La última lección de Marsé

Todos los que hemos trabajado con Juan Marsé podemos dar fe de su extraordinario rigor intelectual y moral. Como decía a menudo Jaime Gil de Biedma, su mejor amigo, Juan fue una de las personas más nihilistas y descreídas del mundo, pero al mismo tiempo era dueño de una fenomenal capacidad de atención, propia de los grandes novelistas.

La severidad de sus juicios, tanto estéticos como políticos, era parecida a la inclemencia con que a menudo retrataba a sus personajes, a los que sin embargo también sabía conceder de pronto una inesperada y luminosa dignidad. De la misma manera, en el trato cercano, si uno sabía ganarse su respeto, se mostraba cálido y cómplice, humilde y modesto. Oírle despotricar contra sus habituales bestias negras era tan divertido como escucharle contar esas anécdotas que iba perfeccionando una y otra vez y donde se ponía de manifiesto, sobre todo, la fabulosa paciencia de su imaginación. Su inteligencia narrativa iba siempre por delante del discurso, anticipándose a conclusiones e ideas y preocupándose tan solo por retratar, captar detalles, gestos, los pálpitos de una historia en constante gestación.

Igualmente fascinante era oírle comentar, con genuina perspicacia de artesano, escenas compuestas por novelistas que admiraba, como una vez, hace ya muchos años, cuando en una cena se dedicó a contar, como si lo estuviera escribiendo, el último encuentro entre Lolita y Humbert Humbert. Es imposible volver a esas páginas sin recordar su fruición.

Marsé era un corrector compulsivo y siempre insatisfecho. Aunque hubiera pasado mucho tiempo desde su publicación, nunca dejaba de revisar sus novelas. En ese sentido, ha sido un verdadero privilegio trabajar con él estos últimos meses en un libro que escribió en 1962 y que permanecía inédito y extraviado. Fruto de un encargo de José Martínez, el editor de Ruedo Ibérico, Viaje al sur, donde Marsé cuenta un viaje por Andalucía en compañía del fotógrafo Albert Guspi, será al fin publicado en septiembre por Lumen, con las fotografías originales. Tras una serie de felices azares, entre ellos el súbito fogonazo de la memoria de Marsé, que recordó de pronto el título con que José Martínez había querido publicar el libro (Andalucía, perdido amor), conseguí localizar el manuscrito en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde dormía desde hacía casi sesenta años, bajo el seudónimo de Manolo Reyes, el verdadero nombre del Pijoaparte. Marsé pudo así recuperar íntegro un texto en el que había trabajado al mismo tiempo que escribía Últimas tardes con Teresa, justo a su regreso de su estancia en París, en unos años decisivos para su formación.

A pesar de la edad y de las diversas patologías que le habían mermado físicamente, Juan conservaba todavía una lucidez y una memoria impresionantes. Verle corregir y comentar esta obra de juventud, evocando aquellos años contra su propio declive, ha sido una fortuna para siempre. Antes de marcharse, revisó las galeradas y aprobó encantado la edición, cerrando un círculo y dando una última lección de exigencia e integridad.

Viaje al sur es una prueba más, la última, del bien que la literatura de Marsé ha hecho a la democracia española, tan huérfana de espacios dramáticos donde descubrir las mentiras del pasado, dinamitar mitos espurios o poner en duda consensos históricos e ideológicos. El imaginario moral que nos ha legado es hoy más necesario que nunca, casi subversivo, en este mundo de autoficciones y realidades huecas que tanto le exasperaba. Como dice David Bartra, el inolvidable protagonista de Rabos de lagartija, en una frase que es hoy para mí su epitafio: “Vale, de acuerdo, tú lo has vivido pero yo lo he imaginado; no creas que me llevas mucha ventaja en el camino de la verdad, hermano”.

Andreu Jaume es editor.

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