La transmisión de la salud de madre a hija

El mes pasado, el Green Templeton College de la Universidad de Oxford celebró la edición anual del Simposio sobre Mercados Emergentes en Egrove Park. Esta vez, el tema fue “Salud y nutrición materna e infantil”. La última diapositiva de la presentación de apertura, ofrecida por Stephen Kennedy, del GTC, era una caricatura en la que aparecían dos jóvenes competidores en la línea de largada de una carrera: uno de ellos era fuerte y sano, el otro estaba demacrado y engrilletado, cargaba un bártulo lleno de enfermedades y tenía por delante la inmensa barrera de la malnutrición. El mensaje era claro: al nacer, las probabilidades de triunfar en la vida no son iguales para todos.

Esto, por supuesto, no es ninguna novedad. Ya está bien documentado el impacto que factores como la pobreza, la alfabetización materna, el acceso a sistemas de saneamiento y las condiciones habitacionales tienen sobre la salud de los niños (y luego sobre las sociedades y las economías). El problema es que estos factores no son tratables mediante intervenciones sanitarias aisladas. Sin embargo, hay otro determinante social del que no se habla tanto y sobre el que es posible hacer algo: la nutrición materna.

La discusión respecto de la influencia relativa de “naturaleza” y “crianza” en el desarrollo de las personas viene de lejos, desde los tiempos de Hipócrates. De hecho, ya las civilizaciones antiguas consideraban que una adecuada nutrición materna era esencial para garantizar la supervivencia y la prosperidad de las generaciones futuras. Pero las mejores intenciones no bastan cuando se enfrentan a la pobreza y la ignorancia.

La malnutrición materna tiene consecuencias de largo alcance, por ejemplo: tasas de mortalidad infantil más altas, aumento de la incidencia de defectos congénitos, mayor susceptibilidad a infecciones y deficiencias nutritivas específicas que pueden encerrar al niño en un círculo vicioso de mala salud desde temprana edad. Además, la malnutrición intrauterina puede aumentar el riesgo de desarrollar padecimientos crónicos tales como obesidad, diabetes y enfermedad cardiovascular al llegar a la adultez.

Fue muy elocuente constatar que la mayoría de los 47 participantes del simposio (figuras influyentes de los sectores público y privado, venidas de todo el mundo) desconocían hasta qué punto la nutrición de la madre afecta el bienestar de su descendencia. Se mostraron sorprendidos cuando se les presentó evidencia científica que demuestra que los bebés crecen igual en cualquier lugar del mundo, siempre que reciban la misma atención y no estén expuestos a restricciones ambientales; lo cual contradice la idea usual de que el desarrollo de un niño depende en gran medida de la pertenencia étnica y el género.

Esto es señal de que la comunidad científica no ha hecho lo suficiente por retransmitir información pertinente a las autoridades. De hecho, después de ver esa presentación, un ex primer ministro paquistaní confesó que si durante su mandato hubiera sabido lo que sabe ahora, hubiera sido mucho más proactivo en este tema.

Los participantes del simposio coincidieron en la importancia de proveer atención preconceptiva en el contexto de los servicios de salud materna e infantil. Después de todo, si una adecuada nutrición materna se trasladará a su descendencia en la forma de beneficios sanitarios esenciales durante toda la vida, puede verse a las mujeres como depositarias de la salud de las futuras generaciones.

Esta conexión biológica intergeneracional adquiere especial importancia en el caso de las niñas. La influencia que recibe un feto femenino de los niveles y la composición de la nutrición de la madre se proyectarán hasta que la hija, ya adulta, se convierta a su vez en madre.

Pero como muy pocos científicos han reconocido esta importante conexión entre los óvulos de una mujer y el futuro de sus nietos, no es raro que los políticos aún sean inconscientes del impacto perdurable de la salud femenina. Pero las pruebas son claras, y exigen acciones.

La buena noticia es que hay soluciones. Está demostrado que es posible mejorar la nutrición materna con diversos tipos de intervenciones: entregas condicionales de ayuda en efectivo, campañas de mensajes de texto, programas de alimentación escolar, esquemas de fortificación vitamínica y la acción del liderazgo local.

A estas iniciativas hay que complementarlas con políticas que fomenten elecciones nutritivas positivas. Para convencer a los gobiernos de la necesidad de implementarlas, será necesario apelar a experiencias recogidas en diversas partes del mundo. En Brasil, por ejemplo, un programa de televisión sobre la importancia de los suplementos de ácido fólico para la prevención de la espina bífida (una malformación congénita del tubo neural) atrajo inmediatamente la atención de los políticos.

También es fundamental lanzar iniciativas para educar a la población en temas de nutrición, sobre todo porque pueden motivarla para exigir respuestas de sus gobiernos. Para esto podrían usarse formatos de entretenimiento como las telenovelas, que se han convertido en importantes herramientas para el empoderamiento de las mujeres en sociedades conservadoras de Medio Oriente.

El Simposio sobre Mercados Emergentes y otros foros similares pueden ayudar a salvar el abismo cada vez más evidente que hay entre la ciencia y la política pública. Pero sin un decidido apoyo de la sociedad al cambio, no es mucho lo que saldrá de estas reuniones. Es hora de exigir acciones: los gobiernos ya no pueden seguir perdiendo tiempo.

Sania Nishtar is the founder and President of the NGO think tank Heartfile. Traducción: Esteban Flamini.

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