De todos los grandes libros que he utilizado en mis clases en el transcurso de las dos o más últimas décadas, pocos pueden compararse a la magnífica y estimulante obra publicada por Karl Polanyi en 1943, La gran transformación. Se trata de un imaginativo y amplio trabajo de sociología histórica que analiza el auge del mercado capitalista moderno desde la revolución industrial inglesa de finales del siglo XVIII (la "gran transformación" a la que hace referencia el título) hasta las convulsiones de las décadas de 1920 y 1930 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Debería ser lectura obligatoria para todos los interesados en la gestión y el análisis de la crisis contemporánea del sistema financiero mundial.
El libro de Polanyi proporciona un relato absorbente, aunque algo digresivo, del modo en que funcionan los mercados modernos y, en particular, de su inestabilidad estructural y sus inexorables vaivenes y oscilaciones. Poniendo en duda la idea de que había algo "natural" o universal en el mercado moderno y sin dedicar tiempo a las elucubraciones sobre una "mano oculta", Polanyi hizo hincapié en las bases culturales y políticas de los mercados. Puso de manifiesto que lo que había dado lugar a ese complejo fenómeno, generador a la vez de riqueza y de inestabilidad y pobreza, era el resultado concreto de la sociedad industrial moderna. Escribiendo como escribía durante las secuelas de la Gran Depresión, en la década de 1930, que desembocó en el estallido de la guerra, su conclusión era un producto de la opinión liberal del momento, bien fundada, abierta y socialdemócrata: los mercados, entidades humanas y contingentes, deben ser regulados y gestionados por los estados. No hay nada parecido a una "mano oculta". Un mercado "puro" y sin restricciones no puede ni debe existir.
A lo largo de su vida, Polanyi (que murió en 1964 en Canadá) criticó, tanto en Austria como en Estados Unidos, la falta de realismo de las ideas económicas dominantes. Sin embargo, la tradición encarnada por él quedó marginada, y los financieros y especuladores del mundo de la práctica y la mayoría de los economistas del mundo académico se dedicaron a promover la idea de que los mercados son, a largo plazo, mecanismos autorregulados y, de algún modo, "naturales". Se generaron montañas de palabras y expresiones con el fin de respaldar y perpetuar dicha afirmación: "ajustes del mercado", "autocorrección natural", "leyes de hierro del comercio y las finanzas", unas "fuerzas del mercado" supuestamente inevitables y muchas cosas más..., esa clase de paparruchas con afán disculpatorio que hemos escuchado y leído un día tras otro a lo largo de muchos años en las noticias económicas de la radio, la televisión y los medios de comunicación impresos. El mayor de los mitos ha sido, claro está, el de un supuesto "libre mercado", como si el mercado moderno se hubiera visto alguna vez libre de garantías estatales, a saber, de seguridad, derecho internacional, control y reglamentación del trabajo; y como si pudiera decirse que un sistema en el que el poder está distribuido de un modo tremendamente desigual e inestable garantiza la "libertad" de la mayoría de las personas sometidas a él.
Si bien el punto álgido de semejante glorificación y cosificación "neoliberal" de los mercados se produjo en los años Reagan-Thatcher de la década de 1980, la tendencia pareció quedar confirmada por la caída de las economías planificadas socialistas a principios de la década de 1990, el auge de la tecnología de la información y el ascenso de China. Ahora bien, frente a esa idea de las finanzas en tanto que esfera autónoma de la actividad económica, los seguidores de la tradición de Polanyi han sostenido que ningún sistema económico, ya sea industrial, financiero o agrícola, puede funcionar sin el papel activo del Estado. La aspiración de tales autores era, como ocurrió con pensadores anteriores como Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, reunir el estudio de la política, del Estado, y el estudio de la economía, de los mercados. Así, las prescripciones políticas fueron que el Estado moderno tenía que fomentar y proteger los mercados, del mismo modo que proporcionaba servicios públicos para garantizar la seguridad de los viajes y el transporte, la estabilidad de las monedas, la promoción de la educación y la investigación científica, así como todos los demás respaldos esenciales - y con frecuencia no reconocidos- que suministraba el Estado, incluso en las sociedades más supuestamente partidarias del laissez faire del mercado capitalista. La hybris, el cegador orgullo, de los dirigentes financieros y los encargados de formular políticas de los últimos años no sólo reside en la creencia de que, uno tras otro, los conjuntos de prácticas falaces y de sistemas desmedidos de préstamo podían sostenerse, sino en la creencia de que habían creado algo que se correspondía con un orden "natural" y, por ello, implícitamente, "eterno". Por encima de todo, la verdadera hybris ha consistido en no haber leído la historia ni, en particular, La gran transformación.Ahora, en estos momentos dramáticos en que durante las últimas semanas hemos presenciado una intervención sin precedentes del Estado estadounidense y sus homólogos europeos en los mercados financieros, la validez de lo defendido por Karl Polanyi y sus seguidores, por encima de todo la fragilidad y la artificialidad de los mercados, ha quedado demostrada a los ojos de todos.Polanyi podría advertirnos además de que, como en épocas anteriores en que los mercados se excedieron y tuvieron que verse corregidos por los estados, también esta vez cabe una reacción desmesurada: el supuesto mecanismo de autocorrección y búsqueda de equilibrio también era un mito. La falta de confianza y rumbo podría llevar a los estados demasiado lejos en la dirección opuesta. Quizá algún día, cuando no estén cegados por la especulación a corto plazo y la pura codicia, los encargados de controlar y dirigir las economías podrían decir algo acerca de esas entidades supuestamente "naturales" y "libres" que dicen manejar.
Fred Halliday, profesor-investigador de la ICREA (Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats) en el IBEI (Institut de Barcelona d´Estudis Internacionals). Traducción: Juan Gabriel López Guix.