La transformación de la prensa en una España agitada

Cuando hace unos días me pidieron un título para mi intervención improvisé el que figura en el anuncio de mi comparecencia hoy ante ustedes, La transformación de la prensa en una España agitada, pensando en los importantes paralelismos que veo entre política y periodismo. Dos mundos que se enfrentan a graves problemas con un elemento en común: la sociedad española. Posteriormente, preparando ya la intervención, pensaba en las muchas obviedades que encierra la frase, pues si hay algo que esté fuera de toda duda es la transformación a la que se enfrenta la prensa, a la que nos enfrentamos los editores, resultando también evidente que vivimos en una España agitada. Profundizando aún más en el título, pensé que la transformación de la prensa tiene carácter universal, pues, en efecto, en todo el mundo los editores se enfrentan a lo mismo, y la agitación de los tiempos no es algo exclusivo de España. Europa vive agitada, el mundo entero vive agitado. Esta agitación e incertidumbre es lo que genera en el mundo una nueva realidad geopolítica con todas sus consecuencias, como el fenómeno de los refugiados, los movimientos migratorios, el terrorismo yihadista, la dudosa solvencia de las economías emergentes, el cambio climático... Europa, que está en el mundo, pasa por sus propias vicisitudes: la complicada integración europea, el desafío de aprender a convivir con la moneda única, pero con políticas económicas y fiscales diversas, el Brexit... Y España, que está en Europa, también tiene las suyas y ... sí, permítanme que les diga, España está agitada.

La transformación de la prensa en una España agitadaSeguro que hay razones para la agitación, razones poderosas, sin duda. Ante la situación que vivimos hay dos soluciones: hacer frente a las causas que generan la agitación o intentar paliar la propia agitación, lo que no suele resolver nada, porque bien es sabido en el terreno de la medicina que de nada sirve atajar los síntomas de una enfermedad si ésta no está diagnosticada y no se aborda el origen de la misma.

¿Cuáles son nuestros problemas? Muchos y de muy diversa índole. Siguiendo con el símil clínico, se diría que España está al borde del fallo multiorgánico y, por tanto, al borde del colapso, lo que requiere de intervenciones severas y determinadas que estabilicen al enfermo y le permitan salir adelante. A veces, muchas de las decisiones que hay que tomar para estabilizar a un enfermo en estado crítico son decisiones no exentas de riesgo, pero hay que elegir entre no hacer nada (seguramente la actitud menos comprometida, pero menos adecuada) o hacer cosas que permitan seguir vivo al enfermo aún a riesgo de hacerle daño.

En otras ocasiones me he referido a la "España desarticulada" para tratar de explicar lo mismo, esto es, la grave crisis institucional por la que atravesamos que se traduce en agitación. Así las cosas, la España desarticulada nos lleva a la España agitada no sin que algunos hayan intentado sacar tajada de la situación buscando que en nuestra sociedad prenda el más rabioso populismo. Y lo han conseguido. No sin riesgo para el conjunto de los españoles, pues las recetas populistas, volviendo a nuestro enfermo en estado crítico, lo que buscan es encubrir los síntomas sin atacar las causas. Se aplican terapias paliativas para, encubriendo los síntomas, evitar que se hable de la enfermedad. Sin embargo, los problemas se mantienen y acaban manifestándose con la peor de las virulencias.

España tiene problemas estructurales serios, problemas que pareciera no querer ser afrontados por los líderes políticos, problemas que requieren para su solución de un amplio consenso que los actuales partidos no han sabido o no han querido encontrar, problemas cuya simple formulación generaría alarma e inquietud, pero o nos enfrentamos a ellos o el futuro de los españoles será claramente peor.

Estamos todavía en periodo de liquidación del IRPF. La Agencia Tributaria, en un esfuerzo de transparencia, coincidiendo con la liquidación del impuesto nos explica cuál es el destino de lo recaudado por el conjunto de las administraciones públicas, resultando que el 40% lo consumen pensiones y otras prestaciones sociales; el 14% Sanidad; y un 9% Educación. En total estas tres macropartidas consumen un 63% de los Presupuestos Generales del Estado. Pues bien, estas tres materias precisan de reformas estructurales importantes que requerirán de una amplia base parlamentaria para ser abordadas.

Pensiones y otras prestaciones sociales.

