La tragedia de África

Por Jerónimo Páez, abogado y director de la Fundación El Legado Andalusí (EL PAÍS, 01/07/06):

En 1985, Hilary NG'Weno, uno de los más inteligentes periodistas africanos, redactor jefe del Weekly Review de Nairobi, publicó en Newsweek un artículo que tituló "La bomba de la población". En él se sorprendía de que según las tesis de la Administración norteamericana no se producirían problemas en los países subdesarrollados como consecuencia de la explosión demográfica. Aunque no se atrevían a añadir que había suficiente comida y dinero para acabar con el hambre y la pobreza mundial, sí afirmaban que la solución estaba en el "mágico poder de la libre empresa" más que en el control de natalidad, y ponían como ejemplo los casos de Hong Kong y Corea del Sur. Alguien, dijo el escritor africano, debería indicarle al señor Reagan que mirase hacia Kenia. Y a este respecto añadió en líneas generales lo siguiente: "Los keniatas habían tenido fe en la libre empresa desde 1963, fecha en la que se independizaron. Durante los primeros años el crecimiento económico de su país fue la envidia de muchas naciones desarrolladas. Llegó, incluso, a estar a punto del "despegue económico" según frase acuñada por W. Rostow. Sin embargo, no lo logró. Aunque el PIB de Kenia crecía al 6%, la población aumentaba por encima de la capacidad de generar empleo y riqueza. Debido al impacto de la crisis económica mundial y algunos otros factores, el crecimiento económico se desaceleró, y el país empezó a crecer al 3%. En seguida se les dijo a los keniatas que el problema radicaba en que no eran económicamente eficientes. Algo había de verdad en ello y además se había agravado el desgobierno y la corrupción, aunque no era sensiblemente mayor que en décadas anteriores. La razón principal era que la población seguía aumentando, tanto en la época de las vacas gordas como de las vacas flacas, por encima del crecimiento de la riqueza. En 1980 el país contaba con 18 millones de habitantes y al final de siglo puede que llegue casi a los 40 millones. Si no se cambia el rumbo, la conclusión es que el país podría entrar en el umbral de la pobreza a comienzos del siglo XXI".

Desgraciadamente nadie oyó a quienes nos aconsejaban con visión de futuro. A los errores de la Administración norteamericana, que en la Conferencia sobre la Población celebrada en México en agosto de 1984 se negó a conceder ayudas económicas a los países que trataran de planificar su demografía, habría que añadir los de instituciones como la Iglesia Católica, que tradicionalmente ha mantenido una frontal oposición al control de natalidad. Juan Pablo II en sus primeras visitas a América del Sur y concretamente en la que realizó el año 1979 a la República Dominicana y a México, países que han sufrido especialmente este problema y sus graves consecuencias, se opuso tajantemente a todo intento de racionalizar la población para adecuarla al crecimiento real de la economía, proponiendo exclusivamente recetas de caridad cristiana que poco sirven para solucionar problemas, aunque contribuyan en alguna medida a mitigar dolores.

A su vez, Argelia, cuando presidía el Movimiento de Países No Alineados el año 1973, defendió la tesis, que siguieron numerosos países africanos, de que el alto crecimiento demográfico era una fuerza de progreso y poder para el Tercer Mundo, acusando incluso de nuevo colonialismo a los países industrializados que propugnaban el control de la demografía.

Es curioso que hoy proliferen los artículos, todos ellos bien intencionados, en los que se nos dice que no podemos vivir en una isla de riqueza rodeados de un mar de pobreza, y en los que no se suele mencionar este problema estructural. Hay quienes ante la tragedia migratoria subsahariana se les ocurre decir que debemos abrir las fronteras y aceptar a cuantos quieran venir, ya que todo ser humano tiene derecho a vivir dignamente. Este derecho es indudable pero los que hacen estas afirmaciones olvidan que son difíciles de resolver los problemas en los que el corazón aconseja soluciones que rechaza la cabeza. Otros, con la lógica mala conciencia por el sufrimiento que el imperialismo europeo infligió a ese continente durante gran parte del siglo XIX y del XX, añaden que somos corresponsables de la situación. En todo caso, grande es el daño que a lo largo de la historia el hombre blanco ha causado al hombre negro. Los más sensatos exigen que incrementemos la cooperación y condonemos la deuda, lo que sin duda es necesario.

Conviene, sin embargo, tener en cuenta que los problemas de África no se resolverán solo con estas actuaciones y que de poco sirven los macroconciertos de los Bob Geldof, Bono y compañía. Además de las medidas convencionales hay que resolver los problemas estructurales que impiden el desarrollo, entre ellos el hecho de que en muchos de estos países africanos sus actuales gobernantes y señores de la guerra han igualado y, con frecuencia superado, la tiranía, crueldad y explotación que impusieron las depredadoras potencias europeas.

Mucho mejor nos hubiera ido a todos, y en especial a los habitantes de los países subdesarrollados, si no hubiésemos olvidado a Malthus, ya que de haberlo tenido presente -véase el caso de China- muy distinta sería hoy la situación. Aunque algunos no estén de acuerdo, difícilmente podrán no estarlo con el comentario de Coleridge en su ejemplar del Primer ensayo sobre la población: ¿Es que se necesita un volumen en cuarto para enseñarnos que de la pobreza vienen grandes miserias y vicios, y que siempre está presente, en su peor forma, donde hay más bocas que panes?

Hoy día, Kenia tiene alrededor de 34 millones de habitantes y un PIB por habitante de 900 dólares. El África subsahariana -cuya presión migratoria difícilmente sabemos cómo resolver y que según ha escrito en un reciente articulo en este periódico Enrique Barón, del Parlamento Europeo, nos sirve para que "descubramos ese territorio lleno de problemas pero también de esperanzas"- alcanza, si incluimos los países limítrofes del área, entre ellos Nigeria, los 220 millones de habitantes y un PIB medio por habitante inferior a los 1.000 dólares por persona. En definitiva, casi tres veces la población que existía hace cuarenta años y puede que en peores condiciones de vida que entonces. Los problemas son, por tanto, evidentes, no así las esperanzas. Ni siquiera la naturaleza se ha mostrado pródiga con esta extensa región en las últimas décadas.

Es posible que alguien pueda argüir que el crecimiento demográfico se está desacelerando, pero ni remotamente tanto como sería deseable. La situación a la que hemos llegado sólo podrá resolverse a medio y largo plazo y con medidas que hoy día, en su mayoría, no se están poniendo en práctica. Sorprende que aquellas políticas que consiguieron el progreso económico europeo en los siglos pasados, en una Europa que además ya había "despegado", no se traten de aplicar a los países subdesarrollados: sólo pudimos vencer en nuestros países el vicioso círculo de la pobreza y la ignorancia gracias a que además de ser eficientes económicamente, mantuvimos un crecimiento moderado de la población. Si no hubiera sido así, podría habernos sucedido algo parecido a lo de Kenia.