La UE, vía crucis y tragedia griega

La joven dirigente socialista Leire Pajín se equivocó en su pronóstico cuando anunció un feliz acontecimiento de alcance planetario. Se refería a la conjunción astral que debía beneficiar a toda la humanidad y que consistía en hacer coincidir los liderazgos de Barack Obama en Estados Unidos y de José Luis Rodríguez Zapatero en la presidencia rotatoria, semestral y tercera entrando a mano izquierda de la Unión Europea. Pero las cosas han evolucionado de otro modo y, transcurrida ya una tercera parte del mandato, los hechos no se ajustan en absoluto al paseo triunfal previsto y más bien indican un vía crucis y una tragedia griega.

Con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el nuevo presidente, el belga Herman van Rompuy, asume su papel y convoca la reunión de todos los gobiernos para combatir la recesión económica. Obama comunica educadamente que no asistirá a la cumbre EEUU-UE de Madrid y declara, además, que muchas de esas reuniones no sirven para nada. Y, por si fuera poco, a la vista de los problemas de la eurozona, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel se reúnen a solas con el fin de adoptar las decisiones oportunas en ausencia del que se supone que debería liderar todo el proceso.

En estas circunstancias, empezaron a aparecer lógicamente las críticas de la prensa internacional (de color salmón). Dijeron, efectivamente, con mucha crueldad, que todas las cometas que Zapatero hace volar no duran nunca más de cuatro días y que aquel gran proyecto aprobado en el orden del día de Lisboa de convertir la UE en la zona más competitiva del mundo ha resultado un fiasco sonoro y rotundo. Pero confrontado con un Van Rompuy que convoca, prepara y preside las cumbres y un José Manuel Durao Barroso que ejecuta los acuerdos, Zapatero planteó una de sus incesantes ocurrencias: el presidente rotatorio debería ser la factoría que fabricara ideas, supongo que al estilo de la Alianza de Civilizaciones. En el extranjero se ha publicado que lo que tiene previsto el primer ministro español es que siempre que llueve despeja y que, si nos quedamos quietos y no hacemos nada, cuando Alemania y Francia crezcan de nuevo reflotarán nuestro barco. Sin embargo, no se han percatado de que los torpedos han abierto vías de agua por debajo de nuestra línea de flotación y que los mercados que el Gobierno central califica de malignos autores de una conjura judeomasónica y antiespañola no esperarán tanto.
Seguramente, el intento de lanzar, desde la soberbia, la acusación de manía persecutoria cara a los especuladores anglosajones que quieren hundir a España y, de paso, también al euro, ha sido un error grave. Porque así lo que se consigue es que The Economist publique un artículo titulado El zapping de Zapatero que dice: «Después del ‘mañana’ y la paranoia ya ha llegado la hora de demostrar el liderazgo». En Madrid deberían recordar que en 1992 los pérfidos mercados y especuladores anglosajones hundieron su libra esterlina y la expulsaron del sistema monetario europeo. Es por ello que no hay que ver enemigos en aquellos que avisan sin ser antipatriotas de que nuestra deuda pública lleva camino de ser muy pronto insostenible y que hay que aceptar el hecho inexorable de que cualquier intento de retrasar en el tiempo la adopción de medidas enérgicas hará necesarias otras aún más dolorosas.

Por si fuera poco, al presidente europeo de turno le ha estallado en las manos el problema del euro. La moneda única sufre un grave defecto de nacimiento que lleva incorporado el peligro de su destrucción. La tragedia griega ha evidenciado el problema de poner en marcha una unión monetaria sin unión fiscal ni política. En realidad, los dos grandes impulsores (Alemania y Francia) tenían objetivos diferentes. Unos querían un Banco Central Europeo con la disciplina antiinflacionaria del Bundesbank, y los otros (con Mitterrand), un poder compensatorio a favor de los políticos no tecnócratas. Pero ambos querían un euro que impidiera las devaluaciones competitivas de las monedas que, como la peseta, se utilizaban para recuperar ventajas comparativas, tal como reiteradamente hizo el ministro Carlos Solchaga.
Aunque este es otro asunto, los asesores del Banco de Basilea (Cecchetti, Mohanty y Zampolli) presentaron en una conferencia internacional celebrada en Bombay el 12 de febrero un documento que avisa de que la corrección del desequilibrio de la deuda pública a través de la monetarización o de políticas hiperinflacionistas deberá traducirse en una gran presión sobre la estabilidad monetaria. La crisis ha arrojado gasolina a este incendio y los mercados ya no consideran que la deuda soberana sea de bajo riesgo. O sea, que lo tenemos crudo.

Francesc Sanuy, abogado.