La UE hacía algunas cosas bien. Ahora, muchas mal

En informática existe el concepto de “sobrecarga”, referido a una función que realiza diferentes tareas. Se trata de una herramienta sofisticada con tendencia al error cuando no está en buenas manos. La Unión Europea funciona esencialmente con el mismo principio. Pero su método, que tan buenos resultados da en las negociaciones comerciales y en la gestión del mercado único, no puede ser sobrecargado con una estrategia de vacunación. La sobrecarga ha ido demasiado lejos.

Hasta el Tratado de Maastricht (1992), la Unión Europea hizo unas cuantas cosas, y las hizo bien. Actualmente, hace muchas más mal. El escándalo del aprovisionamiento de vacunas y las reacciones de pánico de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, la semana pasada deberían servir de recordatorio de que la UE no está preparada para todo lo que está haciendo en estos momentos. Von der Leyen cometió un grave error cuando intentó activar una cláusula de emergencia para imponer controles fronterizos en Irlanda. Este error suscita dudas sobre su idoneidad para el cargo. Pero los problemas de la política seguida por la Unión Europea con la vacuna son más profundos.

Desde principios de la década de 2000 he sostenido que la Unión Europea necesita un nuevo tratado constitucional simplemente para hacer frente a la multitud de tareas que los Estados miembros han ido acumulando en el plano europeo. La lógica de una política común contra la pandemia de la covid-19 en una Europa sin fronteras resulta obvia. Pero como hemos podido comprobar, es difícil conseguir que funcione. Esto no requiere una base legal sólida y unas instituciones adecuadas a su finalidad.

En Reino Unido, el aprovisionamiento de vacunas se derivó a un grupo reducido, el Grupo de Trabajo de Vacunas de Reino Unido, bajo la dirección de un inversor de riesgo. El equipo recibió el encargo de elegir las vacunas apropiadas y hacer propuestas para su adquisición.

La Unión Europea no funciona así. El sistema de aprobación de las vacunas es más complicado, al igual que la política de aprovisionamiento. La Comisión Europea y los Estados miembros coordinan sus políticas. Es impensable que la UE haga una apuesta científica, y mucho menos comercial, a favor de una vacuna alemana y en contra de una francesa. En el fondo, la Unión sigue siendo un cartel de productores que como mejor se lo pasa es debatiendo sobre un acuerdo en una mesa redonda. Pero la comitología —la política a través de comités— no debería ser la manera de gestionar una emergencia pandémica. Por tanto, si bien en principio hay argumentos de peso para trasladar la política de vacunas al nivel de la UE, estos se ven más que superados por la incapacidad de la Unión de hacer bien su trabajo.

Veo un paralelismo con la forma equivocada en que la Unión Europea acabó gestionando la unión monetaria. La zona euro es responsabilidad compartida de varios comisarios, el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros de la Unión (Ecofin), el Eurogrupo, el Mecanismo Europeo de Estabilidad, 19 Gobiernos y varios organismos paraestatales instalados a su alrededor. Carece de los ingredientes legales e institucionales de una unión económica, como son un ministro de finanzas, competencias en materia de recaudación fiscal y el derecho a emitir deuda. La austeridad, probablemente el error más grave de nuestro tiempo en política económica, es lo que ocurre cuando se pone a 19 países de tamaño pequeño y mediano en piloto automático fiscal basado en normas.

Técnicamente, siempre es posible encontrar resquicios en los tratados europeos para aumentar las competencias de la Unión, pero, a la larga, se paga un precio. La respuesta política correcta a la pandemia debería haber sido un gran estímulo fiscal, no un pequeño fondo de inversión estructural. No es de extrañar que el producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos esté experimentando una recuperación en forma de V. Ahora la política económica y la relacionada con la pandemia van de la mano. Los retrasos que se den en la vacunación prolongarán el cierre y la recesión.

Lo que la fallida estrategia vacunal y la unión monetaria tienen en común es la sobrecarga legal e institucional. En mi opinión, esta debería ser la prioridad número uno a atender por la Unión Europea en esta década. Si de verdad nos preocupa el futuro de la integración europea, no ondeemos la bandera azul y defendamos a las instituciones europeas de las críticas. No nos traguemos el argumento de que cambiar el Tratado es difícil, y busquemos alternativas prácticas.

Recordemos que, si se sobrecarga, explota. Lo mismo que un código informático mal escrito.

Wolfgang Münchau es director de eurointelligence.com. Traducción de News Clips.

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