La tercera guerra mundial

Es inútil negarlo: la guerra de Ucrania es en realidad un conflicto mundial. En primer lugar, por sus implicaciones. Las repercusiones se sienten mucho más allá de Ucrania. La gente se muere de hambre en Sudán porque los fertilizantes no se pueden exportar desde el mar Negro a África oriental. Del mismo modo, en toda Europa la producción industrial se está ralentizando debido a la falta de energía que antes se importaba de Rusia. Y en todo el mundo, los precios al consumo están subiendo debido a una sucesión de carencias que se suman a lo largo de toda la cadena de la globalización. Paradójicamente, dado que todos los países han apostado por la globalización, todos se ven afectados hoy por sus fracasos.

La división internacional del trabajo, que en principio debería haber enriquecido a todos los socios, ahora corre el riesgo de empobrecerlos debido a nuestras interdependencias absolutas. La guerra de Ucrania es mundial porque nos desglobaliza, algo que ningún economista se había planteado seriamente. Cabe señalar que esta desglobalización provocada por la guerra se ha encadenado por la mala suerte a la pandemia de Covid que había comenzado a sacudir esta interdependencia global, sobre todo al dejar a China fuera de juego.

Tercera guerra mundial también debido a los ejércitos involucrados, que dependen del equipo y las informaciones de fuera. Independientemente del heroísmo de los combatientes ucranianos, estos habrían sido destruidos en febrero pasado si los estadounidenses no les hubieran informado en detalle de la ofensiva rusa en Kiev, casi hasta la hora. Desde entonces, cualquier victoria ucraniana se debe total o parcialmente al apoyo militar occidental. La OTAN, por lo tanto, está en guerra con Rusia, como bien dicen los rusos. Pero la propia Rusia depende de las importaciones de armas de Irán y Corea del Norte, mientras que diplomáticamente se beneficia de la benevolencia de China e India, además de la de innumerables estados africanos, cuyos dirigentes han sido comprados por Moscú.

Una vez calificada de mundial, ¿debería compararse esta tercera guerra con las dos anteriores? Sí, pero más bien con la primera que con la segunda. La segunda fue un choque de ideologías, la del mundo libre contra el nazismo, con el comunismo de por medio. Esta vez, el agresor ruso, a diferencia de Hitler, Mussolini o Stalin (aliado de los nazis hasta 1941), no propone ninguna utopía de ambición universal. Putin invoca el alma eslava, la civilización rusa contra el Occidente degenerado. Pero su discurso hiperbólico estrictamente nacionalista no es una ideología: Stalin quería que el mundo se volviera comunista, mientras que Putin no prevé que los no rusos se vuelvan rusos. Del lado chino sucede lo mismo: Xi Jinping es un nacionalista, racista, que exalta su civilización (o lo que queda de ella) sin aspirar a que el resto del mundo se vuelva chino o adopte cualquier modelo chino.

Por lo tanto, para interpretar la tercera guerra debemos remontarnos a la primera, que fue una lucha entre nacionalistas, no entre ideólogos. Fue también una lucha territorial, con apuestas geográficas y no ideológicas. Putin, como Xi Jinping, que se parece a él, es, por lo tanto, totalmente arcaico. Estos dos tiranos confunden civilización y territorio, convencidos, como lo estaban bajo el Imperio Romano, de que el poder se mide por el territorio. Ambos también exaltan la raza (lo que no hicieron los romanos), confundiendo raza y cultura, como hizo Hitler.

Lo que estamos presenciando y que, de nuevo, nadie anticipó, es una resurrección de estos conceptos que creíamos rancios en el fondo de los basureros de la historia: territorio y raza. Putin persiste en ampliar su territorio, como si la geografía, en nuestra época, recuperara su valor medieval. Xi Jinping elimina a las minorías étnicas, como si fuera necesario para el poder chino que el pueblo tenga una sola piel, una sola lengua, una sola ausencia de religión distinta a la del Partido Comunista.

Tanto es así que la tercera guerra mundial nos devuelve a términos que tienen más de un siglo. Oigo que esta tercera guerra también se interpreta como un enfrentamiento entre democracia y tiranía; esta, en particular, es la postura estadounidense. Pero la democracia y la tiranía son solo la superficie aparente de sociedades enfrentadas. Más profundamente, si uno es demócrata es porque está convencido de que existe una ciudadanía del mundo, una humanidad que trasciende naciones, etnias y creencias. Del otro lado, el de la tiranía, quedamos enraizados en un lugar y en una raza; no creemos ni en el hombre ni en la humanidad.

¿Quién ganará? Obviamente, los ucranianos, la OTAN, Occidente, el humanismo y la democracia. El futuro está en la unidad del planeta, incluso después de dolorosos enfrentamientos. Los partidarios de la tierra y la sangre, como decían los alemanes, perderán la tercera guerra mundial porque, para cualquier futuro, solo proponen una vuelta al pasado. Ni los drones iraníes, ni los misiles rusos, ni la flota china obligarán a las personas a renunciar a su futuro en nombre de un pasado mítico.

Guy Sorman

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