La tesis de Borrell (y otras)

A buen seguro, letra pequeña, picaresca y anécdotas de las tesis de doctorado están plagadas de hechos sorprendentes, casi inverosímiles. E hilarantes. Y algún fake. Y también de grandes logros. No pocos científicos premiados con el Nobel han aportado lo más granado de sus investigaciones en la tesis de doctorado. No digamos los matemáticos galardonados con la medalla Fields.

Sin apuntar a esas inalcanzables cimas, vagamente entre nubes, el caso de la tesis de Fernando Savater es único. Puro surrealismo carpetovetónico. Entre el joven Savater y su maestro Agustín García Calvo proyectaron inventar, muy en broma y algo en serio, un pensador presocrático cuya doctrina anticipase a los filósofos que por entonces dominaban el panorama intelectual europeo: Marx y Nietzsche. Añadiendo algo de Freud para cumplir con Marcuse. Sobra decir, por la facultad y mentideros se corrió un rumor: García Calvo y un simpático lirón libertario que había adoptado estaban preparando un fake muy gordo. Un fake para dejar en entredicho la alta cultura de los mandarines franquistas a los que iban a colar un imparable gol avalado por bibliografía y textos que aportaría García Calvo. Hasta que Savater presentó una tesis seminal tratando de Cioran. ¿Cioran? Ni está ni se le espera, inmediatamente dedujeron, en su amplia ignorancia, no pocos profesionales del gremio: Cioran no existe, he ahí el fake de Savater. El cual, moderadamente desesperado, tuvo que suplicar a Cioran le enviase una carta de presentación porque no se atrevió a pedirle partida de nacimiento. No los desmienta, fue la respuesta.

El caso de mi segunda tesis también se las trae. Ejercí la enseñanza universitaria en Francia escasos años, abandoné poco después de cumplir cuarenta. Me aburría y tenía la impresión de estar mal pagado. Sin embargo, no perdí completamente contacto con colegas y condiscípulos, convertidos en catedráticos, que me estimularon a seguir investigando a mi ritmo y preparar incluso una segunda tesis, de rango superior al tercer ciclo, por si algún día quisiese volver a la enseñanza pertrechado con la Habilitation.

Y así fue, al cumplir los cincuenta, fuera de la docencia, presenté mi segunda tesis ante un tribunal de amiguetes (cuyo prestigio era mi mejor aval) exceptuando al añosamente señorial Bernard Lassudrie-Duchêne, de rigurosa aristocracia protestante. El director de la tesis era mi amigo Gilbert Abraham-Frois, presidente de la Association Française de Science Économique, doce años mayor que yo, que un par de meses antes de la soutenance me sugirió añadir y comentar unas referencias que veía necesarias, aunque para mí fuesen totalmente inadecuadas. Me negué en redondo. Llegamos al examen recíprocamente molestos, pero con el afecto intacto en el corazón.

En su turno, mi director comenzó a evaluar la tesis en términos intensamente elogiosos. No le hice el mínimo caso, saqué un número de «Playboy» y me puse a hojearlo, y ojearlo, desplegándolo ostentosamente. A Lassudrie-Duchêne se le cayó el monóculo. Un par de horas después, en el momento de las felicitaciones, el entrañable Abraham-Frois me estrechó la mano sonriendo, si bien algo cerúleo, utilizando la fórmula de felicitación más ocurrente –y apropiada– empleada en todas las tesis sostenidas en cualquier país del mundo: ¡Cabrón! (Enfoiré! http://www.theses.fr/1997PA100038 ) En mi corta singladura profesoral fui colega de Josep Borrell, en distintas épocas, en una escuela de ingenieros creada por el Institut Français du Pétrole. A pesar de ser ingeniero aeronáutico, Borrell se matriculó en el doctorado Économie de l’énergie, en el que enseñé años después. Fue uno de los alumnos más brillantes que pasaron por aquellas aulas. Finalizado el DEA, le ofrecieron en la propia escuela un puesto de profesor –estable y bien remunerado– que rechazó al obtener una beca para Stanford (la segunda universidad del mundo en el Shanghai Ranking 2018, por encima del MIT). Se doctoró en Operational Research, rama de las matemáticas aplicadas, bajo la dirección de Dantzig. Para los conocedores, son palabras mayores.

Ahora que se valora tanto la capacidad de gobernar por la calidad de la tesis que pueda mostrar el gobernante no me negarán que, si de eso se trata, con Josep Borrell estaríamos en buenas manos. Habrá que darle una pensada, digo yo. No obstante, por favor, Josep, no hables de naciones catalanas, confederaciones y propuestas que en Europa no cuelan. Así no se gana. Ni se gobierna. Lo tuyo es hacer excelente trabajo. Como tu tesis.

Juan José R. Calaza, economista y matemático.

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