Parece increíble que ni en la pasada campaña electoral, ni en las anteriores, ni parece que en la que está en curso, se ponga de manifiesto el grave problema al que se viene enfrentando nuestro país desde hace años y que no tiene solución a corto plazo. Me refiero al problema demográfico generado por una tasa de fertilidad de las más bajas del mundo. Se sabe, todo el mundo es consciente, que en pocos años el actual sistema de pensiones está muerto; que el progresivo envejecimiento de la población va a incrementar el número de dependientes y que con el actual sistema de financiación, aún consiguiendo los objetivos de empleo del actual gobierno, no se podrán pagar las pensiones o, al menos, no se podrán pagar en sus actuales niveles. El Pacto de Toledo está muerto y es necesario sustituirlo por otro en el que se busquen soluciones que contemplen el hecho demográfico. No se puede seguir haciendo pensar a los españoles que hoy están entre los 40 y los 50 años que cuando lleguen a la edad de jubilación van a cobrar una pensión en la cuantía que hoy está vigente, porque no va a ser así. Por otro lado, sorprende la renuencia de los políticos a promover la natalidad,contrariamente a lo que sucede en otros países europeos, donde este tipo de medidas están dando buenos resultados.

Sanidad.

Otro de los pilares del Estado del Bienestar que no va a ser sostenible a medio plazo. En este caso también el factor demográfico va a tener su peso, pues una población envejecida, más longeva, con enfermedades crónicas de más duración, van a suponer una carga imposible para la prestación gratuita y universal. En este capítulo la falta de coordinación entre las administraciones autonómicas y entre el sector público y privado hacen que la Sanidad española, siendo de las mejores, resulte muy ineficiente.

Educación.

En la educación reside la madre de todas las batallas. A través de la educación es como se socializa a los futuros ciudadanos españoles y, al margen del fracaso del sistema educativo (parece no avergonzarnos estar en los primeros puestos del ránking del fracaso escolar en Europa), ¿cómo vamos a educar a las nuevas generaciones sin un programa educativo común? ¿Cómo vamos a integrar a los estudiantes en un proyecto común de España si desde las diversas comunidades autónomas, que han recibido las competencias en materia educativa, se les inculcan otras prioridades?

Esto por lo que se refiere a la enseñanza media, porque capítulo aparte merece la enseñanza universitaria. Desde la Ley de Reforma Universitaria de 1983 la Universidad española ha emprendido el camino exactamente contrario al que emprende cualquier universidad que se precie. Como denuncia en una reciente Tribuna en EL MUNDO el prof. Gimbernat, el sistema de elección del profesorado no puede ser más endogámico, permitiendo que a la carrera docente no lleguen los mejores, sino los más "afines", con independencia de sus méritos, trabajos científicos, cualidades docentes o trabajos de investigación. Por otro lado, la Universidad en España ha dejado de ser "universal" y sus profesores y alumnos pasan toda su vida docente pegados a su domicilio familiar, perdiéndose el enriquecimiento que supone salir de su entorno y ver otras cosas. No es de extrañar que en los distintos ránkings que se elaboran ninguna universidad española figure entre las 200 primeras del mundo, ni que en los últimos 50 años ningún científico español haya obtenido un premio Nobel en disciplinas estrictamente científicas, mientras si lo han sido 60 británicos, 47 alemanes, 18 franceses, 16 suizos, 15 italianos, 9 austriacos, 6 holandeses y 4 belgas. ¡Como para pensárselo!

Siendo todo esto cierto, sorprende no oír hablar de ello en campaña electoral, ni en los debates entre candidatos. Sorprende que los principales partidos -el único que está haciendo este planteamiento es el PP- no se pongan de acuerdo para hacer una propuesta a los ciudadanos orientada a resolver todos estos problemas y sin embargo estén agitando con los síntomas que los problemas generan. España ha sabido salir de situaciones complicadas en el pasado, no tendría que resultar imposible ahora. No sé si se trata de reeditar los Pactos de la Moncloa o de alumbrar otro tipo de acuerdo, pero es imprescindible resolver los problemas de forma convenida entre todos, o entre todos los posibles.

No me voy a extender con otros temas, como el de la Justicia, que claramente requiere una revisión en sus sistema de elección para jueces y magistrados, o como la patata caliente de la configuración territorial del Estado, amenazado en toda regla con un desafío soberanista por parte de determinadas fuerzas políticas. Esto nos lleva a la Constitución y a su eventual reforma.

Se habla mucho de la regeneración en general y también de la regeneración de los partidos. A veces pienso que cuando desde los partidos se habla de regeneración se falsea la realidad, se envía un mensaje falso a los ciudadanos. Regeneración no es rejuvenecimiento de los líderes. Si éstos siguen siendo un producto de la burocracia endogámica del partido, la regeneración sólo lo es en apariencia. Debiéramos exigir a los partidos una regeneración real que suponga su apertura hacia la sociedad y que permita que los mejores vayan a la política. Los problemas a los que tenemos que enfrentarnos exigen el concurso de los mejores y los partidos deben asumir que pedir ayuda a otros sólo puede enriquecerlos.

¿Y cuál es el papel de la prensa en todo esto? Los medios tienen la importante función de proporcionar un criterio a los destinatarios de sus informaciones, para lo cual, el propio medio debe contar con claves para interpretar la realidad, que es lo mismo que decir que debe tener su propio ideario o que cada medio ha de tener su propio modelo de sociedad que debe defender. También, claro, su propia visión de España. Así ha sido en diferentes momentos de nuestra Historia y, es más, así debe ser.

