La UE necesita un punto final para el Brexit

La UE necesita un punto final para el Brexit

Después de 31 meses de disputa entre el Reino Unido y la Unión Europea por el Brexit, la verdad es que ninguna de las partes sabe qué quiere.

Esta triste realidad se hace más evidente en el caso del Reino Unido, cuyo Partido Conservador en el poder ha estado consistentemente en guerra consigo mismo por el verdadero significado del referendo por el Brexit de junio de 2016. Después de una serie de reveses estratégicos y errores tácticos de la primera ministra Theresa May, la lucha entre los conservadores alcanzó un punto crítico a mediados de enero, cuando el Parlamento rechazó su acuerdo de salida negociada. Esto dejó claro que May no cuenta con respaldo dentro de su propio partido para un acuerdo realista con la UE.

Al mismo tiempo, una mayoría de miembros del Parlamento y votantes británicos se oponen a la salida “sin acuerdo” que defendían los euroescépticos conservadores de línea dura. Ese escenario colocaría al Reino Unido en una situación de incumplimiento de compromisos internacionales legalmente vinculantes, pondría en peligro el acuerdo de 1998 que puso fin al violento conflicto sectario en Irlanda del Norte y resultaría en costos económicos y pérdidas de empleos inmediatos. En un momento en que el presidente norteamericano, Donald Trump, está acelerando el deceso del orden global de posguerra, sorprende francamente que los defensores del Brexit todavía crean en la fantasía de una Gran Bretaña global, próspera y comercialmente libre. Sin embargo, aquí estamos.

La UE se encuentra en una situación bastante diferente. Desde el referendo, los otros 27 estados miembro han mostrado una unidad impecable; su principal negociador para el Brexit, Michel Barnier, ha hecho un uso magistral de su mandato. La UE ha rechazado firmemente la demanda de Gran Bretaña de una escisión del mercado único, así como cualquier escenario que pudiera resultar en nuevos controles aduaneros en territorio irlandés. A lo largo de las negociaciones, el contraste entre la chapucería diletante del Reino Unido y la muestra de claridad y consistencia de la UE no podría haber sido más marcado.

Aun así, la UE ha dado muestras de una considerable falta de perspectiva estratégica, al centrarse enteramente en reglas y procesos en lugar de resultados. Es verdad, su firme rechazo de soluciones à la carte refleja el miedo de que un acuerdo favorable para el Reino Unido estimule el apetito de los gobiernos de otros estados miembro euroescépticos. Pero eso no es excusa para no desarrollar una estrategia destinada a reestructurar la futura relación entre el Reino Unido y la UE.

Si bien Gran Bretaña es una potencia europea importante cuya perspectiva global, su peso financiero y sus capacidades de seguridad siguen siendo únicos, la UE ha hecho muy poco para interactuar con la sociedad civil, las agrupaciones políticas y las empresas de Gran Bretaña, o para fomentar una conversación productiva sobre el futuro. Esto es especialmente desafortunado en un momento en que Europa, a la que todavía pertenece Gran Bretaña, enfrenta una proliferación de amenazas económicas y geopolíticas.

Esta semana, los miembros del Parlamento tanto del Partido Conservador como del Partido Laborista intentaron crear una alianza y sacarle a May el control del proceso del Brexit. En el proceso, su esfuerzo falló y la primera ministra logró movilizar a su bando en torno a una enmienda que le da un mandato para volver a la UE y negociar “acuerdos alternativos” no específicos para la cuestión irlandesa.

La reacción inmediata y legítima de la UE fue negarse a reabrir negociaciones que se habían concluido en noviembre. Pero no debería desentenderse del Brexit. La UE no tiene que elegir por el pueblo británico, pero no puede eludir su responsabilidad por la opción que les están ofreciendo. La UE debe decidir ahora, de facto, si permitir o no que el Reino Unido elija entre el acuerdo existente y ningún acuerdo, entre ningún acuerdo y un segundo referendo o entre ningún acuerdo y un acuerdo de salida revisado. Sea cual fuere la posición que adopte, determinará la cuestión binaria que los británicos en definitiva deben responder.

La primera opción de la UE es mantenerse firme. Muchos en el continente piensan que ya es suficiente, y que es hora de que Gran Bretaña decida su destino. Pero si la UE efectivamente asume esta posición intransigente, debilitará aún más a May, envalentonará a los defensores del Brexit de línea dura, limitará el espacio para las iniciativas parlamentarias y no dejará tiempo para un segundo referendo. El Reino Unido tendrá que elegir entre retirarse y aceptar el acuerdo que rechazó hace unas semanas. Esta estrategia dura podría funcionar, pero también aumentaría el riesgo de un Brexit enconado y sin acuerdo.

La segunda opción de la UE es seguir manteniéndose firme en sustancia, pero no aceptar una extensión del plazo del 29 de marzo si el Reino Unido realiza otro referendo. Esto fortalecería la posición de quienes en Gran Bretaña reclaman una “votación popular” sobre las opciones del país. “Quedarse” ganaría fuerza, y el escenario de un no acuerdo se volvería menos factible.

La tercera opción de la UE es mostrarse abierta a un acuerdo enmendado marginalmente. Podría ofrecer una concesión que ayudaría a May a guardar las apariencias sobre la cuestión irlandesa o apelar a una posible alianza de los miembros del Parlamento laboristas y conservadores que están a favor de un Brexit blando al aceptar una extensión breve del plazo de marzo para llevar a cabo una discusión sustancial sobre un acuerdo de alianza futuro. Cualquiera de las dos opciones eliminaría la posibilidad de un segundo referendo, mientras que un acuerdo revisado ganaría ventaja por sobre un Brexit “duro”.

Para los europeos que se sorprendieron y con razón con la demagogia y las mentiras descaradas de la campaña “Irse”, crear las condiciones para otro referendo (la segunda opción) es tentador. El problema aquí no es que “Irse” pueda volver a ganar, sino que pueda perder por un margen tan estrecho como para que el Reino Unido se torne incapaz de interactuar con los socios de la UE de una manera relevante. Ese desenlace no haría más que sumarse al peligro de una parálisis más profunda para Europa, justo cuando necesita reinventarse.

Considerando los costos económicos y políticos obvios de la primera opción, la tercera opción hoy parece la mejor salida. La UE debería mantenerse firme en cuanto a los principios, pero tendría que considerar o bien un ablandamiento del acuerdo negociado, o bien una extensión breve del plazo para conversaciones sobre el futuro, si esto genera un apetito bipartidario.

Una alianza entre Gran Bretaña y la UE preservaría los estrechos lazos económicos, políticos y de seguridad que se vienen generando desde hace décadas. Y la UE estaría en mejores condiciones para hacer frente a los desafíos de su propia integración diferenciada. Quizás en una década o dos, la UE y el Reino Unido hayan implementado reformas integrales que los coloquen en un nuevo sendero hacia la convergencia. El Brexit debería manejarse de manera tal que este futuro resulte posible.

Jean Pisani-Ferry, a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris), holds the Tommaso Padoa-Schioppa chair at the European University Institute and is a senior fellow at Bruegel, a Brussels-based think tank.

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