La tercera España, apuñalada

El historiador Santos Juliá tuvo interés en escribir al final de su vida un par de libros, Transición y Demasiados retrocesos, en los que advierte sobre los riesgos que acechan a la sociedad española. Aprovechó sus conocimientos historiográficos para regalarnos en su despedida una lúcida visión sobre nuestro tiempo. Lamentó siempre la oportunidad perdida con el fracaso de la tercera España, la que él ejemplifica en Joaquín Costa, José Ortega y Gasset y Manuel Azaña. En su estudio Ortega debate con Unamuno, muestra los peligros de la épica de las dos Españas y la ventaja de Europa frente al “que inventen ellos”. Qué oportuno ahora, cuando, con la reactivación interesada de los dos bandos, en el 10-N se ha logrado arrinconar de nuevo a la tercera España.

En Transición se interesó por lo que Pedro J. Ramírez ha llamado el “meneo” de Franco. Analiza cómo esta mala práctica la inició Felipe González que, cuando se encontró con serias dificultades electorales, sobre todo por los casos de corrupción, “decidió atacar al PP como partido heredero del franquismo”. En 1994, cuando el Partido Socialista “estaba agotado y roto, mientras su gobierno, desconcertado, sin pulso, sin iniciativa, se arrastraba pendiente de sentencias judiciales”, decidieron recurrir a la agitación del fantasma de las dos Españas. Santos Juliá, poco sospechoso de connivencia con la derecha, lo expresa con nitidez: “Los socialistas comenzaron también a elaborar memoria, no la que a ellos pudiera afectarles negativamente, sino la que les servía para construir una imagen de la derecha susceptible de proporcionarles buenos réditos electorales”. El historiador insobornable.

“La argucia resultó rentable en términos electorales”, escribe Juliá, y se convirtió en un recurso habitual para momentos de dificultad. Ahora, pasadas algunas décadas, el sanchismo sigue con los mismos métodos, provincia a provincia, paredón a paredón, como vimos por toda España el día del traslado de Franco. Algo que Vox nunca les agradecerá lo suficiente. Qué diferencia con las verdaderas víctimas del franquismo, como los exiliados que ya en los años 50 veían que el elemento central de la concordia debería ser “la operación de liquidar la guerra civil”. Entre ellos, Fernando Valera, vicepresidente del Gobierno de la República en el exilio, escribía en 1954 que “escuchando a todos podremos todos hacer el examen de conciencia y sentir el arrepentimiento del gran pecado que entre todos cometimos contra España”. Sorprendentes palabras en boca de un ministro de la República que, como destaca Juliá, “indican un giro radical en la percepción o memoria del pasado: la guerra como catástrofe innecesaria”. Eso hace setenta años, pero, ahora, unos mentecatos vuelven a buscar rédito electoral en la guerra civil. ¡Santo cielo!

Santos Juliá tuvo también interés en advertirnos sobre la estrategia concienzuda de los soberanistas para debilitar a España. En uno de los debates electorales, Inés Arrimadas, la portavoz de Cs, le preguntó a la portavoz socialista Adriana Lastra por el número de naciones que hay en España. La portavoz socialista evitó responder. Para ayudar al PSOE a construir una respuesta, Josep Maria Colomer escribió un artículo en El País con el expresivo título “Hay ocho naciones en la nación española”, es decir, tantas como las Comunidades Autónomas han decidido. Sánchez balbuceó esa respuesta en su debate a cinco. Pero, ¿qué les pasa a los sanchistas con esta cuestión de las naciones?

Si en vez de la respuesta interesada de Colomer, hubieran leído a Santos Juliá habrían podido ver su cita a Salvador de Madariaga cuando exigía a nacionalistas vascos y catalanes que aclararan si “eran de verdad federalistas o más bien entendían el federalismo como primer paso al separatismo”. Habrían conocido un excelente estudio sobre la decidida voluntad de deslealtad de los nacionalistas, como destaca el socialista Luis Araquistáin, que se enfrentaba en el exilio al soberanista vasco Manuel de Irujo cuando éste pretendía convencerles sobre la creación de una Comunidad de Naciones formada por las repúblicas de España, Portugal, Cataluña, Galicia y Euskadi.

El que sí demostró en ese debate conocer las ideas de Irujo fue el portavoz del PNV, Aitor Esteban, convertido ahora en héroe de los socialistas. Los soberanistas sí saben qué quieren decir cuando dicen nación, pero nunca encontraron enfrente tantas facilidades, ni a tantos indocumentados. Eso era lo que preocupaba a nuestro historiador en sus últimos días. Sabía que los soberanistas actúan “como si se dijera: hasta ahora, gracias al Estatuto, hemos conseguido una nación; a partir de ahora, con la nación construida, vamos a edificar un Estado propio”. ¿Cuántas naciones hay, Pedro Sánchez?

Si aún viviera, habría comprobado con sonrojo cómo Sánchez reintrodujo en el programa electoral socialista, por indicación de Iceta, la declaración de Barcelona con su flamante propuesta de Estado plurinacional. ¿Saben los sanchistas qué significa? Una vez más, les habría ido bien estudiar a Santos Juliá. Sabrían que esa declaración, con el mismo nombre que la firmada por PNV, CiU y BNG en 1998, incluye el mismo concepto de plurinacionalidad que el de los soberanistas.  En ese charco meten Iceta y Sánchez al PSOE.

No es nuevo. En el tripartito ya firmaron esta barbaridad con ERC: “La consideración constitucional de la Generalitat como Estado”. No querían ser menos que Jordi Pujol cuando afirmaba que no le servían las Autonomías para “estructurar un Estado que se quiera plurinacional”. Como Iceta, más soberanista que nadie al exigir que los medios públicos, de TV3 a Catalunya Radio, se convirtieran en “fábricas de catalanistas”, o Sánchez que, ya lanzado, declaró al PSOE “un partido catalanista”. En este pantano chapotea hoy el Partido Socialista sin que nadie desde dentro diga ni mu.

Santos Juliá nos advierte que la historia demuestra que, cuando España tiene una situación de debilidad, los secesionismos se activan. Ocurrió en 1931, 1934, 1936, con la crisis económica o con la moción de censura y la resultante incapacidad para desbloquear la situación política. Y, obviamente, los nacionalistas quieren que la debilidad continúe. “Nunca, en lo que llevamos de democracia, se había sometido al conjunto de la ciudadanía de una sociedad plural, y que expresa su pluralismo políticamente en un sistema multipartidista, el trance de depositar su voto en términos plebiscitarios”, escribió sobre el golpe.

Había investigado a fondo los antecedentes históricos para saber cómo se llegó hasta aquí. Quiso dejar constancia de la responsabilidad directa de la intelligentsia nacionalista –Nosotros, los abajo firmantes-, especialmente de historiadores como Vilalta y Ucelay-Da Cal, y, como ya hizo Ortega, denunció el fraude de asimilar la defensa de la nación española con nacionalismo español.

Tenía conciencia de los riesgos del sanchismo. Le impactaba que un político socialista fuera capaz de calificar la moción de censura que le llevó a la Moncloa como “una nueva página de la historia de la democracia en nuestro país”. Pero, advertía: “Sánchez comenzaba a gobernar no porque hubiera ganado unas elecciones, sino para ganarlas cuando sonara el día de su convocatoria. Esta fue la insólita situación en la que se encontró el Gobierno socialista desde que la coalición del rechazo acabó en buena hora con el de Mariano Rajoy sin, por eso, dar paso a otro dotado de un programa claro y sostenido en una mayoría de ciudadanos”.

Le preocupaba la deriva hacia estas coaliciones de rechazo en las que los “actores políticos saben lo que no quieren, pero andan muy confusos sobre lo que realmente quieren”. Y aún peor, advertía de las consecuencias negativas para un pacto imprescindible entre los partidos de ámbito estatal sobre “el problema más grave que tiene planteada la democracia española, que es la vigencia en todo el territorio del Estado de su propia Constitución”.

Ahora, activado el reñidero nacional, la tercera España que tanto interesó a Santos Juliá se ve achicada, como en momentos anteriores de nuestra historia. No es el resultado de la naturaleza, es el producto de una atmósfera conscientemente fabricada para producir rendimiento electoral. Él lo conocía bien. Se excitan las pasiones de cada bando con el fin de polarizar para reducir el campo de la moderación. Conseguido, pero con una España atascada como consecuencia.

¿Qué hacer? Agrupémonos todos, eternos perdedores de la tercera España. No desfallezcan.

Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.

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