la base de Al Qaeda. Hoy, la ONU y la OTAN -con España entre los principales contribuidores a las acciones de la alianza- están ayudando a asegurar la estabilidad y reconstrucción de Afganistán. A nadie le debe sorprender que los talibanes y los miembros de Al Qaeda que quedan sin futuro político en un país democrático, hayan preferido seguir luchando, sobre todo, por medio de atentados terroristas contra el propio pueblo afgano.Pero bajo el previsor liderazgo del presidente Karzai, y con el apoyo de tropas de Estados Unidos, España, Canadá y otros países de la comunidad internacional, Afganistán está avanzando.Es una democracia joven, pero es una democracia.
Respecto a Irak, en la actualidad soldados de 24 países trabajan junto a fuerzas de seguridad iraquíes para combatir el principal frente actual contra el terrorismo internacional. La naturaleza de este enemigo la definen sus propias palabras: la declaración de guerra a Occidente por parte de Al Qaeda en 1996 y la condena por parte de Al-Zarqawi en enero de 2005 del «perverso principio de la democracia».
Sus propias acciones también ilustran, de modo inequívoco, su naturaleza: destruir la Mezquita Dorada en Samarra, masacrar con coches bomba en mercados y clínicas, secuestrar y degollar, y de manera indiscriminada -o mejor dicho deliberada- ocasionar el mayor número posible de heridos civiles. No puedo comprender que se tolere a un grupo tan vil y asesino, excepto por parte de personas que se oponen a todo lo relacionado con Estados Unidos de manera arraigada y parcial, que les lleva a ponerse sin pensar del lado de sus adversarios.
Algunos críticos hablan de una ocupación ilegal. Pongamos las cosas claras.
El Consejo de Seguridad de la ONU, en tres resoluciones distintas desde 2003, ha autorizado de manera explícita la presencia de fuerzas de coalición para garantizar la seguridad en Irak. Siete resoluciones del Consejo de Seguridad (1483, 1500, 1511, 1546, 1557, 1619 y 1637) han subrayado la necesidad de este apoyo internacional.Las resoluciones «han agradecido las contribuciones de los Estados miembros», «han reconocido» que esta presencia internacional «es a petición del Gobierno de Irak», y «han instado» a los Estados miembros de la ONU «a aportar ayuda -incluyendo fuerzas militares-» a estos esfuerzos.
Tanto la ONU como el Gobierno de Irak han autorizado la presencia internacional. Llamar a esto ocupación ilegal es o bien ignorancia, para lo cual ya no debe haber excusa alguna, o bien tergiversación, cuya única razón debe ser una ceguera ideológica ante los hechos.Ojalá no volvamos a oír hablar de esto en discusiones serias sobre el tema.
Algunos han pedido la retirada inmediata de las fuerzas internacionales.Me fascinaría oír una explicación más detallada sobre cómo creen estos analistas que retirar las fuerzas de seguridad internacionales, en las actuales circunstancias, movería a terroristas como Al-Zarqawi a empezar una nueva página pacifista y dialogante. Una retirada ante tales amenazas, dejando al pueblo iraquí a merced de los terroristas, traería sólo la paz de los cementerios.
Desde la seguridad de una torre de marfil lejana y protegida, algunos eruditos pueden fomentar esas nociones poco realistas.Pero la idea de una retirada inmediata ha sido rechazada por el Ejecutivo iraquí, la autoridad legítima de Irak. Y es este Gobierno -y no los analistas extranjeros- quien representa y defiende los intereses del pueblo iraquí. Hasta que el Gobierno elegido en Irak no lo solicite, esas peticiones no serán válidas.Ya que los que exigen la retirada no hablan, evidentemente, en nombre de los iraquíes, quizá quieran promover otros intereses.
El presidente Bush ha dejado claro que Estados Unidos mantendrá su presencia militar en Irak, con la aprobación del Gobierno iraquí, sólo mientras sea necesario, y ni un día más. La preparación de las Fuerzas de Seguridad iraquíes es un componente clave de esta estrategia. A medida que las fuerzas iraquíes vayan siendo más capaces de garantizar la seguridad de su país, se reducirán las fuerzas estadounidenses.
El trabajo en Irak está lejos de culminarse y aún queda mucho por hacer: reconstruir las infraestructuras del país; afianzar las escuelas y mejorar la atención médica; entrenar a la Policía y ayudar a establecer un poder judicial independiente; promover el diálogo entre los grupos étnicos y religiosos del país y ayudar a las ONGs, las asociaciones de mujeres y otras organizaciones a participar más activamente en una sociedad iraquí democrática.
Como todos sabemos, la violencia continúa en Irak. Elementos del antiguo régimen, fanáticos islamistas y el club de asesinos de Al-Zarqawi están decididos a impedir que emerja una sociedad democrática. La victoria de la libertad sobre el terrorismo no es inevitable: debemos hacer que se haga realidad.
Respeto la preocupación que han expresado muchas personas por el lamentable y trágico coste de cualquier guerra. Comprendo las dudas de algunos respecto a si la Guerra de Irak resultará útil en la lucha contra el terrorismo internacional. Se armó mucho ruido mediático sobre una reciente encuesta de la BBC que indicaba que en muchos países la gente se oponía a las políticas de Estados Unidos. Sin embargo, en Irak se realizó el mismo sondeo y el 74% de los iraquíes dijo que la eliminación de la dictadura de Sadam Husein por parte de Estados Unidos fue «la decisión acertada».
En Irak, la abrumadora mayoría de los ciudadanos está trabajando para crear un país seguro, estable y democrático. No lo digo yo; lo dicen los hechos. En los últimos 15 meses, los iraquíes han votado tres veces: para elegir una asamblea legislativa interina, para aprobar el borrador de una Constitución y en las recientes elecciones parlamentarias. En cada ocasión, los terroristas juraban que matarían a los que se atrevieran a votar. Pues bien, 12 millones de iraquíes -más del 70% de los que tienen derecho a voto-, participaron en las elecciones de noviembre.
Los iraquíes y los afganos ven su futuro con optimismo, quizá porque, por primera vez en decenios, ese futuro está en sus propias manos. Estados Unidos se ha comprometido a ayudar a los pueblos iraquí y afgano a garantizar que la visión de violencia y temor de los terroristas no les roba su oportunidad de construir sociedades democráticas. Los iraquíes y los afganos quieren construir países prósperos, para ellos y para sus hijos. Creo que merecen nuestra ayuda.