La Unión Europea no puede fallar

Ahora está claro para todo el mundo. Enfrentamos una pandemia para la que aún no tenemos respuestas en forma de vacunas que nos inmunicen. Los españoles, como la mayor parte de los países de la Unión, tenemos sistemas sanitarios potentes para paliar y combatir la enfermedad, así como capacidad para acelerar la producción de elementos de protección para sanitarios y otros agentes involucrados en esta lucha.

Este es el primer frente si los responsables políticos pensamos en los ciudadanos, de toda condición y particularmente de los más vulnerables.

Y si seguimos pensando en esa ciudadanía, la otra prioridad, mientras dure esta “guerra” contra un enemigo global e inasible, es luchar contra los efectos sociales y económicos. No cabe espera. Los países (la mayoría) lo están haciendo con sus propios medios encarando la crisis como una emergencia que rompe con los parámetros habituales de políticas económicas y sociales.

La UE es un pequeño rincón de Eurasia, con una población envejecida y con altos niveles de renta y bienestar relativos. La génesis de este proyecto estuvo en la superación de los “nacionalismos irredentos” con su patología de enfrentamientos que, solo en la primera mitad del siglo XX, nos llevaron a dos guerras mundiales. Los europeos querían superar esa patología y sustituirla por la ética de la convivencia en paz y en libertad, a través del diálogo, de principios e intereses compartidos.

Se avanzó mucho a lo largo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial:

El Consejo de Europa nació sobre tres pilares que a veces se olvidan o se traicionan. Derechos humanos, democracia y Estado de derecho.

Posteriormente empezaron los acuerdos que condujeron a la Comunidad Económica hasta llegar a la Unión Europea. Sumar fuerzas, evitar conflictos en sectores estratégicos para la paz como el carbón y el acero, o la energía atómica. Llegar a acuerdos como la PAC para tener garantías alimentarias. Y tantos pasos que eliminaban fronteras para los ciudadanos, para las mercancías, para los capitales o para el establecimiento en el territorio compartido de la Unión.

Quisimos hacer avanzar en una ciudadanía europea, compatible con las nacionales o en una moneda única, así como en una política exterior y de seguridad para todos.

Frente a la gran crisis de 2008 fallamos. Se notó el repliegue hacia los intereses nacionales. La política monetaria del Banco Central arrancó con retraso pero alivió la situación y salvó el euro. No hubo acompañamiento de las políticas fiscales de los países de la Unión, que reaccionaron con más egoísmo que visión europea.

No puede volver a ocurrir ante la crisis actual, ante la pandemia y sus efectos en la salud, pero tampoco en las consecuencias sociales y económicas. Los que creemos en la construcción de esa Europa unida y hemos asumido responsabilidades para hacerla avanzar, queremos lanzar un grito de alarma para que no se deteriore la confianza de los ciudadanos.

El Banco Central Europeo ya dio un paso importante con sus 750.000 millones de Euros. Pero la política monetaria no bastará por sí sola. El Consejo Europeo, el Eurogrupo, la Comisión y el Parlamento tienen que actuar ya ante la emergencia con políticas fiscales, revisando el “pacto de estabilidad”. Tienen que apoyar y complementar las decisiones de los países de la UE, como España, Italia o Francia y complementarlas.

El virus no se parará en ninguna frontera. El enemigo es común y no podemos combatirlo como “un ejército de pancho villa”. Todos juntos contra la pandemia y contra sus consecuencias económicas y sociales.

Si la UE no está a la altura de sus responsabilidades ahora, el retroceso de credibilidad ciudadana puede ser irreparable. Seremos pasto para los populismos e irredentismos que galopan por nuestras realidades.

Felipe González es expresidente del Gobierno.

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