La usurpación del feminismo

Imponer por ley la desigualdad, fomentar la discriminación, alentar la confrontación y criminalizar por pertenencia a un sexo, si algo no puede ser jamás es ‘lucha por la igualdad’. Por mucho que se proclame como tal y se bautice así un ministerio. Ello es tan falso y mendaz como aquella perversa burla totalitaria de calificar como República Democrática a la dictatorial Alemania del Este y a su criminal Muro de Berlín. Aquel régimen, asesino de libertades y vidas, y carcelero de una nación entera donde lo que se impedía no era entrar sino salir por mucho que el neoestalinismo podemita cogobernante en España lo pretenda ahora blanquear utilizando las mañas del viejo ‘agitprop’ soviético.

El feminismo, el real, el que merece el apoyo, el respeto total, la admiración e incluso la disculpa de la humanidad al completo, ha sido y es ante todo y sobre todo batalla, avance y logro por la igualdad de derechos en todos y cada uno de los aspectos y en cada peripecia vital.

Eso es feminismo, esa es su incuestionable razón y verdad: el repudio a toda discriminación por razón de sexo y por ello el rechazo de todo privilegio por la misma causa. Lo contrario es el machismo pero lo es también e idénticamente el hembrismo, que pretende simplemente cambiar de signo esa discriminación.

El doctrinario podemita actual, trufado de derivas que nada tienen que ver ni siquiera con él pero que sirven para una presunta causa revolucionaria mayor, no es otra cosa sino la degeneración del feminismo apropiándose y degradando su propio nombre y su principio esencial. Ese es el emboscado objetivo que está corriente política, extrema, sectaria y liberticida pretende parasitar y utilizar al igual que hace con otros movimientos para añadirlo a su hoja de ruta para la imposición de un delirante y represor sistema de pensamiento único y sumisión obligada a sus doctrinas. A una tiranía, que no por su camuflaje en el buenismo y la cursilería deja de ser excluyente y opresiva. Con el obligado e inmediato añadido de feroz censura de la libre expresión, que tacha de delito cualquier opinión que la contradiga y estigmatiza, como apestada sabandija inhabilitada de cualquier derecho humano, con la sencilla fórmula de marcar como ‘facha’ a quien se niege a someterse a sus designios.

Las consecuencias y regresión que todo ello produzca en el futuro, de conseguir imponer sus delirios y convertir en norma coercitiva y legal, serían de una enorme y tóxica gravedad pero el daño que ya hoy está causando tiene un primera víctima, que no es otra que la propia mujer, y un perjudicado esencial, el propio movimiento feminista. Su imagen, positiva, acreditada y consolidada, se está viendo afectada y degradada por el esperpento que pretende y en muchas ocasiones logra, suplantarlo y que se exhibe como el mayor de los avances progresistas cuando es la peor degeneración del mismo.

Resulta, además y como poco, particularmente obsceno que estas autoconsideradas ‘evas primigenias’, calcadas del adanismo rampante, se atribuyan como conquistas y victorias lo que por fortuna, y con no poco sufrimiento, lágrima y dolor, consiguieron ya otras y que ahora, de creer sus proclamas, pareciera haber sido exclusiva obra de ellas. Vamos que pareciera que la mujer española hasta su mesiánica llegada no hubiera dado un paso y no hubiera conseguido un derecho. Ni a leer, ni a estudiar, ni a trabajar ni a conducir siquiera como en alguno de sus admirados referentes. En suma, que hasta su eclosión redentora, todas las mujeres españolas y toda su sufrida y esforzada lucha no ha existido ni logrado fruto ni liberación. Es más y peor, estuvo desde el comienzo errada y orientada en la mala dirección.

Porque el último de sus dislates, tras el desparrame que han ido sembrando anteriormente y por doquier, alcanza ya el paroxismo absoluto. Pues lo que ya pone en cuestión y niega es el hecho mismo de ser mujer. Porque eso es lo que su actual doctrinario pretende imponer. La negación biológica y sexual de la condición de mujer, una enmienda total a la naturaleza y a la misma vida como tal.

No es ya que el sexo pueda ejercerse como a cada cual le de su libre y real gana, siempre, claro, que no viole los derechos y libertades de los demás; no es que pueda modificarse o cambiarse, que también puede ya, sino que ahora la pretensión es que no existe. Tal cual, lo que hoy se proclama y se intenta imponer como norma es la negación de la evidencia universal del sexo, de los sexos. Esa antigualla, se supone que a poco será declarada fascista, debe desaparecer. El sexo no es algo con lo que los seres vivos, y aún más y en especial, los del reino (o la república) animal nazcan. Sino que es algo que será fruto de una, o dos o tres y cambiantes decisiones tomadas sin más e incluso en la más tierna niñez. En este sentido, en la definición de mujer, del hecho femenino en sí, negando de origen esa condición, han llegado a tal extremo de agresión, porque lo es, que ha provocado la sublevación del feminismo clásico o sea el feminismo sin apellido ni cartón. Y en fecha tan señalada como es el 8-M en el calendario secular del movimiento, está suponiendo ya una fractura muy dolorosa en él. Lógico pues la adscripción a tal doctrinario no es de fondo y final otra cosa que la abolición del hecho y condición femenina en sí. Y si no existe ese hecho ¿cómo puede haber reivindicación y defensa de sus derechos inherentes a él? El feminismo dejaría, pues, de tener razón de ser.

‘Esto’, lo que la ministra Montero y sus niñeras del presunto Ministerio de Igualdad pretenden, es ya otra cosa. Que nadie en el mundo en realidad sabe muy bien qué es. Y tampoco ellas, o ‘elle’ o como se quieran llamar.

Antonio Pérez Henares es escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *