¿La última oportunidad para Japón?

Japón es la placa de Petri para la lucha contra el estancamiento secular que hoy se está apoderando de la mayoría de las principales economías desarrolladas. Y, a pesar de toda la algarabía en torno al “Abenomics”, la economía de Japón sigue en estado moribundo. En los seis trimestres del último período de Shinzo Abe como primer ministro, el crecimiento anualizado real del PBI promedió apenas el 1,4% -mínimamente por encima del promedio anémico del 1% post-1992.

La política de Abenomics, con su combinación potencialmente poderosa de estímulo monetario y fiscal, sumado a una amplia gama de reformas estructurales, supuestamente pondría fin a las “décadas perdidas” de Japón. Las tres “flechas” de la estrategia iban a estar destinadas a liberar a la economía de un atolladero deflacionario de 15 años.

Desafortunadamente, no todas las flechas han remontado vuelo. El Banco de Japón (BOJ) parece bien encaminado para cumplir con la primera –abrazar lo que llama un alivio cuantitativo y cualitativo (QQE por su sigla en inglés)-. En relación al PBI, la estrategia de política monetaria del BOJ en realidad podría aventajar por mucho los esfuerzos de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Sin embargo, el vuelo de las otras dos flechas es, en el mejor de los casos, tambaleante. En los últimos días, Abe planteó interrogantes serios respecto de proceder con la segunda fase de un aumento del impuesto al consumo legislado anteriormente y que desde hace mucho tiempo es considerado el eje de la estrategia de consolidación de deuda de Japón. Abe se echó atrás porque la economía sigue siendo débil, lo que plantea riesgos renovados de una recaída deflacionaria. Mientras tanto, la tercera flecha de reformas estructurales –especialmente reformas tributarias, educativas e inmigratorias- no está ni cerca de alcanzar su objetivo.

Podríamos concluir que el Abenomics es esencialmente una versión japonesa de la fallida combinación de políticas desplegada en Estados Unidos y Europa: masivas inyecciones de liquidez no convencionales por parte de los bancos centrales (el Banco Central Europeo aparentemente hoy está inclinado a seguir a la Fed), sin avanzar demasiado en materia de reformas fiscales y estructurales fundamentales. La conveniencia política del ajuste monetario de corto plazo volvió a imponerse.

Esta apuesta es especialmente problemática para Japón. Con una población en edad laboral que envejece –y hoy declina-, tiene un alcance limitado para reanimar el crecimiento. Japón debe estrujar un poco más a su fuerza laboral existente impulsando la productividad, o descubrir nuevas fuentes de demanda en el país o en el exterior.

Fronteras para adentro, eso podría implicar sumar trabajadores, ya sea impulsando la participación femenina en la fuerza laboral que, en un 63%, está entre las más bajas del mundo desarrollado, o relajando las restricciones inmigratorias. Desafortunadamente, es poco el progreso que se hizo en cualquiera de estos frentes. Es más, aún si la voluntad política de lanzar reformas estructurales de tres flechas repentinamente se fortaleciera –una suposición dudosa-, la concreción de cualquier retorno de la productividad muy probablemente tomaría mucho tiempo.

Eso nos deja con la demanda externa, que subraya lo que tal vez sea el defecto estratégico más serio del Abenomics: no toma en consideración algunos de los mayores desafíos que probablemente ocurran en la economía global. Es una gran pena, porque Japón está bien posicionado para sacar ventaja de una de las tendencias globales más poderosas –el reequilibrio inminente de las economías china y estadounidense.

China parece estar más comprometida con la reestructuración que Estados Unidos –al menos en un futuro previsible-. Las reformas de su Tercer Pleno ofrecen un marco cohesivo para una transformación pro-consumo. Si bien Estados Unidos actualmente se mantiene decidido a hacer resurgir un modelo de crecimiento agotado, hay buenos motivos para esperar que, finalmente, también logre un reequilibrio.

Japón no puede darse el lujo de desperdiciar esas oportunidades. En un momento en que el principal impulsor del crecimiento chino pasa de la demanda externa a la demanda interna, ¿quiénes podrían beneficiarse más que los exportadores japoneses? China ya es el principal mercado exportador de Japón, lo que lo posiciona de manera ideal para captar una participación adicional de mercado en el inminente aumento de la demanda china de productos y servicios de consumo.

De la misma manera, Japón va a beneficiarse de su pericia tecnológica en el campo de la descontaminación ambiental –una prioridad urgente para China en los próximos años-. Japón ya tiene gran experiencia en muchas de las soluciones para algunos de los problemas más difíciles de China.

Es probable que Japón también se beneficie con un reequilibrio largamente esperado de la economía estadounidense. Un giro en Estados Unidos –de un consumo excesivo de bienes en gran medida originarios de países en desarrollo de bajos salarios al equipamiento de excelencia que necesita una economía cada vez más liderada por la inversión- jugará a favor de las mayores fortalezas de Japón. Como líder global en maquinaria sofisticada y la maquinaria excavadora necesaria para la inversión en infraestructura, Japón debería estar en condiciones de aprovechar esas oportunidades.

Al concentrarse en la demanda externa, Japón no debería perder de vista sus logros anteriores. En los años 1970 y 1980, Japón era la envidia del mundo, debido a una máquina exportadora todopoderosa que sacaba partido de la demanda de una economía global de rápido crecimiento. “Japan Inc.” todavía tiene una buena memoria institucional de lo que hace falta para aprovechar la demanda externa.

Es hora de recapturar esa memoria. No hacerlo dejaría a Japón, la tercera economía más grande del mundo, en riesgo de quedar aún más marginado por las transformaciones en las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China.

Existe una advertencia obvia e importante: las deficientes relaciones sino-japonesas, debido a querellas históricas no resueltas, podrían impedir que Japón materialice los beneficios económicos que implica un reequilibrio económico de China.

La interacción entre la economía y la política reside en el corazón del ascenso y la caída de las grandes potencias. En un mundo que cambia a un ritmo acelerado, enfatizado por los cambios probables en la estructura económica de China y Estados Unidos, Japón no puede permitirse perder de vista ese dato. De la misma manera que Estados Unidos y China tienen mucho para ganar con la transformación de sus economías, Japón se está quedando sin tiempo. Afectado seriamente por dos décadas perdidas que pueden ser más, ésta podría ser la última oportunidad de Japón.

Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University’s Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale’s School of Management. He is the author of the new book Unbalanced: The Codependency of America and China.

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