La transformación del capitalismo

Situados en el último trimestre del 2008, en el que --tras la quiebra de Lehman Brothers-- todo el andamiaje de la economía mundial estaba al borde del abismo, la propuesta de Sarkozy a Bush de organizar una cumbre para reformar el capitalismo más pareció una iniciativa mediática del hiperactivo presidente francés --que entonces presidía el Consejo de la UE-- que otra cosa. Bush estaba, por otra parte, a punto de dejar la Casa Blanca y las cosas pintaban mal para la economía mundial, que entraba, de forma acelerada, en la depresión en la que ahora estamos instalados.

Aceptada la celebración de una Cumbre en Washington, los días 14 y 15 de noviembre, se acordó el formato G-20, con los países sistémicamente relevantes, a los que, a trancas y barrancas, se incorporaron España, Holanda y la República Checa. Esta última iba a asumir la presidencia europea en este primer semestre del 2009.

La reunión de Washington fue poco preparada y muy breve, pero dejó un plan de acción que, si no sirvió para reformar el capitalismo como se proponía Sarkozy, sí dejó caminos abiertos para seguir trabajando en la transformación de un sistema económico internacional que no se quería que al salir de la recesión actual siguiera siendo como hasta el momento. Se decidía, por otra parte, que una nueva cumbre, más preparada, se celebraría en Londres el 2 de abril.

Los primeros resultados de la aplicación de las ideas del plan de acción de Washington fueron desalentadores. El director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC) reconocía a finales del mes de diciembre del 2008 que la Ronda de Negociaciones comerciales Multilaterales de Doha no podría concluirse como se había pretendido en la Cumbre de Washington y muchos países adoptaban, además, medidas de proteccionistas consecuencia de las ayudas estatales asimétricas.

La economía mundial iba, paralelamente, deteriorándose. El desempleo no paraba de crecer y el Banco Mundial y la OMC preparaban previsiones sobre una situación de colapso que no se recordaba desde la segunda guerra mundial: el producto mundial bruto iba a decrecer en el 2009 un 2% y el comercio mundial caería un 9% respecto del 2008.

La llegada de Obama a la Casa Blanca, el 20 de enero, la coordinación de los países europeos y la fortuna de que quien preside en este momento el G-20 sea una Gran Bretaña que ha podido presentar estudios y propuestas elaborados por sus bien conocidos think tanks, ha permitido ir saliendo de la inacción, aunque, todavía, con muchas diferencias entre los planes de unos y otros.

Gracias a las reuniones de sherpas y ministros para preparar la Cumbre de Londres, lo que se pensaba a ambos lados del Atlántico y en los dos frentes europeos respecto de las medidas de relanzamiento de la economía mundial, de dotación de más recursos al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para reforzar los mecanismos de vigilancia y supervisión o sobre cómo actuar con los paraísos fiscales ha podido ir acercándose.

Ello no ha implicado que EEUU dejara de incrementar sus multimillonarias ayudas a favor de la recuperación, como quedó patente el 23 de marzo en la presentación, por parte Timothy Geithner, secretario del Tesoro, del nuevo plan de relanzamiento, y pese a los temores a la hiperinflación. Los americanos tienen a su favor que darle a la manivela de la emisión de dólares o comprar sus propios bonos del Tesoro solo les cuesta una pequeña depreciación adicional del dólar respecto del euro, lo que favorece a sus empresas exportadoras y abarata el valor real de su deuda externa.

Europa empezó su reacción con un Sarkozy favorable a aumentar las ayudas públicas y una Merkel más cauta, pensando en la deuda que generaría el sobregasto actual. Había, pues, graves discordacias intraeuropeas que se han ido limando gracias al trabajo de la Comisión Europea y a las sucesivas reuniones de ministros y de líderes europeos.

Europa está, así, a favor de una mejor supervisión y regulación financiera, y el presidente del Banco Central Europeo ha hecho llamamientos contra financiaciones que no se sepa adónde conducen. El Consejo Europeo del 19 y 20 de marzo acordaba aceptar el aumento de los recursos a disposición del FMI y cuestionaba seguir inyectando masivamente liquidez a la economía, excepto en lo necesario para la salvación de los nuevos miembros de la UE del este europeo, en grave situación de insolvencia.

La lucha contra los paraísos fiscales se ha recrudecido y los países con opacidad fiscal han tenido que ceder a las presiones externas para adaptarse a la nueva situación. En una reunión de líderes de la UE, Sarkozy acusó a Merkel de ser tolerante con Liechtenstein, y Merkel le respondió que la Andorra de la que él es copríncipe estaba en la lista de la OCDE de las 40 jurisdicciones fiscalmente no cooperadoras. Al tiempo, las presiones sobre Suiza llegadas desde EEUU cuajaban. Al final, estos países han tenido que transigir con la transparencia fiscal, lo mismo que Austria, Luxemburgo y otros países con secreto bancario. Las multinacionales norteamericanas están frenando que se haga lo propio con Panamá, Bahamas y Gibraltar.

En definitiva, y pese a que la reunión de Londres no habrá modificado las malas perspectivas de la economía mundial y no todas las divergencias se hayan superado, la cumbre del G-20 aporta nuevas líneas de transformación del capitalismo hacia regímenes más regulados y supervisados y sin tantas posibilidades de especulación.

A partir del momento en que los gobiernos de los países del G-20 apostaron su liderazgo a la carta de Londres, quedaba claro que esta cumbre no podía ser un fracaso: de ahí el enorme trabajo técnico y político desarrollado en estos últimos meses para conseguir que la reunión ayude a la "transformación" del capitalismo.

Francesc Granell, catedrático de la UB y director general honorario de la Comisión Europea.