En este sentido, por ejemplo, en España los periódicos tuvieron durante la primera mitad del siglo XIX un peso determinante en la defensa de los valores liberales y en contra del absolutismo; lo tuvieron también en el ocaso del franquismo y durante la Transición y tengo la sensación de que en nuestros días los periódicos y el conjunto de los medios debiéramos volver a ser protagonistas en el terreno de las ideas en un momento en el que los ciudadanos están más actualizados que nunca pero el debate de las ideas no llega a ellos con la profundidad que debiera -observen que he dicho actualizados, no informados-.

Internet, la revolución tecnológica, ha propiciado cambios muy importantes en múltiples sectores de la actividad económica, también y de forma muy particular en el de los medios de comunicación. La gente recibe la información casi antes de que se produzca la noticia, todo sucede a una velocidad vertiginosa sin apenas tiempo para que el contenido que nos llega pueda ser digerido. El "enganche" con los medios digitales es total; el tiempo que se consume en consultarlos es tal que casi podríamos estar hablando en términos de adicción; por contra, el tiempo dedicado a los medios tradicionales se ha reducido casi a la mitad. ¿Podemos decir que los ciudadanos de hoy están mejor informados que antes? En absoluto. En la medida en que se ha perdido la profundidad en beneficio de un mayor espectro informativo, los lectores están más actualizados pero peor informados. Es el triunfo de la banalización en los medios que sirve en bandeja la posibilidad de agitar. Importa más apelar a la emoción que a la razón porque las emociones son más rentables a la hora de generar audiencias. Internet ha provocado que los medios hayamos roto el sistema intelectual que regía la relación del medio con sus lectores, hemos acabado con la jerarquía de la información y con la prevalencia de los valores.

Evidentemente esto tiene sus consecuencias y su paralelismo en la realidad política. Siempre he sostenido que una sociedad peor informada es una sociedad con menos criterio y, por tanto, más fácilmente manipulable, más vulnerable.

Entre todos hemos propiciado el mejor caldo de cultivo posible para que crezca el populismo, para que el éxito de la agitación esté garantizado, para que triunfen las emociones sobre las razones en una espiral enloquecida en la que periodistas y políticos van de la mano. Desde el momento en que se abandona el discurso de las ideas y la coherencia de nuestros actos en relación a éstas, perdemos nuestros anclajes con la sociedad y los ciudadanos nos pasan factura, a medios y a partidos políticos. No hay más que ver dónde estamos y de dónde venimos. No es casual que los dos grandes partidos nacionales estén evolucionando hacia una realidad sociológica tan poco atractiva en la que el votante tipo se corresponde con personas de más edad, de menos instrucción y cada vez con menos peso en grandes núcleos de población (menos urbano).

Partidos y medios, que siempre hemos sido solidarios en defensa de la democracia, precisan abordar un proceso de regeneración que les permita reconciliarse con sus fines y de paso con sus lectores y electores.

El seísmo que ha provocado la revolución tecnológica nos obliga a replantearnos los medios, pues es evidente que disponemos de más instrumentos para llegar a mucha más gente y en esa realidad se pueden sentar las bases de un modelo de negocio rentable. Al mismo tiempo tenemos que recuperar la esencia de nuestros fines que no pueden ser otros que los que inspiraron nuestro alumbramiento. Como decía antes, en particular los periódicos han ido naciendo en función de los fines que perseguían y siempre se ha antepuesto a cualquier otro fin el proyecto intelectual que alienta a cada uno de ellos (con la única condición necesaria de la sostenibilidad del medio).

Los periódicos debemos adecuarnos a esta nueva realidad sin confundirnos. Internet constituye para nosotros una gran oportunidad, pero no debe llevarnos a perder nuestra esencia. La crisis que sufren los productos impresos es mundial, los recortes, los trabajos de redimensionamiento de estructuras y productos son generalizados por lo que, inevitablemente, ese camino habrá que recorrerlo, pero siempre habrá mercado para un producto que atienda a lo esencial y eso los editores debemos tenerlo muy presente.

Estamos en plena campaña electoral y de las urnas, después del 26 de junio, ha de salir un gobierno. Yo pido a los partidos que propicien que el gobierno que se forme sea lo más fuerte y estable posible, dada la envergadura de los problemas a los que se va a tener que enfrentar. Y a los demás les pido que trabajemos todos juntos en la articulación de España y así evitaremos que nos la "agiten".

Antonio Fernández-Galiano es Presidente de Unidad Editorial. El presente texto es un extracto de la conferencia pronunciada ayer en el Club Empresarial Antares de Sevilla. La versión completa puede consultarse en ELMUNDO.es.

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