La última oportunidad

¿Recuerdan un país con un crecimiento económico cercano a cero, una balanza de pagos deficitaria y un déficit público superior al 3%? Algunos de ustedes lo habrán averiguado: se trata de Alemania en 1997. Simultáneamente, España crecía al 4%, tenía la balanza exterior en equilibrio y un saldo del sector público parecido al alemán. Alemania destruía empleo y España lo creaba. En estas condiciones, el BCE estableció una política monetaria más conveniente para Alemania, con tipos del 1%, produciendo dinero barato para todos. No era pues de extrañar que la hoy famosa prima de riesgo de España fuera cercana a cero. Tampoco lo era que el ahorro alemán y de otros países buscara oportunidades de inversión en nuestro país. Fue el inicio de un déficit exterior cada vez mayor, derivado de una voluntad internacional de invertir en un país atractivo y dinámico, algo que alimentó la llegada de capitales a España, unos capitales que invertimos alegremente en activos inmobiliarios, a la vez que incrementamos sustancialmente el consumo y aprovechamos en buena medida para vivir por encima de nuestras posibilidades. Las inmobiliarias se lanzaron a construir viviendas a un ritmo exagerado. El Gobierno y las comunidades autónomas también aprovecharon el incremento sustancial de sus ingresos, derivados de la actividad inmobiliaria y otros componentes cíclicos, para comprometer gastos de naturaleza estructural, de manera que cuando el mercado inmobiliario se paró y esos ingresos públicos extraordinarios desaparecieron se generó un descomunal déficit público.

Hoy estamos en una crisis sin precedentes, y se duda sobre la capacidad de nuestro país para devolver la excesiva deuda contraída, con un crecimiento débil, una moneda sobrevaluada y unos tipos de interés reales muy altos. Todo ello ha generado una ausencia de capital que alimenta el círculo vicioso. Pero el factor más importante en esta falta de crédito es la duda de que el dinero prestado sea devuelto no en euros sino en pesetas, liras o dracmas. Lo que parecía imposible, la ruptura del euro, hoy tristemente cotiza al alza en los mercados financieros.

Ya hemos escrito en esta misma tribuna que la solución requiere avances de integración en la Unión Europea, para hacer el euro una moneda real, y consolidar las reformas estructurales en los Estados con desequilibrios excesivos. Se está avanzando en ambas direcciones. El problema es que el primero camina mucho más lento que el segundo y que Europa o quienes pueden decidir sobre su política monetaria parecen estar utilizando los avances en la Unión Europea como zanahoria para hacer caminar al burro apaleado. Este juego de presión sobre los países en dificultades se parece mucho a la tortura del pánico del ahogado por la que se hace confesar a quien se está a punto de ahogar (lo que los ingleses denominan waterboarding). Pero este juego es muy peligroso y tiene el tiempo limitado. Si se abusa de él se acaba por ahogar al torturado y sin que haya confesado. Tenemos la impresión de que estamos cerca de que se cumpla ese plazo.

Varias razones nos llevan a esta conclusión. De un lado, las elecciones italianas que tendrán lugar en la próxima primavera. En ellas Monti no será candidato. Los estudios demoscópicos anticipan un Parlamento extraordinariamente fragmentado y el nuevo partido Cinco Estrellas, del humorista Beppe Grillo puede convertirse en la segunda fuerza. No lo descarten, ya ha logrado la Alcaldía del Parma con un discurso antisistema. Parece difícil que Alemania encuentre un interlocutor fiable tras las elecciones. Lo que no se logre con Monti probablemente no se logrará. Recordemos que Monti fue elegido presidente por el Parlamento italiano sin elecciones y tras una forzada dimisión de Berlusconi.

Un segundo factor es la situación griega. Los griegos necesitan más tiempo, y probablemente también mas dinero, para cumplir los compromisos que han asumido. Los líderes europeos están esperando el próximo informe que la Troika emitirá las próximas semanas antes de decidir. Pero no parece fácil que las opiniones públicas de los países de la Unión estén dispuestas a mayores contribuciones a la causa griega. El Financial Times publicaba el día 3 de septiembre una encuesta que asegura que sólo uno de cada cuatro alemanes quiere que Grecia siga en el euro. Y está claro que si Grecia sale del euro se producirá un efecto contagio peligrosísimo si a la vez y con contundencia inequívoca no se toman medidas que sean percibidas como definitivas por los mercados.

Hay una tercera e importante razón. Las estructuras productivas de varios países están siendo dañadas de manera muy importante. Cualquier empresa, por muy sólida que sea, acaba asfixiada por ausencia de financiación y por tipos de interés excesivamente altos. No es posible competir con quien se financia 500 o 600 puntos básicos más barato, o quien tiene capital si uno no lo tiene. Es ilustrativo que el mismo día en que Telefónica anunciaba la supresión del dividendo, sin duda por dificultades en obtener financiación, IBM, con quien compite en algunas áreas de actividad, hiciera una emisión de bonos en la que obtuvo 1.000 millones de dólares a 10 años y un tipo inferior al 2%. Un estudio de Thomson Reuters y Credit Suisse realizado el pasado mes de julio cifra el diferencial de coste medio de financiación de las empresas españolas frente a las alemanas en un 5%. El propio BCE ha publicado que el coste de acceso al capital de una pyme en España o Italia es más de 200 puntos más alto que en Alemania o Francia.

Finalmente hay otra razón más. Las opiniones públicas de los países acreedores están empezado a no comprender lo que consideran tanta ayuda, mientras que las de los países deudores desciende veloz hacia un pozo de profunda frustración e indignación ante lo que consideran excesivos recortes y duras reformas que no acaban de dar fruto. En todos los países, sin excepción, se está produciendo el mismo fenómeno: caída de la participación, gran fragmentación electoral y crecimiento de las formaciones más radicales, cuando no antisistema. El Partido Pirata alemán está entrando en todos los parlamentos regionales y cuenta con un 11% de intención de voto, las formaciones de extrema derecha y extrema izquierda crecen en Francia, Grecia, Italia... Veremos qué sucede el 12 de septiembre en Holanda y en las elecciones regionales de España el 21 de octubre. Se trata sin duda de una deriva peligrosa que puede llevar al gobierno en varios países a partidos populistas de carácter xenófobo, radical o antisistema.

Es evidente, pues, que este otoño va a ser un periodo decisivo para el futuro de la crisis económica de nuestro país y también para el futuro de la Unión Europea. España está haciendo los deberes, aunque en algunos temas quizá tenga que concluir más. Pero Europa debe apretar el paso en los suyos. Creemos y confiamos en la capacidad de nuestros líderes para encontrar una solución satisfactoria, basada en el progreso hacia una mayor unión fiscal y bancaria, pero estamos llegando a la última oportunidad para asegurar el futuro del euro y hemos alcanzado el momento en que no hay lugar para los errores. Y quizás la vacilación sea hoy el más grave de ellos.

En los recientes Juegos Olímpicos, los países del euro han ganado 177 medallas, por 104 de EEUU, 88 de China y 65 del Reino Unido. El euro ha ganado al dólar, a la libra y al yuan. En economía, como en el deporte, los fundamentos de la zona euro son mucho mejores que los de EEUU. o los del Reino Unido, y sin embargo los mercados no lo aprecian así. El motivo no es otro que la duda que existe sobre su unidad, una unidad que debe sustanciarse definitivamente en un futuro cercano.

José María Michavila y Daniel de Fernando son fundadores de MDF Family Partners.

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