En la Universidad de Deusto, junto al sociólogo Javier Elzo, presentaba María Antonia Iglesias su libro 'Memoria de Euzkadi'. Finalizaba el acto cuando un asistente le preguntó a la autora si creía de verdad que el PNV había hecho todo lo que había estado en su mano para erradicar a ETA. «Siempre se puede hacer más de lo que uno hace -contestó María Antonia- pero, si ahora, con el PNV en la oposición y Patxi López en el Gobierno, hay un atentado mortal, la culpa ¿volverá a ser del PNV, de Ibarretxe, del nacionalismo institucional? ¿No le parece a usted esa reflexión muy injusta cuando usted sabe que ETA a quien más odia políticamente es al PNV?».
Sin embargo, asesinado el policía Eduardo Puelles, con el PNV en la oposición y la Ertzaintza bajo mando de Rodolfo Ares, volvió a salir a la palestra el nefasto discurso de la equidistancia hacia un partido que siempre ha condenado a ETA, a los GAL y las barbaridades de la Guerra Civil, mientras el PSOE condena a ETA y la sublevación militar pero no a los GAL; y el PP, a ETA y a los GAL, pero no la asonada de 1936, causante directa, en 1960, del nacimiento de ETA. Frente a tres condenas del PNV, dos por parte del PP y del PSOE. Y un dato histórico irrefutable: la primera manifestación contra ETA la organizó el PNV en Bilbao en 1978.
El PNV cumplirá el próximo 31 de julio, día de San Ignacio, 114 años. ETA, cincuenta. De ahí que cuando un partido tiene la continuidad de más de un siglo y una organización terrorista armada cincuenta años de barbarie, hay algo que no se puede despachar con los simplismos al uso, sin que esto sea excusa para pedir una y mil veces la inmediata desaparición de esta lacra que es apoyada por una ETA sociológica que berroqueñamente le sirve de agua al pez y sin cuya existencia haría mucho tiempo que ETA hubiera desaparecido. Es lo que está pasando en Irlanda. La semana pasada los paramilitares protestantes de Irlanda del Norte confirmaban su desarme. Eran los grupos más activos y sanguinarios de las filas del unionismo y responsables de cerca de 460 asesinatos. Ambas organizaciones habían destruido irreversiblemente su arsenal. «Con este acto, estamos ayudando a construir una nueva y mejor Irlanda del Norte donde el conflicto sea cosa del pasado».
La noticia por aquí pasó desapercibida. Ya no interesa. Parecería que no hay que dar alas a la paz. Es más importante el fichaje de Kaká y Ronaldo y la Liga de Fútbol que seguir de cerca procesos enquistados que están rompiendo su cascarón y caminan hacia la normalidad. No. Aquí hay que meter el dedo en el ojo al PNV, a todas horas. Y uno de los asuntos es la Ley de Partidos, aprobada en 2002, excluyendo de dicho acuerdo a los partidos nacionalistas institucionales, todos en contra de la violencia de ETA.
Es muy fácil hoy juzgar nuestra postura abstrayéndose de analizar en qué contexto vivíamos. Bien es verdad que, como siempre, ETA había defraudado a los vascos con una tregua fallida. Bien es verdad que sus asesinatos posteriores conmocionaron como nunca a la sociedad. Bien es verdad también que el Pacto de Lizarra fue un fracaso en su concepción. Todo esto es verdad, pero no olvidemos que el gran detonante antiterrorista había sido el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York acaecido el 11 de Septiembre del año anterior, que hizo de José María Aznar, con sus pies colocados sobre la mesa con los del presidente Bush, la reunión de las Azores y el apoyo a la guerra de Irak, el mayor cruzado europeo en la lucha contra el terrorismo internacional tratando de unir nacionalismo democrático e institucional con el activismo criminal de ETA. Y es en ese contexto en el que se nos excluye de cualquier negociación y se aprueba un pacto antiterrorista con el PSOE, poniendo en el punto de mira al PNV y a EA, a los que se alude en el preámbulo más veces que a ETA. Tan es así que este hombre, alejado de la realidad y viviendo con fijaciones y obsesiones, perdió el sentido de la medida y el atentado en Madrid del 11 de marzo de 2004 lo atribuyó a ETA, hasta el punto de que logró que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reuniera de urgencia y aprobara un comunicado de condena, atribuyendo aquella masacre a ETA, mientras manejaba la situación tan garrafalmente mal que su partido perdió las elecciones. Éste es, pues, el contexto que se vivía en los años en que fue ilegalizado este mundo, impávido ante los atentados de ETA. Si Lizarra fue un error en su concepción, este acuerdo excluyente lo sigue siendo en la actualidad.
