La universidad que precisamos

Vivimos tiempos convulsos y cambiantes con importantes retos que resolver. Algunos ya afirman que no estamos solo en una era de cambios, sino en un auténtico cambio de era definida por ingredientes que nunca habían alcanzado la dimensión que hoy tienen. Y nadie duda de que la educación es un componente básico para encarar con pertinencia esos desafíos. Necesitamos más y mejor formación en todos los niveles porque precisamos buenos profesionales y buenos ciudadanos. Ahora bien, para que las instituciones educativas cumplan adecuadamente su papel deben satisfacer algunas exigencias que les otorguen los niveles de calidad y eficiencia emanados de su relevante responsabilidad.

En un coloquio reciente en el que participé nos preguntaban a los intervinientes por las características que debería tener la universidad actual y la del futuro. Creo que el concepto de universidad ideal es un tanto teórico y movedizo ya que cambia según los contextos educativos y a lo largo del tiempo. Pero hay elementos y condiciones imprescindibles en cualquier universidad que aspire a cumplir con efectividad sus misiones de formar y contribuir al desarrollo del conocimiento. Aquí les ofrezco mis reflexiones a través de un decálogo de propuestas acerca de la «universidad que precisamos».

1ª) Debemos colocar en el centro de nuestro quehacer a los alumnos. Tenemos que enseñarles lo que necesitan, no lo que saben los profesores. Por supuesto, los conocimientos disciplinares correspondientes a su titulación, la formación interdisciplinar necesaria para enfrentarse a problemas complejos y las capacidades y destrezas y la formación práctica que van a requerir para el desarrollo de su actividad profesional y su función como miembros de una colectividad.

2ª) Tenemos que promover una forma de estudiar más activa y participativa. La clase «magistral» debe tener la condición de excepcional y el profesor debe jugar sobre todo el papel de facilitador, de animador del debate con los estudiantes y con él mismo. Si se ignora esta exigencia se corre el peligro –ya real– de la elevada inasistencia de los alumnos a las clases y de que aumenten las cifras de abandono escolar.

3ª) Hemos de profundizar en la digitalización de todas las actividades universitarias, una afirmación que resulta válida no solo para las Universidades propiamente virtuales, sino también para las presenciales. La diferencia entre ambas tenderá a diluirse y la mayoría de las instituciones educativas serán híbridas en las que las enseñanzas online se utilizarán preferentemente para las clases teóricas y las presenciales para las actividades prácticas. No se perderán de esta manera las ventajas que supone lo presencial para la «socialización» de estudiantes sobre todo los más jóvenes, y los indudables beneficios de la buena enseñanza en línea.

4ª) No es necesario insistir en que una institución de educación superior no es una verdadera universidad si no hace investigación, sea básica o aplicada. Pero además debe tener canales para la transferencia de los resultados de esa investigación al tejido empresarial y , en definitiva, a toda la sociedad.

5ª) Las universidades han de ser internacionales, lo que significa, entre otras cosas, tener alumnos y profesores extranjeros, participar en la enseñanza y la investigación con instituciones foráneas, realizar intercambios o crear redes de colaboración interuniversitaria.

6ª) Ahora bien, eso no debe impedir la involucración de las instituciones educativas en los asuntos del territorio donde están emplazadas. Algunos hablan ya de esa dimensión territorial como una tercera misión imprescindible de las universidades que deben tener en cuenta las necesidades formativas y de investigación de sus espacios de influencia. El término «glocal» define ese doble interés de servir a la región próxima y tener una proyección internacional y como el binomio docencia-investigación se convierte en un tándem indispensable.

7ª) Y junto a la dimensión territorial, las universidades no pueden olvidar su compromiso social. Deben promover la inclusión, ejercer la promoción de las personas, ayudar a resolver las desigualdades y contribuir al desarrollo sostenible.

8ª) Y para ejercitar todas esas funciones necesitan tres condiciones: un nivel de autonomía suficiente en el plano académico, financiero, organizativo y de recursos humanos; una financiación suficiente; y una política de rendición de cuentas acorde con su condición de servicio público, ya se trate de universidades públicas o privadas.

9ª) Las universidades deben estar mucho más conectadas con el tejido empresarial a través de vasos comunicantes fluidos en los ámbitos de la docencia, la investigación, la transferencia y la gestión. Es preciso luchar contra esa visión miope que en las universidades públicas conciben tal colaboración en términos de supeditación a los intereses mercantiles de las empresas.

10ª) Y apostar de una manera decidida por la formación continua que va a ser –ya es– la cuarta vertiente formativa de las instituciones con el grado, el máster y el doctorado. Cada vez más y más rápidamente los profesionales van a ver cómo sus conocimientos se quedan obsoletos, lo cual demandará nuevas alianzas de las compañías con las instituciones educativas superiores.

Probablemente el catálogo de mi desiderata resulte incompleto, pero sí creo, al menos, que los hechos mencionados deben formar parte de él. Con la condición de exigencias imprescindibles que plantean viejos y nuevos retos a los que es preciso dar solución.

Rafael Puyol es presidente de UNIR.

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