La UE ante la amenaza de la migración

La Unión Europea (UE) tiene una fijación con los ultimátums, ya sea el plazo de dos años para las negociaciones del Brexit o la declaración del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, con su "Comisión de la Última Oportunidad". Los líderes europeos rara vez cumplen sus promesas más ambiciosas. Sin embargo, en materia de migración, tendrán que hacerlo. Espada de Damocles para la UE, implica todas sus líneas divisorias: entre Estado y comunidad, entre seguridad y apertura, entre identidad nacional y europea, entre valores sociales e intereses económicos o estratégicos. Las migraciones, más que cualquier otro de los innumerables desafíos que hoy ha de afrontar la UE, tiene el potencial de destruir el proyecto europeo.

La historia de la construcción europea demuestra que cuando arrecian los problemas la reacción es mantener el status quo. Ahora bien, dada la urgencia y la magnitud de la crisis migratoria actual, la UE no podrá salir del trance chapuceando, frangollando. Porque actuar así, no haría más que agravar el problema y, lo que es más grave, corroer los propios cimientos de la Unión. Hoy, seguir hablando no es solución, los líderes de Europa tienen que hacer algo.

No nos confundamos, el problema de la migración en Europa no va a desaparecer. La disminución de las solicitudes de asilo en 2017 no fue, como muchos creyeron, un indicio de superación del problema. Por el contrario, si bien muchos europeos se concienciaron del desafío de la migración en 2015, cuando la canciller alemana, Angela Merkel, abrió las puertas a un millón de desesperados originarios de Siria y más allá, hace tiempo que la inmigración afecta al sur de Europa y ahora evoluciona peligrosamente.

Un ejemplo de esa evolución es la reciente saga del MS Aquarius. Operado por una entidad de beneficencia franco-alemana, el Aquarius rescató a 630 migrantes frente a las costas de Libia. El 9 de junio, el nuevo Ministro de Interior y Viceprimer Ministro de Italia, Matteo Salvini, rechazó la solicitud del barco de tocar puerto en su país y hasta le prohibió acceder a aguas italianas. Más tarde, también Malta les dio la espalda. Finalmente, después de casi una semana, España dio un paso al frente y permitió al barco atracar en Valencia.

Cada día entran en Europa migrantes irregulares. Coincidiendo con la saga del Aquarius, más de mil personas eran rescatadas 300 kilómetros más al sur, cuando intentaban cruzar el Estrecho de Gibraltar. Pero en política, un drama como el del Aquarius con su proyección mediática, es golosina para populistas y veneno para una formulación de políticas racionales.

Tampoco cabe olvidar las divisiones que estas tomas de decisión hacen aflorar. Para muestra, el Presidente francés, Emmanuel Macron, que acusó al gobierno italiano de "cinismo e irresponsabilidad". Mientras, en Alemania, el impasse en materia de inmigración entre la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel y su socio de Bavaria, la Unión Social Cristiana, liderado por Horst Seehofer, Ministro de Interior, ha puesto en peligro la supervivencia de su coalición de gobierno.

Habrá más Aquarius, y la UE no puede permitirse repetir estas dramáticas tensiones. La brecha entre la retórica sobre solidaridad y valores compartidos de la UE, y su comportamiento en el mundo real, debe cerrarse. Sin embargo, estamos lejos de ello.

Hasta el momento, la respuesta de la UE a la migración ha dependido de medidas y mandatos diseñados en vertical. Un enfoque así, adoptado al comenzar la crisis (es decir, en 2013 o 2014), podría haber sido suficiente para inspirar una estrategia europea común. Pero la desgana y la falta de implicación — que en aquellos años proyectó una Alemania unilateralista — impidió que la UE actuara y acarreó la situación actual.

Nos enfrentamos pues a un urgente qué hacer. La reunión de junio del Consejo Europeo se centrará en la migración, pero hay pocas razones para esperar un progreso significativo. Ni siquiera estamos cerca de alcanzar un consenso teórico en materia de migración, el clima político no lo permite.

En lugar de debatir las imposiciones de la Comisión Europea y lamentar la rebeldía de ciertos estados miembro, lo que realmente se necesita es que los líderes europeos lleven a cabo un reajuste total. Se ha avanzado en muchos frentes: en la distribución de la carga en el asentamiento de refugiados, en reformar y fortalecer la protección fronteriza y los guardacostas europeos, en cerrar acuerdos con terceros países para la devolución, y en ofrecer asistencia en desarrollo y gobernanza para tratar de raíz los factores que impulsan la migración. Pero no es suficiente.

Se baraja en la actualidad un elemento de solución realista: la creación de centros de procesamiento y reubicación de los migrantes, conocidos como "plataformas de desembarque", fuera del territorio de la UE. Es una propuesta difícil, ya que se asemeja a la problemática política adoptada por Australia que mantiene a los migrantes  — fuera de la vista y, en gran medida, de la mente, a menudo durante años — en las cercanas Nauru y Papúa Nueva Guinea.

El Consejo Europeo debate una política semejante. Europa no debería imitar a Australia, pero la creación de este tipo de plataformas — con un procesamiento y una reubicación reales y eficientes — en terceros países, podría ofrecer beneficios importantes, concretamente, podría prevenir más dramas como el del Aquarius.

Las plataformas de desembarque permitirían una evaluación controlada de qué migrantes tienen derecho a una protección legal de la UE, antes de su reubicación en la Unión. Si los migrantes saben que no podrán pisar suelo europeo sin antes demostrar su cualificación, correrán menor riesgo de convertirse en víctimas de los traficantes de seres humanos que constituyen el núcleo perverso de este drama.

Si la UE quiere sobrevivir a la crisis migratoria, debe trabajar conjuntamente. Las plataformas de desembarque en terceros países plantean desafíos legales, éticos y financieros. Pero se pueden superar. El futuro de la UE tal vez dependa de ello.

Ana Palacio, a former Spanish foreign minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a member of the Spanish Council of State, a visiting lecturer at Georgetown University, and a member of the World Economic Forum's Global Agenda Council on the United States.

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