La tercera oleada islamista

Por Rami G. Khouri. Director general del Daily Star, periódico con sede en Beirut. Traducción de Toni Tobella (EL PERIÓDICO, 11/04/06):

La línea común de partidos políticos islamistas que ganan elecciones por todo Oriente Próximo y Asia es tenida con frecuencia por una peligrosa amenaza en Occidente e Israel. Tampoco es que todos los árabes y asiáticos estén muy felices con esos islamistas victoriosos. Pero es importante interpretar correctamente por qué ganan los islamistas y qué representan en realidad. Porque los analistas foráneos enseguida se hacen un embrollo tremendo.
Muchos explican las victorias islamistas con argumentos como la esperanza en la restauración del califato islámico, terroristas suicidas motivados por unas vírgenes que les esperan en el cielo, el islamo-fascismo, la necesidad de una reforma y modernización en el islam, la urgencia de abrazar la secularización en la sociedad araboislámica, problemas con las madrasas (y en general con la educación), la tendencia a la incitación antiamericana y antiisraelí de los medios árabes...
Estas opiniones adolecen de dos restricciones fundamentales. Primera, son reflejo de la tradición histórica occidental y parten de la base de que las sociedades islámicas deben seguir idéntica trayectoria de reforma y modernidad democrática. Y segunda, se fijan exclusivamente en el vocabulario religioso, sin captar la temática política y nacional.
En sus propios contextos históricos y nacionales, los movimientos islamistas no constituyen fenómenos nuevos ni repentinos. De hecho, la actual oleada de movimientos políticos islamistas es la tercera en nuestra generación desde los años 70, y probablemente la más importante de todas ellas.
La primera oleada, ocurrida a finales de los 70 y mitad de los 80, representaba un reto a los regímenes árabes, esencialmente formando movimientos de oposición clandestinos u organizaciones sociales de bajo perfil. Y sería duramente reprimida políticamente por todo Oriente y África septentrional.
La segunda oleada, la de los años 90, tomó un cariz violento en Argelia, Siria, Egipto y otros países, incluyendo también terrorismo al estilo Bin Laden. El blanco fundamental fueron regímenes árabes, lejos de Israel o de EEUU, en especial allí donde al terrorismo le seguían intentos fallidos de inclusión y participación política. Los islamistas volvían a sus casas desde Afganistán impregnados de una militancia activa, con formación técnica en explosivos y sentimiento de invencibilidad tras liberar Afganistán de la ocupación rusa.

Y HOY NOS encontramos ante la tercera oleada, con partidos como los Hermanos Musulmanes, Hamás, Hizbulá, Yamá Islamiya, y Justicia y Desarrollo, que se hacen con el poder en elecciones democráticas. Aprendieron las duras lecciones de 1975-2001, en las que se enseñó que ni el terror bruto ni el activismo social clandestino conseguirían alcanzar las metas.
El nuevo y significativo elemento en esta oleada de islamistas electorales araboasiáticos es que han integrado en una única fuerza aquellos ingredientes, anteriormente separados, que habían fragmentado a sus ciudadanos más activos y a los movimientos de masas. A los islamistas de hoy habría que llamarles religioso-nacionalistas, o teonacionalistas, porque combinan las fuerzas parejas de la religión y el nacionalismo.
Es posible que mi dios y mi pueblo sean las dos fuerzas de movilización más poderosas inventadas por el ser humano y explotadas por mentes políticas. Los islamistas utilizan la religión y el nacionalismo de forma eficiente, después de haber urdido un mensaje de esperanza, de reto y de autoafirmación confiada que responde directamente a las múltiples quejas de sus conciudadanos.
El amplio alcance del islamismo político triunfante aporta indicios importantes acerca de su auténtico significado e ímpetu para los que prefieran ver el mundo real, más que imaginar ahí un mundo más exótico y amenazante. Los islamistas de distintas persuasiones y sensibilidades han ganado grandes elecciones o se han convertido en una fuerza de oposición significativa en casi todas las plazas en las que han competido políticamente en estos últimos años, ya sea a escala municipal o nacional, desde Turquía, Pakistán e Irán, pasando por Palestina, Egipto, Marruecos, Irak y Líbano, por citar sólo los más notables.

ESTA OLEADA de victorias no se debe esencialmente a un anhelo de vírgenes en el cielo, ni es el resultado de deficientes escuelas primarias. Es la consecuencia de una historia moderna que combina el duro y acumulativo dolor de un Gobierno nacional pobre, a menudo corrupto y brutal, con ocupaciones militares extranjeras y amenazas (fundamentalmente desde Israel, EEUU y Gran Bretaña, más recientemente). Como consecuencia, un ingente número de ciudadanos corrientes árabes y asiáticos tiene la sensación de que hace tiempo que les son negados su identidad cultural, sus derechos políticos, su soberanía nacional, sus libertades personales y su dignidad humana básica. Los grupos islamistas han respondido con un poderoso paquete ideológico que habla de religión, de identidad nacional, de legítimo buen gobierno y de resistencia a la ocupación y yugo extranjeros.
No hay nada sorprendente en unos islamistas victoriosos apelando a sus votantes con un mensaje religioso-nacionalista, como tampoco lo hay en un victorioso Bush lanzando con éxito llamamientos parecidos a sus votantes. La mejor forma de responder a los islamistas victoriosos, nos gusten mucho o nos gusten poco, es entender los asuntos políticos, nacionales y personales que han generado sus victorias, y hacer frente a esos auténticos agravios, más que perderse por terrenos intelectualmente pantanosos y por mundos de fantasía.