Pero no estuvimos solos en la crítica a la ley. Los obispos vascos rechazaban aquella ley diciendo que agudizaría el enfrentamiento, por lo que suplicaban el diálogo entre las partes, solicitud que fue contestada por el católico Aznar diciendo que el documento episcopal era una perversión moral e intelectual. Pero no fueron sólo los obispos. Amnistía Internacional, con sede en Londres, pedía al Parlamento español que en la tramitación de la ley se eliminaran o sustituyeran las ambigüedades por otros criterios más precisos para evitar que la ley atentara contra los derechos de libertad ideológica, de expresión, de asociación o de participación en los asuntos públicos. Ésa era también nuestra tesis.
Y fue el 26 de agosto de 2002. La presidenta del Congreso, Luisa Fernanda Rudi, nos convocó a una sesión plenaria extraordinaria para instar al Gobierno Aznar a la ilegalización de Herri Batasuna, Euskal Herritarok y Batasuna de conformidad con la Ley de Partidos que se había aprobado un mes antes.
En aquel ambiente tan hostil, me tocó bajar a la tribuna, en representación de mis siete compañeros, e hice cinco preguntas a Aznar. La primera, si no consideraba que lo mejor que le podía ocurrir a la situación política vasca era que el ciudadano, con sus votos, sacara de circuito a Herri Batasuna. El 13 de mayo anterior habían votado 8 de cada diez vascos y Batasuna había pasado de 14 parlamentarios a 7. Esa noche electoral Aznar había dicho que la vasca no era una sociedad madura. La segunda pregunta era que si en 1977 se hubiera actuado de la misma manera, ilegalizando formaciones, ¿cómo creía él que habría sido la Transición? La tercera, si no creía que la bandera de la democracia se la teníamos que quitar a ese mundo que la manoseaba diciéndole que todo podía defenderse salvo el racismo, la xenofobia, el crimen y el chantaje. La cuarta, miramos a Irlanda y su proceso con un Sinn Féin liderando al IRA; y la quinta, solicitando para la Ertzaintza toda la información de Schengen.
La respuesta de Aznar, muy aplaudida por cierto, fue clara: ilegalización igual a solución. Han pasado nueve años. Se ha vuelto a intentar de todo. Presentaciones selectivas en municipios, treguas, Anoetas, conversaciones en Loiola, muchas ruedas de prensa y manifestaciones, manos tendidas, análisis y más análisis, parálisis y más parálisis, atentados, detenciones, más atentados, más detenciones. Se ha hecho de todo. Y ese mundo ha demostrado que o se da la razón en un cien por cien a sus propuestas totalitarias o no hay nada que hacer. Nada. Lógicamente, están sufriendo las consecuencias de su obstinada y poco inteligente manera de actuar, obviando hacer la menor referencia a la ética que, para este mundo, es música de tiovivo.
Por eso el 'Titanic' chocó con el iceberg. Y se está hundiendo. Otegi toca el violón en la cubierta mientras en las frías aguas sus compañeros van siendo engullidos por la noche. Ya no hay chalecos salvavidas y mucho menos ningún bote. El último se lo llevó la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Por unanimidad. Ante eso lo único que acierta a decir Otegi es que «antepone la seguridad nacional a las libertades ciudadanas». ¿De qué libertades ciudadanas habla Otegi? ¿De las de Isaías Carrasco, Inaxio Uria o Eduardo Puelles, por ejemplo? ¿O sólo de las suyas?
La sentencia le dice a HB que «el comportamiento de los políticos engloba de ordinario no sólo sus acciones o discursos, sino igualmente, en ciertas circunstancias, sus omisiones o silencios, que pueden equivaler a tomas de posición y hablar más incluso que toda acción de apoyo expreso».
Pues bien. Se quedaron ya sin bote salvavidas. Pero no todo está perdido. Tienen todavía una bengala. Sólo una. Y el problema es de ellos y de cómo la usen. La bengala dice: 'ETA, desaparece'. Y ya está. Pero el problema ya no es de esta sociedad. El problema es única y exclusivamente de ellos. Nada más que de ellos. Su tiempo ya pasó. Y no seremos nosotros quienes defendamos una criminal obstinación.
Iñaki Anasagasti, senador de EAJ-PNV.