La UE y su difícil relación con China

El tono de las relaciones entre la Unión Europea y China cambió radicalmente en 2019. La UE pasó del compromiso a la competencia e incluso a la rivalidad. China se ha convertido en el mayor competidor de Europa en terceros mercados e incluso, cada vez más, en el mercado único de la UE. Esta competencia tan agresiva es el resultado de la complicada mezcla de una mayor competitividad de China, su masiva política industrial sostenida a base de subvenciones y un mercado chino que no ofrece suficientes oportunidades a sus propias empresas, y mucho menos a las extranjeras, debido al consumo extremadamente moderado y a la falta de oportunidades de inversión.

La UE y su difícil relación con China
NIETO

China también se está convirtiendo en una amenaza mayor para la seguridad de la UE. Su apoyo a Rusia en la agresión de esta contra Ucrania era menos evidente al principio, pero se está volviendo cada vez más claro por las cuantiosas exportaciones de tecnología de doble uso, otra cuestión importante con la que tiene que lidiar la UE.

El deterioro de su relación con la UE se ve reforzado por la economía cada vez más intervenida por Pekín y el uso más frecuente de su influencia en un contexto en el que la mayoría de los países, y desde luego la UE, se están volviendo dependientes de China en el aspecto estratégico. Lituania es probablemente el ejemplo más claro de los alardes de poder de Pekín (que ejerció presión comercial sobre este país después de que estrechara sus lazos con Taiwán), pero China también ha respondido a las cuotas compensatorias que la UE ha aplicado a sus vehículos eléctricos con sus propias investigaciones sobre subvenciones y dumping.

Es más, el gigante asiático ha intensificado su campaña de política exterior antioccidental, que aspira a construir un nuevo orden mundial. La expansión del bloque BRICS –Brasil. Rusia, India, China y Sudáfrica– y su plan de desdolarización son un buen ejemplo. También lo es la triple iniciativa global de Pekín que abarca el desarrollo, la civilización y la seguridad, y que supone un intento de alejar al Sur Global de los principios del orden mundial liberal liderado por Occidente.

Europa y sus países miembros harían bien en aceptar que no se volverá al antiguo modus operandi con China, pues este ha cambiado y también lo ha hecho la actitud europea ante su firmeza. Por otro lado, el tamaño cada vez mayor de China –en lo económico y en lo político–, junto con la disminución del peso económico y político de Europa en la escena mundial, implican que la UE debe utilizar su influencia ya, antes de que mengüe más. Su principal baza es su mercado único, que sigue siendo el mayor mercado de exportación de China.

En su acercamiento al gigante asiático, la UE debe seguir tres principios rectores. En primer lugar, cualquier estrategia debe abarcar a los Veintisiete. Los Estados miembros deben estar plenamente de acuerdo para que la estrategia sea coherente y eficaz. La estrategia debe reflejar la necesidad de la UE de coexistir con China, teniendo en cuenta su tamaño y su relevancia. Esto significa cooperar para hacer frente a los retos mundiales, pero sin aceptar que haya que pagar un precio por esa cooperación, como a veces se insinúa desde Pekín, especialmente en relación con el cambio climático.

La coexistencia también implica reducir la dependencia de las importaciones chinas, especialmente de aquellas que son esenciales para la transición energética y digital de Europa. La UE debe esforzarse por encontrar nuevas fuentes de importaciones, combinando mejor el traslado de las cadenas de suministros a países amigos y la producción de cercanía con la relocalización. Además, para los países europeos que siguen dependiendo en gran medida de China como mercado de exportación, también es importante diversificar los mercados internacionales para las exportaciones europeas. No deja de ser irónico que esa dependencia haya disminuido debido al afán de autosuficiencia de China y la consiguiente reducción de las importaciones, especialmente las procedentes de Occidente. En otras palabras, cualquier estrategia de la UE debe seguir impulsando la reducción del riesgo mediante un mayor despliegue de los instrumentos adoptados durante el mandato de la Comisión Europea de 2019-2024, entre ellos el control de las exportaciones y el escrutinio de las inversiones entrantes. En segundo lugar, la UE debe incrementar su seguridad económica (y la seguridad en general) reforzando los instrumentos actuales (relacionados con la OMC), coordinando mejor las medidas existentes, como el control de las exportaciones y el escrutinio de las inversiones entrantes, y desarrollando nuevos instrumentos, como el escrutinio de las inversiones salientes.

En tercer lugar, para que Europa coexista eficazmente con China, y proteja al mismo tiempo sus intereses y valores, será crucial la creación de alianzas. Esto no debe limitarse en modo alguno a Estados Unidos, especialmente si Donald Trump gana las elecciones de noviembre, sino que las alianzas deben ampliarse a otros países. Pueden distinguirse dos categorías de asociación.

La primera categoría ya se está gestando, en el seno del G-7, en relación con cuestiones de interés común como la resiliencia de las cadenas de suministro, y también la coordinación de los controles de las exportaciones para reducir las transferencias de tecnología de doble uso, cruciales para la seguridad (económica). Estas medidas pueden ampliarse a países afines como Corea del Sur y Australia.

La segunda categoría de asociación correspondería a las economías emergentes y en desarrollo. Siguen siendo mercados muy importantes para los productos europeos y también fuentes de materias primas fundamentales para la transición digital y ecológica de la UE. Sin embargo, sus necesidades son cada vez mayores en relación con la búsqueda de un modelo de desarrollo sostenible. Cualquier oferta que la UE pueda aportar a estas alianzas deberá incluir recursos financieros suficientes y transferencia tecnológica. El Portal Global para el fomento de la inversión en desarrollo sostenible es un buen comienzo, pero claramente insuficiente, dada la importancia que tienen para Europa las alianzas con los países del Sur Global.

La UE necesita coexistir con China y a la vez proteger sus intereses y valores. La coexistencia debe permitir la colaboración para hacer frente a los retos mundiales, pero esta colaboración no debe tener un precio. Por otro lado, la competencia económica bilateral seguirá dominando, en ocasiones llevada a cabo con instrumentos injustos. La UE tendrá que protegerse y evitar las amenazas a su prosperidad. Deberá hacer lo que pueda hacerse a través de la OMC, pero también aplicar su propio 'kit de defensa comercial' en un marco de seguridad económica más desarrollado. Por último, en lo que respecta al orden liberal mundial, la UE tendrá que hacer frente a la rivalidad sistémica de China manteniendo la defensa del orden existente, tanto de manera directa como mediante el refuerzo de las asociaciones.

Alicia García-Herrero es economista jefe del área Asia-Pacífico del banco de inversión Natixit e investigadora del 'think-tank' Bruegel y del Real Instituto Elcano.

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