La unidad de los márgenes

La unidad parece venir de los márgenes ahora que los núcleos no desean la unión: la Unión Europea, desde luego, pero se diría lo mismo de cualquier espacio de acuerdo. La concordia ha dejado de ser importante para el núcleo. Entendemos por núcleo cualquier poder político instaurado, gobernante o en ciernes, que ha aglutinado en torno a millares de votantes convencidos de su singularidad respecto al resto de seres humanos (ya sea en su mismo país, en el continente o en el resto del mundo). Cada núcleo, por muy diferente que se crea de los demás, está en sintonía con el resto: armoniza en la falta de diálogo, se ensalza en la ausencia de empatía, idealiza la solidaridad con los iguales, descarta la equidad del contrincante. Los ciudadanos europeos nos estamos acostumbrando a escuchar esta sinfonía formada por muchos núcleos descoordinados y tozudos, que se imaginan tocando un instrumento único, y que, en el fondo, suenan a lo mismo.

Cada núcleo es un vórtice de promesas dirigidas a los votantes, a los que se suele tratar bajo la misma ley de la oferta y la demanda que engrasa hoy los huesos de ese esqueleto llamado Europa. Los votantes nos hemos convertido en un vale a cambio del poder, engatusados no solo con la promesa de cualquier pequeño paraíso, sino con la de que vamos a perder nuestro miedo. Miedo a los extraños en nuestras fronteras, miedo a la pérdida de seguridad y de trabajo. Qué importa lo que nos dejemos en el camino: unos pocos derechos, unas migajas de libertad, minucias de dignidad humana. En comparación con el amparo del núcleo.

El núcleo se apropia del nombre de España cuando rehúsa a entenderse con los suyos, se apropia del nombre de Cataluña cuando muchos se enconan contra sus propias familias, vecinos y antepasados; se llama Orbán el húngaro cuando, en nombre de valores pretendidamente cristianos (no lo son, los valores evangélicos son siempre para el otro, no contra él) amuralla las fronteras, fustiga la disidencia. Y así el núcleo se acaba convirtiendo en un yo monstruoso. Y nombres antaño desconocidos van ocupando las noticias: Trump, Putin, Bachar, Jong-Un, a los que no importa coquetear abiertamente con esa Tercera Guerra Mundial, que ya va sucediendo en modo invisible para los occidentales pero no para los sirios. Porque la guerra nunca viene de la unidad sino del núcleo, un núcleo que se ha aferrado a un yo tan fortificado que se ha vuelto incomunicante. Salvo –lo llaman diplomacia- entre los propios núcleos. Choca ver las sonrisas beatíficas que todavía Macron dirige a Trump, seguramente atemperándolo, a lo que el Gran Jefe responde con ostensible complacencia.

Sin embargo, los márgenes siguen creyendo en la unidad. Sucede en los campos de refugiados. Sucede en los barrios maltratados de toda Europa. Sucede en las familias con pocos recursos. Aquí y ahora. En la actividad cotidiana de las organizaciones humanitarias y de tantos seres humanos no organizados. Nuestros gobernantes, sin embargo, los gobernantes europeos y los partidos políticos que quieren reemplazarlos en el poder, no parecen preocuparse demasiado por este tema. Se alteran, por supuesto, cuando se cuestiona la unidad territorial, pero parecen indiferentes a la unidad política y social. Sus miras son otras.

Más conscientes de esta necesidad son, sin ir muy lejos, los representantes de la etnia gitana que en abril han celebrado el Día Internacional del Pueblo Gitano. En el acto que tuvo lugar en Madrid, se habló de la urgencia de la cohesión, no solamente entre los miembros de esta etnia, sino entre ellos y el resto de los habitantes de un país al que mucho han aportado con su cultura. En nuestros tiempos escépticos, resultaba sorprendente oírles clamar este lema: "España también es gitana", una España a la ellos quieren pertenecer en un momento en que otros no quieren ser españoles. Y lo son, por cierto, a partir la vapuleada Constitución del 78, que fue, hasta hace tan poco tiempo que resulta estremecedor, la primera en reconocer los derechos de los gitanos en España.

Cuando el núcleo se sacude molestia de los otros, los márgenes todavía nos exigen la esperanza. Y la esperanza necesita de cada uno de nuestros márgenes de acción.

Ernesto Pérez Zúñiga, novelista y poeta, es autor de No cantaremos en tierra de extraños (Galaxia Gutenberg, 2016).

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