La venganza del ciudadano

En el primer día de su clase 'The Making of a Politician', el profesor de la Universidad de Harvard Steve Jarding graba a sus alumnos presentando una hipotética candidatura presidencial y debatiendo en campaña electoral. Durante meses los instruye en el arte de la comunicación política antes de volver a filmar sus mítines al final de curso para ver si ha conseguido su objetivo: transformar a sus estudiantes en políticos profesionales. La teoría de Jarding, que ha entrenado a candidatos de todo el mundo, es que cualquiera, independientemente de sus habilidades comunicativas, puede ser convertido en un gran líder mediático.

Tomé el curso de Jarding el año pasado, en un experimento por ver si también podía lograr la conversión de un periodista descreído. No recuerdo que en ninguna de sus lecciones el profesor mencionara la necesidad de marcarse un baile para atraer a los votantes, ahora que la estrategia está tan de moda entre nuestros políticos, pero cada país tiene sus peculiaridades. En lo que sí insistía Jarding era en la necesidad de transmitir autenticidad. Si no eres gracioso, evita las bromas en tus discursos. Si no eres especialmente emotivo, no exageres lo mucho que te importan las ancianas desvalidas. Si la simpatía no es lo tuyo, resalta aptitudes como la seriedad o la capacidad de gestión.

La venganza del ciudadanoQue nuestros candidatos no siguen los consejos del estratega electoral demócrata lo demuestra la carrera iniciada por presentarse como lo que no son. Su problema es que en la era de Internet y las redes sociales, la impostura electoralista se hace incluso más evidente: nadie en edad de conducir creería que la súbita cercanía que algunos muestran hacia los problemas de los ciudadanos se deba a otra cosa que la aproximación de la "venganza del ciudadano", que es como el primer ministro británico Lloyd George definía las elecciones.

Los estrategas del Partido Popular, por ejemplo, se han empeñado en que Mariano Rajoy experimente una metamorfosis que haga del político sobrio y algo aburrido al que nos tiene acostumbrados un candidato del pueblo, todo en tiempo récord. El presidente ha pasado de resistirse a las entrevistas y organizar ruedas de prensa sin preguntas -o evitar las incómodas- a ser un ejemplo de accesibilidad, no siempre con desenlaces favorables para él. Tanto le dicen en su partido que debe mostrarse más cercano que cada vez parece más alejado de sí mismo, 'selfies' callejeros incluidos. Los buenos datos económicos no bastan: ha llegado la hora de hablar de "la economía con alma". Y Rajoy es un "bailongo", nos revelaba Soraya Sáenz de Santamaría en 'El Hormiguero', despertando la expectativa de que también él se desmelene en uno de sus mítines al ritmo de 'We are the Champions' de Queen.

Los tiempos electorales demandan cierta dosis de besos a niños espantados, fotografías forzadamente naturales y poses que sitúen al político a pie de calle, pero las exageraciones tienen el inconveniente de que envían el mensaje de que se toma al electorado por idiota. Ocurre algo parecido con las promesas electorales, donde habría que seguir la máxima de Bernard M. Baruch de votar al que prometa menos, porque "será el que menos te decepcione".

La tentación de ir un paso más lejos en el marketing electoral es mayor para la vieja política, que tiene en Rajoy a su gran superviviente, porque los nuevos tienen la ventaja de no haber gobernado y pueden presentarse con la mochila más ligera. No se les puede acusar de incumplir programas electorales ni tienen que responder a casos de corrupción porque no han estado en posición de meter la mano en la caja. Sus candidatos están menos vistos y controlan mejor el lenguaje de la comunicación y las redes sociales. En una campaña de plató como la que parece que nos espera, donde el entretenimiento prime sobre la política, un Rajoy cómodo se hace tan difícil de imaginar como en la pista de baile. Jarding le recomendaría que sea él mismo y que no atienda a las demandas de quienes le piden que actúe como el vecino que siempre pregunta por la familia en el ascensor. Su reelección no dependerá tanto de lo simpático que se muestre en vísperas electorales como del ánimo de unos ciudadanos que, como decía Lloyd George, decidirán si ha llegado el momento de vengarse de sus gobernantes.

David Jiménez, director de El Mundo.

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