La teoría de los 90 estados

Noventa estados, o quizá más de cien, en lugar de los 28 actuales y sin ampliar un palmo el territorio. Este sería, llevado al extremo, el gran peligro para Europa de una hipotética independencia catalana. Joschka Fischer, el brillante exministro alemán, no cita a ningún ciclista que pedalee a rueda de Catalunya (no lo hay), pero asegura que el éxito del caso catalán estimularía a otras regiones a seguir por el mismo camino y que eso desnaturalizaría a Europa. ¡Gravísimo, intolerable! Otras voces autorizadas sí han puesto ejemplos de candidatos. Todos fantasmagóricos. Todos inviables, menos Escocia si se consuma un improbable brexit duro.

Empecemos por el caso quebequés. Solo hay que recordar que el segundo referéndum tiene más de 20 años. El descenso del fervor independentista borra un tercero del horizonte. En Canadá, liderado económicamente por Toronto y con capital en la modesta Ottawa, el federalismo es auténtico, la plurinacionalidad está asumida, el primer ministro es liberal y quebequés, e hijo de primer ministro liberal y quebequés. Resultado: la independencia de la provincia con amplia mayoría francófona no es tema.

Acerquémonos a casa. ¿Qué puede pasar con Irlanda del Norte, donde las cenizas de los más de 3.000 muertos aún están calientes? El posible levantamiento de una barrera entre el Ulster y el resto de la isla es el talón de Aquiles interno del brexit. Sin libre circulación se podría hundir el frágil statu quo. Sea como sea, más tarde que pronto, primero de facto y quién sabe si algún día de iure, la previsión es que Irlanda se acabe unificando, aunque es quimérico imaginar que la isla quede dividida en dos estados.

Saltemos ahora a Bélgica, residencia temporal del destituido president y parte del depuesto Govern. Los belgas han sido muy hábiles a la hora de esconder su conflicto, pero la verdad, comprobada personalmente en múltiples ocasiones, es que los flamencos y los valones no se soportan. Los valones aprenden el neerlandés, lengua de los flamencos, pero se niegan a hablarlo. Y viceversa: para lograr hablar en francés con un flamenco debes pulsar unos recónditos resortes. La hostilidad es evidente, amortiguada solo porque cada comunidad vive en su territorio. ¿Por qué no se separan, pues, y aun más si Flandes predomina? ¿Solo porque predomina? No. La principal razón es porque existe una teta que se llama Bruselas. Además de manar con abundancia, la ciudad se encuentra en territorio flamenco, pero la población es valona. Bruselas fue destrozada físicamente por los flamencos, en revancha, con la excusa de dejar espacio a la Administración europea. Bruselas es el nudo gordiano que mantiene a Bélgica no unida sino bajo una ficción perdurable de unidad.

Si pasamos por Baviera en busca de independentistas, deberemos llevar un microscopio, porque no pasan del 2%. En cambio, nos bastará con una lupa si nos desplazamos hasta Sicilia, donde el independentismo ha resurgido, aunque acaba de quedar el último. En cuanto a la Lombardía y el Véneto, con su independentismo de mentirijillas, ¿cómo quieren que Italia se separe de Italia? Todas las capitalidades de Italia menos la política están en el norte, de mentalidad y economía centroeuropeas. El norte de Italia es Italia y mantiene a Italia. El resto, en buena parte también Roma y sobre todo por culpa de Roma, es un fascinante y poco ordenado mosaico de apéndices.

Podemos pasar, de vuelta a casa, por Córcega, de mayoría relativa soberanista, o más bien autonomista. Descubriremos que se trata de una joya despoblada, con vacas asilvestradas por los bosques, repleta de funcionarios franceses y económicamente inviable sin el oro de la metrópoli.

Acabemos, pues, con los dos únicos candidatos occidentales serios, que presentan un factor en común y uno opuesto. El común, que nadie más sueña en conseguir, es la mayoría, pero en ambos casos resulta demasiado ajustada o insuficiente. El opuesto es la reacción de la capital. Mientras Londres acuerda un referéndum y promete reformas integradoras, Madrid prohíbe, persigue, lamina el autogobierno y se lo apropia.

En abstracto, una Europa de los 90 desembocaría en unos armónicos estados unidos... que nadie desea. Como argumento contra los pardillos independentistas, el contagio no pasa de espantapájaros mal pergeñado. Si contagio hubiera, habría sido a partir de Escocia, no de Catalunya. Según la tontería del dominó, si cae Catalunya caerán muchas más. Lástima que este dominó solo tenga una ficha. Una sola ficha, y con mayoría social todavía dispuesta a pactar una reforma.

Xavier Bru de Sala, escritor.

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