La traición árabe de Palestina

Es normal que los países con profundos desacuerdos de todos modos mantengan relaciones diplomáticas, mercantiles y comerciales. Sin embargo, también hay circunstancias en las que se considera que esas relaciones carecen de sentido. Por cierto, ése es el caso de la mayoría de los países frente a Corea del Norte, pero también describe la postura previa de Estados Unidos con Cuba, y ahora con Venezuela, así como la política de Israel con Irán, la de Arabia Saudita con Qatar y la de gran parte del mundo árabe con Israel.

Dada la importancia del diálogo entre los países, siempre se plantea el interrogante de cuándo perseguir o terminar relaciones normales con un actor “malo”. Históricamente, los gobiernos han cortado lazos con países que han violado repetidamente las normas internacionales, perpetrado genocidios u otras atrocidades o cuyo comportamiento merece un castigo. Los ejemplos obvios incluyen a la Alemania nazi, a la Unión Soviética cuando intentó desplegar armas nucleares en Cuba y a Irán, un país cuyos líderes constantemente instan a la destrucción de Israel.

Pero si violar las normas internacionales, defender una retórica fascista y abusar de la gente que está bajo su control son motivos suficientes para rechazar las relaciones normales con un país, ¿la estrategia histórica de los países árabes y de mayoría musulmana frente a Israel no estaría justificada? Mientras que Israel actúa democráticamente con sus ciudadanos judíos, su política con los ciudadanos no judíos y su ocupación y colonización de décadas de territorios palestinos han sido definidas por las Naciones Unidas como violaciones del derecho internacional.

Aun así, la política de larga data de los países árabes y de mayoría musulmana hacia Israel siempre estuvo sujeta a cambios en caso de que se cumplieran ciertas condiciones. La Iniciativa de Paz Árabe iniciada por los saudíes –que se sancionó de manera unánime en 2002 y que luego fue adoptada por la Organización de Cooperación Islámica- ofrece una normalización diplomática a cambio del retiro de Israel de las zonas que ocupó en 1967.

Aquí, a Israel simplemente se les está pidiendo que cumpla con el derecho internacional. Como dejó en claro el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en la Resolución 242 (1967), existe un consenso global sobre la “inadmisibilidad de la adquisición de territorios mediante la guerra”, e Israel por lo tanto está obligado a retirarse de los territorios ocupados, y luego resolver la cuestión de los refugiados palestinos que se creó cuando se estableció Israel en 1948.

Aún en esta cuestión espinosa, los países árabes y de mayoría musulmana fueron extremadamente abiertos al acordar que el “logro de una solución justa para el problema de los Refugiados Palestinos se acordaría según la Resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas”. En otras palabras, la Liga Árabe llegó al punto de darle a Israel poder de veto sobre cómo se implementaría este derecho inalienable bajo su acuerdo propuesto.

Antes inclusive de que se presentara la Iniciativa de Paz Árabe, el columnista del New York Times Thomas L. Friedman señaló su descreimiento de que los árabes fueran a concebir una propuesta así de moderada. En una entrevista con Abdullah bin Abdul Aziz al-Saud de Arabia Saudita, Friedman delineó su propio plan de paz ambicioso y el príncipe de la corona bromeó diciendo que las ideas eran tan parecidas que Friedman debió de haberse entrometido en su escritorio y robado las observaciones que tenía preparadas.

Finalmente, a pesar de que el marco estaba alineado con el derecho internacional y era lo suficientemente moderado como para que cualquier partido israelí tradicional lo considerara seriamente, Israel no sólo rechazó el plan, sino que agravó aún más la situación. Bajo la custodia del ejército israelí, la construcción de asentamientos judíos ilegales se aceleró y, para hacerles lugar, hasta se derribaron más hogares palestinos. Y, desde entonces, el gobierno de derecha de Israel bajo el primer ministro Benjamin Netanyahu ha comenzado a aprobar el robo absoluto –a través de la anexión- de más territorio palestino.

Ante este liderazgo beligerante israelí, muchos en la región y en otras partes se sorprendieron ante la decisión de los Emiratos Árabes Unidos de normalizar las relaciones con Israel. Con una población de apenas 1,4 millones de habitantes, los EAU están rompiendo con un consenso global respaldado por 423 millones de árabes y 1.800 millones de musulmanes. Un mes después de la decisión de los EAU, Bahréin, con sólo 1,6 millones de habitantes, anunció que seguiría sus pasos.

Los líderes de los EAU sostienen que el compromiso con Israel mejorará las posibilidades de alcanzar un acuerdo de paz aceptable y de poner fin a la ocupación, observando que Israel ya ha aceptado suspender su plan de anexión unilateral. Pero la experiencia colectiva de palestinos y árabes que han hecho las paces con Israel en el pasado demuestra que este argumento es falso. Más bien al contrario, la apertura de los EAU le permitirá a Israel endurecer su posición.

Después de todo, Netanyahu (que enfrenta cargos de corrupción y, por ende, está desesperado por una cobertura política) no se demoró mucho en declarar que la “anexión todavía está sobre la mesa”. La rama de olivo de los EAU, señaló, demuestra que Israel no tiene que ceder territorio a cambio de paz, como alguna vez sugirió el presidente norteamericano George H.W. Bush. Netanyahu reiteró esta posición cuando Bahréin expresó una posición similar a la de los EAU.

En pocas palabras, las declaraciones jactanciosas de Netanyahu destruyeron totalmente la justificación de la decisión tomada por los EAU. Tal vez para manifestar su desagrado, el príncipe de la corona de los Emiratos, Mohammed bin Zayed al-Nahyan, ha dicho que no asistirá a una ceremonia de firma organizada a las apuradas en Washington el 15 de septiembre. Pero los EUA no se retiran del acuerdo y la Liga Árabe no ha condenado su decisión de abandonar principios y compromisos compartidos.

No hace falta decir que la administración del presidente norteamericano, Donald Trump, y el gobierno de Netanyahu están encantados de haber “dado vuelta” a un país árabe sin necesidad alguna de concesiones importantes por parte de Israel. Sin duda, Israel, los EAU y Bahréin no tienen ninguna disputa de territorio del tipo que se interpuso en el camino de acuerdos similares con Egipto y Jordania en el pasado. Sin embargo, esos argumentos son prueba de que normalizar las relaciones con Israel no fomenta la causa de la paz. Si bien obviamente no se puede buscar la paz y la normalización sin líderes dedicados, el proceso también necesita del apoyo de la gente involucrada.

Por su parte, árabes y palestinos anhelan relaciones normales con Israel, pero sólo después de que haya terminado la ocupación. Cuando una parte es una potencia militar con amigos aún más poderosos, la paz debe alcanzarse a través de un acuerdo justo, no de una acción unilateral. Un país que viola de manera serial los derechos humanos y los tratados internacionales no debería ser recompensado con relaciones normales, aunque sea de parte de pequeños países árabes del Golfo.

Daoud Kuttab, an award-winning Palestinian journalist, is a former Ferris Professor of Journalism at Princeton University.

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