La trama del pasado

La profundidad de los cambios que sacuden a sociedades enteras en crisis es difícil valorarla con las lentes de hoy. Se verá más tarde en perspectiva y con su más contrastada dimensión. La línea divisoria entre una era y la siguiente, decía Hannah Arendt, apenas si es visible mientras la traspasamos y sólo cuando el hombre las ha sobrepasado, las líneas se convierten en muros tras los que queda el pasado irrecuperable.

Nadie es consciente cuando se produce un momento estelar de la humanidad. Lo vemos luego dibujado en los mapas o en las mentes de los estudiosos contemporáneos. Los dos factores permanentes que cambian el rumbo de la historia son la geografía y las ideas. Me atrevo a decir que también la poesía, tan inofensiva y tan minoritaria, tiene una fuerza semejante a las palancas más poderosas.

Stefan Zweig escribió Momentos estelares de la humanidad, un clásico de catorce hechos que considera clave en los últimos veinte siglos. A él acuden todas las generaciones desde que fue escrito en 1927 para descubrir que un hecho en apariencia rutinario, sin mayores repercusiones, ha constituido la piedra angular de un cambio de dimensiones universales.

El historiador José Enrique Ruiz-Domènec se ha atrevido con una recreación de diecisiete momentos que cambiaron la historia del mundo. Su libro La trama del pasado (Libros de vanguardia) arranca de la guerra de la libertad, la batalla entre persas y griegos que dio lugar entre otras cosas a la oración fúnebre de Pericles que posiblemente es una pieza fundamental para entender la civilización europea que se basa también en la capacidad de opinar lo contrario sin que se trastoque el progreso.

Es interesante recorrer el trayecto de Ruiz-Domènec y advertir que ciertamente la geografía y las ideas cambian el destino de los pueblos. No escoge un hecho único y puntual sino una época en la que empiezan y se cierran ciclos históricos hasta crear situaciones diferentes, nuevas, no necesariamente mejores pero sí irrevocables. La Revolución Francesa empieza con la toma de la Bastilla y acaba con la derrota en Waterloo que proyecta todas las luces y sombras sobre un Napoleón que es venerado por una mayoría de franceses pero que, a mi juicio, fue el gran responsable de la política basada en la conquista y las guerras con soldados extraídos de la sociedad civil que todavía sufrimos hoy en alguna parte del mundo.

Las guerras del siglo XX cumplían los dos requisitos de la geografía y las ideas. Lo que ocurrió en la ex-Yugoslavia se perpetró en nombre de principios étnicos, religiosos y culturales que se traducían en trazados de nuevas fronteras como podemos comprobar comparando cualquier mapa de hace 40 años con uno de hoy.

Lo que ocurre entre Ucrania y Rusia no es otra cosa que el dominio y control de un territorio donde habitan mayorías o minorías de habla rusa. Lo seguimos en directo estos días con soldados rusos camuflados en Crimea o con asaltantes prorrusos que quieren echar por la fuerza a los ucranianos de las instituciones.

De la coronación de Guillermo II a la Alemania de la Gran Guerra(1888-1914) o de la alegoría del buen gobierno a la peste negra (1337-1348) son secuencias históricas que han dado saltos espectaculares sin posibilidad de vuelta atrás. El drama del asesinato de César por Bruto es algo más que una conjura, es una estupidez que se vuelve en contra de los propios impulsores del magnicidio que no son considerados como unos patriotas que eliminan a un tirano sino unos ambiciosos que recurren al asesinato para el control de Roma. La historia no la tejen nunca manos inocentes y todos los pueblos han intentado reconstruirla al son de los historiadores y de la correcta opinión de los contemporáneos. Se da la paradoja, además, de la célebre proposición de Aristóteles, invocada por Steiner, de que la ficción es más verdadera que la historia. Son los dramas de Shakespeare los que en buena medida determinan el sentido de Gran Bretaña y de su propio pasado. Su Julio César es una recreación brillante y fantasiosa del asesinato de los idus de marzo de hace más de veinte siglos. No hay historia formal que iguale la veracidad de Guerra y paz de Tolstói y posiblemente no hay otra forma más entendedora del siglo XIX español que Los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós.

Ruiz-Domènec nos plantea en 17 episodios los momentos clave que a su juicio han moldeado la historia de la humanidad. Citando a Zweig nos recuerda que en la historia, como en la vida del hombre, el lamentarse no devuelve una ocasión perdida. En miles de años no se repone lo que se pierde en una hora.

Interesantes reflexiones en estos tiempos convulsos globales y locales en los que el problema es cómo controlar la velocidad de los acontecimientos. Circulamos a 180 kilómetros por hora en carreteras secundarias. Se trata de prevenir si llegaremos a destino sin despeñarnos aunque muchas sean las alegrías y entusiasmos en las pistas de salida. Cuidado con la geografía y alerta con las fronteras alteradas. Siempre que se enderezan límites fronterizos en Europa comporta hostilidades con la excepción de Noruega, Checoslovaquia y la descomposición del imperio soviético que ahora Putin intenta recoser con el hilo y aguja del gas y de la fuerza.

Lluís Foix, periodista.

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