La UE y su comezón del séptimo año

En la Unión Europea es temporada teatral otra vez. La obra se llama “negociaciones para el presupuesto” y se representa cada siete años. Divide a la UE entre gastadores y ahorradores, donantes y receptores, reformistas y conservadores. Cuando los actores se cansan de amagues, amenazas, chantajes y traiciones, todos se ponen de acuerdo y se hacen cambios mínimos. Cada gobierno se declara triunfador, y el gasto público de la UE queda grabado en piedra, hasta la próxima vez que suba el telón.

Pero quitando el dramatismo, mirar la negociación del marco financiero plurianual (así se lo llama) es una experiencia profundamente deprimente. Todos los países lo ven como una cuestión de saldos netos (cuánto reciben menos cuánto pagan), sin prestar atención al valor intrínseco del gasto. Y como se piensa que es mejor malgastar dinero en casa que usarlo para algo útil en otra parte, la composición de las partidas no guarda relación con las prioridades declaradas de la UE. En el informe Sapir de 2003 sobre el sistema económico europeo se dice que el presupuesto de la UE es una “reliquia histórica”. Y desde entonces, las cosas no han mejorado mucho.

La temporada teatral se inauguró el 23 de febrero, cuando la dirigencia de la UE mantuvo las primeras conversaciones sobre el marco presupuestario para 2021-2027. Los optimistas esperan que terminen antes de la elección de junio de 2019 para el Parlamento Europeo. Los realistas prevén que durará hasta que a los actores se les acabe el tiempo, es decir, fines de 2020.

Los observadores europeos experimentados minimizan la importancia del espectáculo, y señalan que no es el dinero, sino las políticas regulatorias (sobre competencia, subsidios, protección de los consumidores, seguridad financiera y comercio internacional) lo que más define a la UE. Su presupuesto representa cerca del 2% del gasto público total en la UE, y de hecho ha ido disminuyendo, desde 1,25% del PIB en los noventa hasta cerca del 1% en el período actual. En comparación, el presupuesto federal de los Estados Unidos asciende a un 20% del PIB. ¿Por qué preocuparse entonces por un presupuesto que sigue siendo pequeño y mal utilizado? La UE, dicen los críticos, tiene problemas más grandes que resolver.

Pero esta vez las negociaciones importan, y desestimarlas sería un error, por cuatro razones.

La primera es el Brexit. Como el Reino Unido era un aportante neto, su partida dejará un agujero financiero de 15 000 millones de euros (18 500 millones de dólares) y obligará a la UE a decidir entre sustituir el ingreso faltante o recortar el gasto. Para más dramatismo, el bloque de los avaros al que pertenecía Gran Bretaña se fracturó: ahora Alemania muestra disposición a la generosidad, mientras que los Países Bajos y Suecia insisten en que no pondrán un solo centavo más.

En segundo lugar, entre el dinero y la política hay un abismo cada vez mayor. Polonia recibe de la UE un saldo neto de 10 000 millones de euros al año, lo que la convierte en el principal beneficiario del presupuesto común. Pero las prioridades, y hasta los valores, del gobierno polaco son cada vez más incompatibles con los de la UE. Se opone a recibir solicitantes de asilo, enfrenta una demanda de la Comisión Europea por atentar contra la independencia del sistema judicial, y sorprendió a Europa con una ley que penaliza afirmar que hubo complicidad de polacos en el Holocausto.

Estos actos llevaron a la canciller alemana Angela Merkel a sugerir que el acceso a fondos de la UE se sujete a condiciones. El único modo de evitar esta discusión potencialmente explosiva es que la UE siga pagando sin chistar, como demandan algunos en Polonia (y también en Hungría). Pero en ese caso la UE correrá riesgo de otro tipo de explosión. ¿Cuánto tiempo más estarán los ciudadanos del resto de Europa dispuestos a poner dinero de sus bolsillos y recibir una bofetada a cambio?

La tercera razón de la importancia de esta temporada teatral es que el entorno estratégico de Europa exige nuevas prioridades. De Ucrania a Medio Oriente, Libia y el Sahel, el vecindario inmediato de la UE oscila entre la inestabilidad y el caos. En tanto, Estados Unidos ya no ofrece la protección confiable a la que los europeos estaban acostumbrados. La UE creció en un mundo en el que podía concentrarse en su propia prosperidad sin temer por su seguridad. Ese mundo ya no existe.

Nos aguarda pues una redefinición de los bienes públicos de la UE, lo que implica necesariamente profundas consecuencias presupuestarias. La Comisión Europea tuvo el valor de poner algunos números sobre la mesa. Propone aumentar entre tres y cuatro mil millones de euros al año el gasto en protección de las fronteras, con un presupuesto de defensa (todavía modesto) de cinco mil millones de euros al año, además de aumentos para investigación, innovación y el programa Erasmus. También prevé recortes a los programas de asistencia regional y agricultura, por hasta 30 000 millones de euros al año.

Por ahora los números sólo son indicativos de las cuestiones. Pero la audacia de la Comisión Europea está justificada. Casi tres cuartas partes del presupuesto de la UE se asignan a programas de asistencia regional y agricultura, y ambas partidas son cuestionables. La política regional dio un impulso a la eurozona en los años previos a la crisis, pero después dio poca ayuda a los países en problemas. Y no es suficientemente granular para resolver las consecuencias de la apertura comercial para las comunidades locales. En cuanto a la Política Agrícola Común, cada vez es menos apta para guiar la transformación del ahora mucho más diversificado sector agrícola europeo. De modo que recalibrar estas políticas y financiar otras prioridades se justifica totalmente.

La última razón de la importancia que tiene esta vez el tema presupuestario es que el presidente francés Emmanuel Macron abrió un nuevo debate acerca de instituir un presupuesto específico para la eurozona. La principal justificación no es que haya que reservar ciertos bienes públicos para los miembros de la UE que usan el euro, sino que un instrumento fiscal compartido serviría de protección contra shocks que sólo afecten a algunos países, y de complemento a la política monetaria del Banco Central Europeo para los que afecten a todos. El presupuesto de la UE, que no registra superávit ni déficit, no cumple una función macroeconómica importante como estabilizador supranacional o en términos agregados, pero de un presupuesto de la eurozona se esperaría lo contrario.

Los delineamientos de ese presupuesto aún no han sido acordados, especialmente porque Alemania recela de crear un instrumento de transferencia entre países y endeudamiento conjunto. Pero esto no implica que la discusión no tenga futuro. Si los 27 miembros de la UE no consiguen acordar reformas razonables de su presupuesto, los 19 de la eurozona (que no incluye ni a Polonia ni a Hungría) podrían ir dando pasos hacia la creación de un presupuesto propio. Con el tiempo, el presupuesto de la UE se transformaría en el otro o se convertiría en una pequeña reliquia.

Es lógico que a los ciudadanos no les preocupe demasiado el presupuesto de la UE, sobre todo si no les reporta beneficios directos. Pero sí les preocupan los nuevos desafíos a los que se enfrenta Europa, su capacidad para manejarlos y su disposición para dedicar recursos a financiar sus prioridades. El resultado de la discusión presupuestaria dirá a los europeos de qué es capaz realmente la UE. Por eso nadie debe perderse la temporada teatral de este año.

Jean Pisani-Ferry, a professor at the Hertie School of Governance (Berlin) and Sciences Po (Paris), holds the Tommaso Padoa-Schioppa chair at the European University Institute and is a Mercator senior fellow at Bruegel, a Brussels-based think tank. Traducción: Esteban Flamini.

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