La trampa libanesa

España ha sufrido las primeras bajas en Líbano. Era previsible, porque se trata de una misión de muy alto riesgo. En su momento, el Gobierno lo reconoció sin ambigüedades y en este sentido no se le puede acusar de iluso o de hipócrita. Sabía muy bien dónde estaba metiendo a las tropas. Lo que nunca quedó claro fue por qué.

España no tiene interés alguno en Líbano. José Luis Rodríguez Zapatero llegó al poder en parte por el rechazo del pueblo español a la política exterior de Aznar, con sus fantasiosas pretensiones de que nuestro país era una gran potencia mundial y por lo tanto su política exterior debía ser ambiciosa y agresiva. El asunto le explotó al PP en el momento más inoportuno. Durante los dos primeros años de su presidencia, Zapatero se regocijaba recordándonos sin cesar que él había sacado a las tropas de Irak. Acto seguido, hace ya diez meses, envió un contingente español a Líbano.

La guerra en Líbano es inevitable por la sencilla razón de que la desean tanto Israel como Hezbolá. La falsa paz se ha mantenido durante meses porque ambos bandos juzgan que todavía no es el momento adecuado para romper de nuevo las hostilidades. La situación se complica por la presencia de otras facciones que siguen sus propios intereses, que no coinciden necesariamente con los de Israel o Hezbolá. Es un residuo de la guerra civil libanesa, que no fue en absoluto un conflicto sencillo con dos enemigos claramente diferenciados, sino una verdadera multiguerra con múltiples bandos y facciones que chocaban sin cesar entre sí -cristianos, suníes, chiíes, drusos, palestinos, sirios, israelíes, etcétera- siendo frecuente que los presuntos aliados se apuñalasen por la espalda a la menor oportunidad.

Hezbolá ha condenado el atentado, y este grupo no suele ser de los que tiran la piedra y esconden la mano. A su debido tiempo no dudarán en atacar a las fuerzas españolas si éstas intentan impedir que actúen contra la población civil del norte de Israel. Pero ese momento no ha llegado aún, de manera que por ahora les conviene mucho más la paz. Hezbolá es un grupo altamente organizado, cuya dirección suprema suele planificar racionalmente a largo plazo, lo que no quita en absoluto para que sean terroristas y muy sanguinarios.

Sospechosos no faltan, por desgracia. Hace pocos días Israel fue atacado con cohetes desde el sur de Líbano, pero desde un sector bajo la supervisión de tropas de paz indonesias. Al-Qaida quiere infiltrarse en Líbano y además lo necesita. Dentro del mundo árabe se le suele reprochar que, obsesionada por su yihad terrorista contra Occidente, no hace absolutamente nada con respecto al tema palestino. Siria, por su parte, desea desestabilizar al máximo un país al que considera como una provincia perdida. Los palestinos exiliados siguen medio prisioneros en sus campos de refugiados, de manera que se radicalizan y provocan conflictos. Que estas facciones radicales estén instigadas por el integrismo islámico o por el espionaje sirio puede tener su importancia, pero la realidad es su violencia contra las tropas occidentales. Mientras tanto, los periódicos israelíes especulan abiertamente sobre la próxima y supuestamente inminente invasión israelí de Líbano. El nombramiento como ministro de Defensa del ex primer ministro laborista Ehud Barak sería uno de los múltiples indicios que apuntarían en esta dirección.

Esto nos lleva de vuelta a la pregunta básica: ¿Qué hacen nuestras tropas en Líbano? ¿Por qué motivos las envió allí nuestro presidente? Destinamos tropas a Bosnia porque la guerra de desintegración de Yugoslavia era una vergüenza para Europa y porque amenazaba con desencadenar sobre nosotros oleadas de millones de refugiados, si los serbios se hubieran salido con la suya y hubieran logrado conquistar a sangre y fuego el imperio Gran Serbio étnicamente puro que ambicionaban. Enviamos tropas a Afganistán porque conviene mucho a los intereses de toda la alianza occidental que los talibanes no regresen al poder. Enviamos tropas a Irak por motivos que estaban bastante claros, dejando aparte el juicio que le merecieran a cada uno: el prestigio de España como supuesta gran potencia y el arrimarse al poderoso, estar en el bando de los vencedores. Pero ¿y Líbano? ¿Si estalla la guerra, lucharán nuestras tropas? ¿Lo harán las francesas, alemanas y de otros países? Las fuerzas de la ONU, la Finul, se reducen a 12.000 soldados de 30 naciones, incluidas 17 de la UE. ¿Existe algún acuerdo, algún plan concreto que coordine la acción militar de estos contingentes cuando empiece la lucha? ¿Se les pueden enviar refuerzos con rapidez? ¿O los evacuaremos a toda velocidad cuando las cosas se pongan feas de verdad, quedando en ridículo una vez más?

El mero hecho de sufrir bajas o el miedo a sufrirlas no es motivo suficiente para abortar una misión, pero enviar tropas por enviarlas, sin planes o motivos claros, es un acto criminal. Instemos todos a nuestro Gobierno para que clarifique los aspectos claves de la situación. Si el Ejecutivo español obtiene el respaldo de la oposición y de la opinión pública para, acto seguido, dejar claro, sin alzar mucho la voz, pero de forma nítida y terminante, que nuestras tropas están allí por razones específicas que son importantes para nosotros, que nuestras fuerzas lucharán llegado el caso, que las respaldaremos con los refuerzos necesarios, entonces será mucho menos probable que las ataquen.

Juanjo Sánchez Arreseigor