¿La ‘trumpforia’ por fin tocó fondo?

Una pantalla muestra las cifras de la caída en el índice Dow Jones de la Bolsa de Valores de Nueva York, el 5 de febrero Credit Brendan Mcdermid/Reuters
Una pantalla muestra las cifras de la caída en el índice Dow Jones de la Bolsa de Valores de Nueva York, el 5 de febrero Credit Brendan Mcdermid/Reuters

Cuando hablamos del mercado de valores, hay tres reglas que debemos recordar. Primera, el mercado de valores no es la economía; segunda, el mercado de valores no es la economía y, tercera, el mercado de valores no es la economía.

Así que el desplome bursátil de hace unos días puede que no signifique nada.

Por un lado, no hay que suponer que hubo una razón específica para la caída (aunque el hecho de que el índice Dow Jones se haya desplomado 666 puntos el viernes quizá sea un indicio de que hay fuerzas satánicas involucradas o que existe algún vínculo místico con las malas inversiones de la familia Kushner en el número 666 de la Quinta Avenida). Cuando las acciones se desplomaron en 1987, el economista Robert Shiller hizo una encuesta en tiempo real sobre las motivaciones de los inversionistas: resultó que todo fue causado por el pánico provocado por ellos mismos. Las personas no estaban vendiendo porque las noticias cambiaron su opinión sobre el valor accionario; simplemente vendieron porque vieron que otros también lo hacían.

Por otro lado, tampoco hay que asumir que el declive en la cotización bursátil nos dice mucho sobre el futuro de la economía. El gran economista Paul Samuelson creó un chiste famoso en el que afirmaba que el mercado de valores había predicho nueve de las últimas cinco recesiones. Por ejemplo, esa caída de 1987 no produjo una recesión, sino un crecimiento sólido.

A pesar de ello, la turbulencia en los mercados debería hacer que analicemos con más profundidad las previsiones económicas. Lo que dicen los datos, argumentaría yo, es que parece que Estados Unidos se está dirigiendo, cuando menos, a una disminución de su tasa de crecimiento. La evidencia disponible sugiere que en la próxima década el crecimiento será aproximadamente del 1,5 por ciento anual, no el tres por ciento que Donald Trump y sus secuaces siguen prometiendo.

Los datos también sugieren que los activos de riesgo —las acciones, pero también los bonos a largo plazo y las inversiones en inmuebles— podrían presentar un sobreprecio. Dejando de lado la locura del bitcóin, no estamos hablando del colapso de la burbuja puntocom en el año 2000 ni de la inmobiliaria en el año 2006, sino de indicadores estándar que están por encima de los niveles históricos normales. Su regreso a esos niveles podría ser doloroso.

Sobre el desplome: si acaso una noticia lo provocó, fue el informe sobre el empleo en Estados Unidos del 2 de febrero, el cual mostró un aumento importante, pero no considerable, en los salarios. Ahora bien, el incremento en los salarios es bueno. De hecho, la incapacidad para aumentar los salarios fue una deficiencia muy frustrante de la impresionante y duradera recuperación económica que comenzó a principios del gobierno de Barack Obama.

No obstante, ahora estamos ante evidencias bastante sólidas de que la economía de Estados Unidos está llegando a la ocupación plena. La tasa de desempleo con mediciones bajas solo es una parte de la historia. También está la disposición de los trabajadores a renunciar a sus empleos, algo que no hacen salvo que confíen en que encontrarán otro. Además, ahora los salarios están aumentando, lo cual sugiere que los trabajadores están ganando poder de negociación.

De nuevo, todas estas son buenas noticias, pero significan que el crecimiento futuro de Estados Unidos no puede provenir de que los desempleados consigan trabajo. Tiene que provenir del crecimiento en la cantidad de trabajadores disponibles o del aumento en la productividad; es decir, de una mayor producción por trabajador.

Sin embargo, con el retiro de la generación nacida en la posguerra, los baby boomers, el crecimiento en la población en edad laboral de Estados Unidos, en especial la de los años laborales más productivos, ha caído hasta casi detenerse, mientras que el crecimiento en la productividad ha sido decepcionante. En conjunto, estos factores sugieren una economía que solo puede crecer a la mitad de la velocidad que promete Trump.

¿Los mercados creyeron en Trump? En el mejor de los casos, han actuado como si la economía estadounidense todavía tuviera mucho espacio hacia dónde correr; bajarle los humos a esa creencia debería significar mayores tasas de interés y una menor cotización bursátil, que es justo lo que estamos viendo.

Sin embargo, ¿debería preocuparnos que suceda algo peor que la disminución del crecimiento?

Bueno, pues los precios de los activos sí parecen elevarse: un indicador ampliamente usado de las valuaciones bursátiles los ubica al alza durante quince años, mientras que una medida conceptualmente similar dice que los precios de la vivienda se han contraído un poco menos de la mitad del aumento que causó el gran colapso de la vivienda antes de la gran recesión.

Por separado, estas cifras no son tan alarmantes: las acciones, como dije, no parecen estar tan sobrevaluadas como en el año 2000 y la vivienda está lejos del sobreprecio de 2006. Por otra parte, en esta ocasión ambos mercados están sobrevaluados al mismo tiempo, lo cual aumenta la posibilidad de un desplome dual como el que afectó a Japón a finales de la década de 1980.

Además, si los precios de los activos sufren pérdidas, podríamos esperar que los consumidores —quienes han estado gastando mucho y ahorrando muy poco— se retraigan.

A pesar de ello, todo esto sería manejable bajo el entendido de que podemos contar con que las personas clave que generan política pública actúen de manera eficaz. Y eso es lo que me preocupa.

Sin duda, no es una buena señal que Trump haya despedido a una de las presidentas más destacadas en la historia de la Reserva Federal justo antes de que los mercados comenzaran a dar signos de alarma. Jerome Powell, quien sustituyó a Janet Yellen, parece ser una persona razonable. Sin embargo, no tenemos idea de cómo manejará la crisis en caso de que se desarrolle.

A pesar de ello, todo esto sería manejable bajo el entendido de que podemos contar con que las personas clave que generan política pública actúen de manera eficaz. Y eso es lo que me preocupa.

Sin duda, no es una buena señal que Trump haya despedido a una de las presidentas más destacadas en la historia de la Reserva Federal justo antes de que los mercados comenzaran a dar signos de alarma. Jerome Powell, quien sustituyó a Janet Yellen, parece ser una persona razonable. Sin embargo, no tenemos idea de cómo manejará la crisis en caso de que se desarrolle.

Mientras tanto, el actual secretario del Tesoro —quien asistió a Davos y declaró que “no sabía que se trataba de una élite global”— tal vez sea la persona menos distinguida e informada que haya ocupado ese cargo.

Entonces, ¿se avecinan problemas? Es demasiado pronto para decirlo. Pero de ser así, tengan la seguridad de que tendremos a las peores personas que existen para manejarlos.

Paul Krugman es un economista estadounidense, profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, profesor centenario en Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres y académico distinguido de la unidad de estudios de ingresos Luxembourg en el Centro de Graduados de CUNY.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *