La última corrida

Si todo sale como se espera, la corrida de toros del pasado domingo en la Monumental barcelonesa será la última que se celebre en Cataluña. El inevitable José Tomás habría tenido su último triunfo en esa plaza, ya que una iniciativa legislativa popular, con el respaldo de ciento ochenta mil firmas, desembocará muy pronto en la prohibición de las corridas de toros para todo el ámbito de la comunidad autónoma. Habrá opiniones en el sentido de que se trataba para muchos de los firmantes de trazar una clara divisoria respecto de una costumbre calificada de esencialmente española, algo imposible de probar. Lo que cuenta es que una de las formas más arraigadas y más ritualizadas de tortura de los animales ha llegado allí a su término y por una movilización ciudadana rigurosamente democrática, puesta en marcha el pasado año por la Plataforma 'Prou' (Basta). Es la Ley de Protección de Animales lo que justifica la prohibición de una secuencia de maltrato y muerte a los toros, ceñida por lo demás a la plaza de Barcelona, única en activo.

El azar ha querido que la última ceremonia trágica de muerte de toros en Barcelona tuviera lugar en el mismo mes de septiembre en que se da la celebración en Tordesillas del festejo emblemático de la barbarie perpetrada contra los animales en nuestro país: el llamado Toro de la Vega. Existe una secular asociación entre la fiesta y el toro, que no siempre supuso, por lo menos en principio, la práctica de actos de violencia y muerte sobre el animal. En 'Ritos y mitos equívocos', Julio Caro Baroja estudió la significación de la fiesta extremeña del toro de San Marcos, sobre la cual fijó antes su atención el padre Feijoo. Por obra de una influencia milagrosa, el toro llegaba a asistir a la misa, lo cual no excluía con toda probabilidad el truco o el maltrato. Las hipótesis más plausibles son que podía haber sido embriagado o simplemente que se trataba de un buey manso. El hecho es que como recuerdo involuntario de las fiestas dionisíacas, las mujeres adoraban al toro y lo adornaban con flores y roscos, antes de devolverlo al monte. De hecho el toro era identificado con el santo, reforzando su condición de animal sagrado. Lo del toro de la Vega es bien diferente, aunque la Virgen ande de por medio, pues su fiesta es la del martirio del bóvido. Se trata de una persecución feroz y sádica de un toro bravo, alanceado hasta la muerte por hombres a caballo (y complementariamente a pie), hasta que el último rejón acaba con él y el matador es galardonado (parece que este año no lo fue por haber matado al toro ya en el asfalto). Y no es la única fiesta de estas características. En otros pueblos, los toros son acribillados con dardos hasta morir, se les coloca fuego en las astas o acaban arrojados al mar. Otros toros en Coria y en Medinaceli siguen por otro vía crucis la suerte del toro de la Vega. No están lejos los días en que los gansos de Lekeitio eran martirizados vivos hasta que el más fuerte o el más hábil bárbaro les desgajaba el cuello.

Sorprendentemente los grandes partidos suelen esquivar la responsabilidad consistente en tolerar tales episodios criminales. En el Parlament catalán, la firmeza correspondió a ERC y a ICV, dejando libertad de voto PSC y CiU. Peor aún ha ido la cosa en Madrid respecto del toro de la Vega. La iniciativa en el Senado de la izquierda catalana, que habría debido por lo menos retirar la mención honorífica de 'interés turístico nacional' aún vigente, fue derrotada por PSOE y PP, a pesar de la declarada vocación ecológica del primero. Ahora se plantea en el Congreso una mesa de debate, como si el asunto de acabar con el trato criminal sobre animales fuese tan complicado. Los defensores de la barbarie esgrimen la tradición: también era tradicional en nuestro país el maltrato en comisarías y cuartelillos, o el de mujeres y niños. La Plataforma 'Prou' ha dado un buen ejemplo, ya que la agresión dirigida contra los animales es la premisa también del menosprecio de la condición humana.

Mireya Ivanovic