La validez de la desobediencia civil

Distante en mi memoria, cuando yo era todavía un niño en India, por casualidad hice uno de mis viajes en el mismo tren que Mahatma Gandhi. No puedo afirmar que el hecho tuviera algún significado especial para mí, pero ciertamente contribuyó a mi interés en sus enseñanzas, y todavía poseo libros sobre el tema que compré en aquel momento. Ninguna de las enseñanzas de Gandhi ha sido más influyente que la de satyagraha, "aferrarse a la verdad", una filosofía que incluye el concepto de desobediencia civil no violenta. En ese momento, en el Imperio británico, la desobediencia a las leyes públicas era severamente castigada. Pero, según Gandhi, era correcto desobedecer al luchar contra leyes que eran injustas y, por lo tanto, ilegales. Sus ideas fueron impactantes en ese período, pero pronto fueron estudiadas y adoptadas por movimientos de resistencia en India, Sudáfrica, Inglaterra y Estados Unidos.

En los movimientos de protesta contra las armas nucleares en Reino Unido y contra la discriminación racial en Estados Unidos y más tarde en Sudáfrica, las ideas de Gandhi se adoptaron como norma. Martin Luther King estudió los textos de Gandhi cuando era estudiante y adoptó las ideas tan completamente que pronto se convirtió en la personalidad más identificada por el público con la noción de desobediencia civil. Sin embargo, como todas las grandes ideas, la desobediencia ha sido frecuentemente pervertida hacia objetivos que no tienen nada que ver con la libertad, la justicia o la democracia. Esto ha sucedido en Cataluña.

Un líder separatista catalán proclamó hace dos semanas que si el procés contra los políticos acusados termina en condena, sus grupos iniciarán una campaña de "persistente desobediencia civil" y de "movilización constante y perseverante". ¿Qué representa exactamente esto? En la práctica, si seguimos la evidencia de lo que ya ha sucedido en los últimos dos años, desobediencia significa una campaña sostenida para "parar Cataluña", es decir, para colapsar a Cataluña. El objetivo sería paralizar, de un día para otro, importantes secciones del transporte por carretera y ferrocarril, el movimiento de taxis, autobuses y aviación, el funcionamiento de la educación escolar y las tiendas públicas. Esta deliberada destrucción de toda la vida pública normal en la región sería respaldada (como en el pasado) por el apoyo directo de la Generalitat, que dejaría el orden público efectivamente en manos de los grupos radicales de jóvenes conocidos como CDR. La Generalitat también emitiría órdenes a la Policía (los Mossos) de no intervenir.

¿Algo de esto se parece a la desobediencia civil? Me temo que no. La definición más sencilla de desobediencia civil, tal como se practica desde el siglo XX, es la oposición pública a las leyes establecidas, a través de medios no violentos. Las personas desobedecerían porque consideran que la ley prevaleciente es errónea e inmoral. Esa, en general, fue la posición argumentada por Martin Luther King en su Carta desde la cárcel de Birmingham (1963). King siempre mantuvo firmemente que su deber era respetar la ley, y que su llamada desobediencia era, de hecho, el respeto por una ley superior a la vigente. En otras palabras, al desobedecer la ley existente, él estaba defendiendo los derechos de la mayoría de la comunidad, así como la ley suprema emitida por Dios. Alcanzó esta posición a través de la reflexión y leyendo los escritos de Gandhi.

Veamos si el empleo de la desobediencia civil en Cataluña puede compararse de alguna manera con la estrategia adoptada por Gandhi y por King.

Primero, en Cataluña efectivamente no habrá desobediencia, porque los separatistas no estarán protestando contra ninguna ley. De hecho, dado que los separatistas contarán con el apoyo total del Gobierno regional y la Policía, tendrán realmente el control de las leyes y no protestarán en contra de ellas. Su único objetivo, entonces, será crear un desorden, pero desde una posición de fuerza, desde dentro del Gobierno autonómico. En cambio, ni Gandhi ni King tuvieron el apoyo del Gobierno y la Policía. La suya fue una auténtica desobediencia. En contraste, la desobediencia de los separatistas es simplemente fraudulenta.

En segundo lugar, el objetivo abierto de desorden tiene como consecuencia lógica el fomento de la violencia. Eso es exactamente lo contrario de la filosofía de Gandhi. El desorden, como muchos han experimentado en las actividades de los grupos ideológicos Òmnium Cultural y Asamblea Nacional Catalana, está destinado a producir violencia. No es necesario entrar en detalles sobre la violencia que la supuesta no violencia ha provocado en todas partes de la sociedad catalana. Existe amplia evidencia, como lo demuestran los vídeos grabados de los últimos meses. Hemos visto miles de personas burlándose de la Guardia Civil, desafiándolos a atacar, con provocativos gritos de "¡Somos gente de paz!" ("Som gent de pau!"). El hecho de que los separatistas no hayan tenido armas es parte de la estrategia. La confrontación (actitudes de agresión, de histeria de masas, de furia ideológica, de simple odio) ha sido la fuerza motriz. No menos importante ha sido la violencia de los insultos, la identificación habitual de todos los demás como fascistas, una identificación que en realidad ha sido más apropiada como descripción de los manifestantes. Es obvio que estos métodos, que no tienen nada que ver con los métodos empleados por Gandhi o por King, no constituyen desobediencia civil. Se asemejan más a una declaración de guerra contra el resto de la sociedad.

Llamar a una agresión "constante y perseverante" contra la sociedad civil, en otras palabras, es llamar deliberadamente y con el apoyo total del Gobierno autonómico a socavar la democracia. El tema no afecta a los derechos humanos de millones de personas perjudicadas (como fue el caso con Gandhi), ni a los derechos civiles de las personas de color (como fue el caso con King). El problema en Cataluña se refiere a los esfuerzos de una pequeña sección de la burguesía adinerada para obtener un mayor control de los recursos de la región, para lo cual han inventado una serie de falsificaciones históricas, más notoriamente en la presentación totalmente ficticia del Born, para demostrar al mundo que han sido durante siglos víctimas de la tiranía, la explotación y la injusticia españolas. Afortunadamente, el mundo se ha negado a escuchar.

Afortunadamente, también hay democracia en España. Tanto Gandhi como King eran demócratas, a diferencia de los partidarios de la desobediencia civil en Cataluña, que han dejado claro que desean evitar las elecciones, porque temen que se pueda hacer explícito lo que todos saben, que la mayoría de los votantes en Cataluña se opone a la desobediencia civil y a la independencia.

Esto nos lleva, lógicamente, a uno de los aspectos centrales de todo el debate sobre la desobediencia. ¿Es la desobediencia una estrategia eficiente? Sería incorrecto pensar que Gandhi o King lograron sus objetivos a través de la desobediencia civil. La satyagraha de Gandhi fue impresionante tanto en teoría como en la práctica, pero los objetivos finales se lograron gracias a una amplia gama de factores no relacionados con la desobediencia. No hay espacio aquí, por supuesto, para delinear esos factores. Entre ellos, desafortunadamente, también se destacó el uso sistemático de la violencia que resultó en la muerte de muchas personas. A la larga, sin embargo, fue la aplicación paciente de métodos democráticos, por hombres de generosidad y moderación, lo que trajo soluciones. Lo mismo sucedió en el caso de King.

¿Encontraremos hombres de generosidad y moderación para producir soluciones a la situación totalmente absurda creada en Cataluña?

Henry Kamen es historiador británico; entre sus últimos libros está España y Cataluña. Historia de una pasión (La Esfera de Libros, 2014).

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