La UE puede aprender de Serbia en la estrategia de vacunación

Vacunas de AstraZeneca en el aeropuerto de Belgrado, este domingo.ANDREJ ISAKOVIC / AFP
Vacunas de AstraZeneca en el aeropuerto de Belgrado, este domingo.ANDREJ ISAKOVIC / AFP

Después de treinta años de mi vida en España, tuve que coger el vuelo hacia Serbia, mi país de origen, por otros motivos que los habituales: para vacunarme contra la covid-19. Si para algo práctico me ha servido mi dedicación profesional al estudio de la cultura rusa, es para no tener prejuicios respecto a la vacuna Sputnik V, desarrollada por el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Rusia. Junto con una escasa cantidad de vacunas Pfizer-BioNTech y un millón de Sinopharm, procedentes de China, Sputnik V había llegado al pequeño país eslavo en las últimas semanas. En la vecina Croacia, muchos ciudadanos se manifiestan ante la embajada rusa de Zagreb, pidiendo que su país también compre la Sputnik V, pero esto ahora no se puede hacer sin el consentimiento de la Agencia Europea de Medicamentos. Además, desde Bruselas se ha aportado mucho dinero para el desarrollo y fabricación de vacunas europeas; ¿ir a comprarlas más al Este comportaría un conflicto de intereses?

En este momento, y solamente tras el Reino Unido, Serbia, que no forma parte de la UE, lidera Europa en porcentaje de habitantes vacunados. Y las razones parecen más geopolíticas que sanitarias. Para entenderlo, hay que acudir al pasado yugoslavo, y aún más hacia atrás, ya que desde la historia más remota esta parte de Europa fue el lugar del encuentro –o de confrontación– entre Oriente y Occidente. Esto se traduce ahora en el hecho de no tener problemas para abastecerse de vacunas de diferentes procedencias (léase: de no permitirse el lujo de depender únicamente de las occidentales). En Europa occidental esto aún no pasa, seguramente más por cuestiones psicológicas que materiales. Es decir: no fiarse de las vacunas no occidentales y depender únicamente de los contingentes que pueden llegar desde Suiza, Inglaterra o Estados Unidos. Cuando la inmunización significa lo mismo que salvar vidas, aparte de salvar la salud mental, la economía y un largo etcétera, ¿es esta la estrategia óptima?

También podemos decir que UE prioriza la seguridad antes que la emergencia. Pero si al inicio los rusos administraban las vacunas antes de acabar todas las pruebas (justificando que una vacuna que usa un vector adenoviral tiene unas altas probabilidades de no causar problemas), ya al inicio del febrero The Lancet, una de las revistas científicas de mayor prestigio, publicó los resultados de la fase tres de Sputnik-V, que confirman la gran eficacia de la vacuna rusa, un 92,5%, evitando en un 100% la gravedad del contagio.

“Saldrás volando ahora con el Sputnik” bromean, no obstante, escasos colegas que encuentro por la universidad, pero presiento que más de uno se atraganta al escuchar lo de atreverse a poner la vacuna rusa. “Rusia es para Europa uno de los enigmas de la esfinge”, escribió Dostoyevski hace más de un siglo y medio. Y concluyó: “Se descubrirá el perpetuum mobile o el elixir de la vida antes de que Occidente comprenda la verdad de Rusia, su carácter y sus aspiraciones”.

Personalmente, considero el momento de salir con la vacuna puesta de uno de los pabellones de la Feria de Belgrado, donde citan a los habitantes para la vacunación masiva, como uno de los más alegres de mi vida. Además, solo puede tranquilizar el hecho de que Sputnik-V sale de un instituto nacional, sin estar condicionada por una compañía farmacéutica privada.

La viróloga Juana Díez, investigadora del Departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud de la Universitat Pompeu Fabra, explica que Sputnik funciona mejor que la de Astrazeneca por un mejor diseño: “Aunque ambas usan vectores adenovirales , los de Astrazeneca usaban el mismo vector para las dos dosis y en el Sputnik usan dos vectores diferentes. Esto funciona mejor porque cuando usas el mismo vector en las dos dosis el sistema inmune hace que se pueda generar una respuesta inmunitaria frente al vector usado en la primera dosis y, por tanto, afectar a la expresión de la proteína espiga”. Los expertos rusos parecen estar dispuestos a ceder su fórmula para que se pueda fabricar en laboratorios de otros países y asimismo ayudar a los ingleses a mejorar la suya. La vacuna china Sinopharm, por otro lado, utiliza la estrategia del virus desactivado y es la única que puede administrarse también a los niños. Este tipo de vacunas funciona mediante el uso de partículas virales muertas para exponer al sistema inmunológico al virus de la covid-19 sin riesgo de una enfermedad grave, me siguen explicando los colegas del departamento de la Universidad que se dedican a la investigación biomédica.

¿Qué espera la Europa comunitaria para abrir la oferta hacia las vacunas no occidentales? ¿Se trata de falta de información, de lentitud o de política? ¿Se quiere evitar que China o Rusia salgan bien paradas al nivel geoestratégico si se reconoce que sus vacunas no son inferiores? En este momento hay que evitar confundir el tema del poder político con la cuestión médica. Y si se me permite el último ejemplo con relación a Serbia, un país al que en las últimas décadas solían relacionarse solo noticias negativas (con la excepción de las victorias de Djokovic): desde el Ministerio de Sanidad se han abierto formularios online donde cada ciudadano expresa, si es el caso, su voluntad a vacunarse. Esto ayuda a recoger datos estadísticos y establecer colas y prioridades con más precisión. Porque hay casos como una persona que acaba de superar el virus y no correrá a vacunarse, otros que no piensan hacerlo, y un largo etcétera.

El miedo, la incertidumbre y muchas vidas perdidas es lo que, lamentablemente, más ha unido la humanidad en el último año. En mi país de origen, la primera ministra se vacunó con la Pfizer, el presidente del Congreso con la Sputnik-V y el ministro de Sanidad con la china Sinopharm. Es un raro ejemplo de cómo una estrategia política puede beneficiar la salud de la población. Europa occidental debería superar su prepotencia, aprovechando una de las pocas ocasiones en las que puede aprender de países más pequeños y más frágiles.

Tamara Djermanovic es profesora en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde dirige el seminario de Estudios Eslavos.

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