La UE y las especies invasoras

El pasado mes de julio la Comisión Europea publicó la primera lista de lo que se consideran especies invasoras en Europa sobre las que hay que actuar. Son 37 especies de plantas y animales en torno a los que se quieren tomar medidas para impedir su expansión y llegar en algunos casos a su eliminación. Es una cuestión importante, porque hay especies ajenas que tienen efectos importantes sobre especies autóctonas, sobre los cultivos o que incluso pueden plantear problemas de salud. En otros casos, sus efectos negativos pueden no estar tan claros, pueden ser distintos en diferentes países europeos y puede ocurrir que alguien se oponga a su erradicación.

La Comisión Europea reconoce que puede haber hasta 12.000 especies que se han establecido en Europa y que pueden haber sido introducidas por la acción humana de forma deliberada o accidental. Se trata en ocasiones de especies que fueron introducidas como mascotas o como plantas ornamentales y que han comenzado una expansión incontrolada. Otras especies han venido quizá con otras o por algún medio de transporte y han encontrado en Europa un entorno que favorece su crecimiento o en el que no tienen depredadores. En la lista, que ha sido hecha con un proceso de análisis de los riesgos y con consultas a muy diferentes actores, no se han incluido especies que encuentran nuevos hábitats debido a cambios en el clima. Están, por ejemplo, la avispa africana, los cangrejos de río americanos, el mejillón cebra o el jacinto de río, pero no el mosquito tigre. Tampoco está por ahora el caracol manzana, que ha sido reconocido como especie invasora tanto por estudios hechos en Catalunya como por las autoridades españolas, ni figuran en la lista el visón americano, que en algunos países se cría por su piel, o la trucha del arcoíris.

Ha quedado muy demostrado que la aparición de algunas especies ajenas puede producir efectos negativos en los equilibrios ecológicos de alguna región y que incluso pueden ser vectores para la expansión de alguna enfermedad. La Unión Europea calcula que el coste de su presencia es de unos 12.000 millones de euros al año en gastos de salud, pérdida de cosechas o de biodiversidad y efectos sobre las infraestructuras. Pero puede haber dificultades en definirlas, decidir sobre qué hay que actuar y cómo hacerlo. Está claro que la avispa africana o el picudo rojo de las palmeras no vivían antes en Europa y que tienen efectos que no queremos. En Alemania hay una explosión de mapaches de origen americano -que ya han sido detectados en nuestro país- y los británicos están muy preocupados por que no entren en sus islas, y no está claro si hay que eliminarlos del todo.

La casuística es muy grande. El conejo de bosque es una plaga en Australia, donde fue introducido a mediados del siglo XIX. A principios de este año aparecieron noticias de que un virus estaba disminuyendo sus poblaciones. El mismo virus está considerado un desastre en la península Ibérica, de donde la especie es originaria y donde la existencia de buenas poblaciones es importante, por ejemplo, para la alimentación del lince. Quizá los agricultores del Pirineo consideran que los osos eslovenos están invadiendo su región, mientras que los jabalís, especie autóctona, están convirtiéndose en una pesadilla en lugares donde invaden ciudades y cultivos. En Navarra se han encontrado colonias de castores, un animal que había desaparecido de la Península hace más de 300 años y que había sido introducido de forma clandestina. Se autorizó su caza, no sin que se produjeran protestas. También podríamos defender que la mayoría de las especies que cultivamos no son originarias de nuestro entorno. El maíz es una planta de origen americano que necesita mucha agua, y se podría considerar una planta que invade nuestros campos, pero se hace de forma controlada y lo necesitamos para producir piensos.

Por lo tanto, tenemos que decidir cómo definimos las especies invasivas, qué riesgos producen y cómo actuamos sobre ellas. El hecho de que se hayan establecido ya nos dice que se han adaptado al nuevo entorno y resisten las acciones de agricultores y gestores ambientales. A veces quizá podemos considerar soportables sus efectos. Por ejemplo, tenemos colonias de cotorras argentinas que se han aclimatado a nuestras ciudades. Puede que quisiéramos eliminar del todo la avispa africana, el caracol manzana o el mosquito tigre, aunque a menudo no nos ponemos de acuerdo sobre la manera de hacerlo. Hay gente que no quiere matar animales o usar pesticidas o nuevas tecnologías. La posición actual en Europa es tomar acciones como mínimo para limitar la expansión, mientras que las medidas específicas de eliminación de especies se dejan en manos de los estados miembros. Sea cual sea la solución, debemos concluir una vez más que las decisiones sobre las especies que nos acompañan en el planeta las tenemos que tomar los humanos, que, nosotros sí, hemos invadido hasta el último rincón de la Tierra.

Pere Puigdomènech, investigador.

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