La Unión Europea que queremos

La creación de la Unión Europea fue un clamor a favor del progreso, la democracia y la paz desprendido de tantas guerras en su suelo. Pero hoy la Unión Europea está en crisis, incluso corre el riesgo de desintegrarse si no se introducen cambios radicales. Uno de los problemas reside en que lo que no es difícil de decidir entre dos o cuatro y es factible entre seis o nueve, es literalmente imposible entre veinte o treinta, especialmente, si los objetivos difieren.

Los objetivos iniciales fueron la libre circulación de personas, capitales y mercancías. No se ha conseguido demasiado bien lo que se pretendía.

La libre circulación de personas y la inmigración que, aparte de razones morales, facilita el crecimiento económico y reduce el envejecimiento de la población europea, han facilitado en algunos ámbitos xenofobia, escepticismo y racismo.

La Unión Europea que queremosLa libre circulación de capitales y el elevado endeudamiento de la mayoría de países de la UE, en el marco de una economía globalizada, somete las decisiones políticas a los intereses de los mercados financieros, lo que lleva a un aumento de la desigualdad, a una injusta distribución de cargas y a una democracia de baja calidad. Son efectos que han aparecido en toda su crudeza en la gestión de la crisis económica.

La moneda única tenía que ser un instrumento para integrar las instituciones políticas y los estados, pero se ha cometido el error de no homogeneizar las políticas económicas, monetarias y fiscales. La Europa que tenemos es una comunidad de países acreedores y deudores. En este sentido el caso de Grecia es paradigmático. Y no nos engañamos, la respuesta unánime de los estados al planteamiento griego es fruto, con respecto a muchos países deudores, del miedo a una eventual reacción de los acreedores. Comprensible, sí, siempre y cuando no olviden que su realidad es la de unos países deudores y que tarde o temprano serán tratados como tales. Todo hace que los ciudadanos se sientan decepcionados y frustrados y que el antieuropeísmo alcance cotas elevadas.

Por último, con respecto a la libre circulación de mercancías, mientras un grupo de países quiere avanzar hacia la unión política, otros aspiran sólo a disponer de un gran mercado. Para conseguir la Europa que queremos falta, pues, entre sus miembros la visión de un proyecto común y la disposición a ceder soberanía.

Lo más probable es que se tenga que optar por una Unión Europea de dos o más velocidades. Un núcleo duro de países de vanguardia comprometidos en la moneda común, el euro, y al completar la unión fiscal y política, abiertos a que se puedan añadir en el futuro los países que no hayan optado por esta opción. El sistema de toma de decisiones en este grupo puntero tiene que ser de forma ponderada teniendo en cuenta el peso real de cada país, ya que no es razonable, por ejemplo, que en la toma de decisiones alemana tenga el mismo peso que Malta.

Pero básicamente de lo que se trata es de recuperar el principio de que la democracia gobierne la economía. Eso permitiría proceder a reestructurar y reducir la deuda pública y recuperar una cierta independencia con respecto a los mercados financieros.

Al mismo tiempo, recuperar la confianza de los ciudadanos requiere un nuevo contrato social que, aparte de impulsar la economía, defienda y potencie el modelo cultural europeo y un Estado de bienestar adelantado, garantizando una distribución justa de los beneficios del progreso. En esta línea, la Unión Europea tiene que asumir que no puede competir por precio ni con salarios bajos, lo tiene que hacer por conocimiento, investigación, innovación y saber hacer.

Y con respecto a las relaciones internacionales, la falta de una posición única en la política exterior devalúa el papel de la UE, al tiempo que tenemos que constatar el paralizado despliegue de un ejército europeo organizado para la defensa del territorio, la protección civil y como instrumento de apoyo a operaciones bajo mandato de la ONU. Eso facilitaría diseñar una política de paz y colaboración con Rusia y con el resto de países europeos y mediterráneos.

Se trata en síntesis de entender que la recuperación de la confianza de los ciudadanos en el proyecto europeo es fundamental para el progreso individual y colectivo, para la solución de los graves problemas de nuestra sociedad y para influir en la agenda de la política mundial con respecto a la solución de los problemas globales, contribuyendo así a un mundo de progreso y de paz. Y es que no se trata de pretender competir e influir por el poder, sino por los principios.

Tenemos que recordar que todavía hoy la Unión Europea globalmente es el centro económico, científico, cultural y social más importante del mundo. Esta Europa, que ya ha iniciado su declive, en un mundo global corre el riesgo de volverse irrelevante si no se introducen profundas reformas.

Se trata, pues, de recuperar el lugar que le corresponde en la política en relación con los poderes financieros y de seguir liderando el porvenir en un marco de solidaridad como sus fundadores habían soñado. Y si no se puede o no se quiere luchar para conseguir ese objetivo, lo que no es admisible es permitir que los ciudadanos se engañen soñando una Europa que se habrá vuelto imposible.

Vicenç Oller y Francesc Raventós, economistas.

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